martes, 31 de mayo de 2011

LLAMADO AL SILENCIO DE SAN BRUNO


Hallábase nuestro Santo en París cuando murió, recibidos todos los sacramentos, un famoso doctor de aquella Universidad, hombre, al parecer de todos, de una suma bondad, generalmente reputado por muy virtuoso; y, llevado á la iglesia para darle sepultura, cuando se le estaba cantando el Oficio de difuntos de cuerpo presente, al llegar á la cuarta lección, que comienza Responde mihi, el cadáver levantó la cabeza en el féretro, y con voz lastimosa exclamó: Por justo juicio de Dios soy acusado; dicho esto, volvió á reclinar la cabeza como antes.

Apoderóse de todos los asistentes un general terror, y se determinó dilatar para el día siguiente los funerales. Este día fue mucho mayor el concurso, volvióse á entonar el Oficio, y, al llegar á las mismas palabras, vuelve el cadáver á levantar la cabeza y exclamar con voz más esforzada y más lastimera : Por justo juicio de Dios soy juzgado.

Duplicóse en todos los concurrentes el espanto, y se resolvió diferir la sepultura para el tercer día. En él fue inmenso el concurso; dióse principio al Oficio como los días precedentes, y cuando se cantaron las mismas palabras levanta el difunto la cabeza, y con voz verdaderamente horrible y espantosa exclamó: No tengo necesidad de oraciones: por justo juicio de Dios soy condenado al fuego sempiterno. Ya se deja discurrir la impresión que haría en los ánimos de todos un suceso tan funesto. Hallóse presente Bruno á este triste espectáculo, y se le grabó tan profundamente que, retirándose todo estremecido y todo horrorizado, determinó dejar cuanto tenía y enterrarse en algún horroroso desierto, para pasar en él toda la vida, entregado únicamente á ejercicios de rigor, de mortificación y de penitencia. Parecía necesario un suceso tan trágico para una resolución tan generosa. Estando en estos pensamientos, le entraron á ver seis amigos suyos; y, apenas tomaron asiento, cuando, con las lágrimas en los ojos, les dijo : Amigos, ¿en qué pensamos? Condenóse un hombre que, á juicio de todos, hizo siempre una vida tan cristiana; pues ¿quién podrá fiarse ya con seguridad del testimonio que le dé su equivocada conciencia! Movidos todos aquellos amigos, ya de lo que habían visto, ya de lo que le acababan de oír, protestaron que todos estaban en el mismo pensamiento y en la misma resolución, prontos todos á seguirle. Llamábanse éstos Laudino, que, después de San Bruno, fué el primer prior de la gran Cartuja; Esteban de Bourg y Esteban de Dié, ambos canónigos de San Rufo, en Valencia del Delfinado; un sacerdote, por nombre Hugo, y dos laicos, que se llamaban Andrés y Guerino. Comenzaron á discurrir sobre el desierto adónde se retirarían, y los dos canónigos de San Rufo dijeron que en su país había un santo Obispo, cuyo obispado tenía muchos bosques, muchos peñascos inaccesibles y muchos sitios inhabitables. Era este santo prelado San Hugo, obispo de Grenoble, célebre por su santidad, y uno de los, mayores prelados de su siglo Aplaudieron todos este parecer.

Ante tan gran bondad y amor de Dios la naturaleza tiembla, los sabios tartamudean como locos, y los ángeles y santos quedan cegados por su gloria. Tan abrumadora es la revelación de la naturaleza de Dios, que si su poder no los sostuviera, no me atrevo a pensar qué sucedería.

jueves, 26 de mayo de 2011

Cómo se ha de hacer la contemplación; de su excelencia sobre las demás actividades


He aquí lo que has de hacer. Eleva tu corazón al Señor; con un suave movimiento de amor, deseándole por si mismo y no por sus dones. Centra tu atención y deseo en él y deja que sea esta la única preocupación de tu mente y tu corazón. Haz todo lo que esté en tu mano para olvidar todo lo demás, procurando que tus pensamientos y deseos se vean libres de todo afecto a las criaturas del Señor o a sus asuntos tanto en general como en particular. Quizá pueda parecer una
actitud irresponsable, pero, créeme, déjate guiar; no les prestes atención.
Lo que estoy describiendo es la obra contemplativa del espíritu. Es la que más agrada a Dios. Pues cuando pones tu amor en él y te olvidas de todo lo demás, los santos y los ángeles se regocijan y se apresuran a asistirte en todos los sentidos, aunque los demonios rabien y conspiren sin cesar para perderte. Los hombres, tus semejantes, se enriquecen de modo maravilloso por esta actividad tuya, aunque no sepas bien cómo. Las mismas almas del purgatorio se benefician, pues sus sufrimientos se ven aliviados por los efectos de esta actividad. Y por supuesto, tu propio
espíritu queda purificado y fortalecido por esta actividad contemplativa más que por todas las demás juntas. En compensación, cuando la gracia de Dios llegue a entusiasmarte, se convierte en la actividad más liviana y una de las que se hacen con más agrado. Sin su gracia, en cambio, es muy difícil y, casi diría yo, fuera de tu alcance.
Persevera, pues, hasta que sientas gozo en ella. Es natural que al comienzo no sientas más que una especie de oscuridad sobre tu mente o, si se quiere, una nube del no-saber Te parecerá que no conoces ni sientes nada a excepción de un puro impulso hacia Dios en las profundidades de tu
ser. Hagas lo que hagas, esta oscuridad y esta nube se interpondrán entre ti y tu Dios. Te sentirás
frustrado, ya que tu mente será incapaz de captarlo y tu corazón no disfrutará las delicias de su
amor. Pero aprende a permanecer en esa oscuridad. Vuelve a ella tantas veces como puedas, dejando que tu espíritu grite en aquel a quien amas. Pues si en esta vida esperas sentir y ver a Dios tal como es, ha de ser dentro de esta oscuridad y de esta nube. Pero si te esfuerzas en fijar tu amor en él olvidando todo lo demás -y en esto consiste la obra de contemplación que te insto a que emprendas-, tengo la confianza de que Dios en su bondad te dará una experiencia profunda de si mismo.

De la simplicidad de la contemplación; que no se ha de adquirir por el conocimiento o la imaginación

Acabo de describir un poco de lo que supone la actividad contemplativa. Ahora quiero estudiarla
con más detenimiento, tal como yo la entiendo; a fin de que puedas proceder en ella con seguridad y sin errores. Esta actividad no lleva tiempo aun cuando algunas personas crean lo contrario. En realidad es la más breve que puedes imaginar; tan breve como un átomo, que a decir de los filósofos es la división más pequeña del tiempo. El átomo es un momento tan breve e integral que la mente apenas si puede concebirlo. No obstante, es de suma importancia, pues de esta medida mínima de tiempo se ha escrito: «Habréis de responder de todo el tiempo que os he dado. Y esto es totalmente exacto, pues tu principal facultad espiritual, la voluntad, sólo necesita esta breve fracción de un momento para dirigirse hacia el objeto de su deseo. Si por la gracia fueras restablecido a la integridad que el hombre poseía antes de pecar, serías dueño total de estos impulsos. Ninguno de ellos se extraviaría, sino que volaría al único bien, meta de todo deseo, Dios mismo. Pues Dios nos creó a su imagen y semejanza, haciéndonos iguales a él, y en la
Encarnación se yació de su divinidad, haciéndose hombre como nosotros. Es Dios, y sólo él, quien puede satisfacer plenamente el hambre y el ansia de nuestro espíritu, que, transformado por su gracia redentora, es capaz de abrazarlo por el amor. El, a quien ni hombre ni ángeles pueden captar por el conocimiento, puede ser abrazado por el amor. El intelecto de los hombres y de los ángeles es demasiado pequeño para comprender a Dios tal cual es en si mismo. Intenta comprender este punto. Las criaturas racionales, como los hombres y los ángeles, poseen dos facultades principales: la facultad de conocer y la facultad de amar. Nadie puede comprender totalmente al Dios increado con su entendimiento; pero cada uno, de maneras diferentes, puede captarlo plenamente por el amor. Tal es el incesante milagro del amor: una persona que ama, a través de su amor, puede abrazar a Dios, cuyo ser llena y trasciende la creación entera. Y esta maravillosa obra del amor dura para siempre, pues aquel a quien amamos es eterno. Cualquiera que tenga la gracia de apreciar la verdad de lo que estoy diciendo, que se tome a pecho mis palabras, pues experimentar este amor es la alegría de la vida eterna y perderlo es el tormento eterno.
Quien, con la ayuda de la gracia de Dios, se da cuenta de los movimientos constantes de la voluntad y aprende a dirigirlos hacia Dios, nunca dejará de gustar algo del gozo del cielo, incluso en esta vida. Y en el futuro, ciertamente lo saboreará plenamente. ¿Ves ahora por qué te incito a esta obra espiritual? Si el hombre no hubiera pecado, te habrías aficionado a ella espontáneamente, pues el hombre fue creado para amar y todo lo demás fue creado para hacer posible el amor.
A pesar de todo, el hombre quedará sanado por la obra del amor contemplativo. Al fallar en esta
obra se hunde más a fondo en el pecado y se aleja más de Dios. Pero, perseverando en ella, surge
gradualmente del pecado y se adentra en la intimidad divina.

Por tanto, está atento al tiempo y a la manera de emplearlo. Nada hay más precioso. Esto es evidente si te das cuenta de que en un breve momento se puede ganar o perder el cielo. Dios, dueño del tiempo, nunca da el futuro. Sólo da el presente, momento a momento, pues esta es la ley del orden creado. Y Dios no se contradice a sí mismo en su creación. El tiempo es para el hombre, no el hombre para el tiempo. Dios, el Señor de la naturaleza, nunca anticipará las decisiones del hombre que se suceden una tras otra en el tiempo. El hombre no tendrá excusa posible en el juicio final diciendo a Dios: «Me abrumaste con el futuro cuando yo sólo era capaz de vivir en el presente».
Veo que ahora estás desanimado y te dices a ti mismo: «¿Qué he de hacer? Si todo lo que dice es verdad, ¿cómo justificaré mi pecado? Tengo 24 años y hasta este momento apenas si me he dado cuenta del tiempo. Y lo que es peor, no podría reparar el pasado aunque quisiera, pues según lo que me acaba de enseñar, esa tarea es imposible por naturaleza, incluso con la ayuda de la gracia ordinaria. Sé muy bien, además, que en el futuro probablemente no estaré más atento al momento presente de lo que lo he estado en el pasado. Estoy completamente desanimado. Ayúdame por el amor de Jesús».
Bien has dicho «por el amor de Jesús. Pues sólo en su amor encontrarás ayuda. En el amor se comparten todas las cosas, y si amas a Jesús, todo lo suyo es tuyo. Como Dios, es el creador y dispensador del tiempo; como hombre, aprovechó el tiempo de una manera consciente; como Dios y hombre es el justo juez de los hombres y de su uso del tiempo. Únete, pues, a Jesús, en fe y en amor de manera que perteneciéndole puedas compartir todo lo que tiene y entrar en la amistad de los que le aman. Esta es la comunión de los santos y estos serán tus amigos: nuestra Señora, Santa María, que estuvo llena de gracia en todo momento; los ángeles, que son incapaces de perder tiempo, y todos los santos del cielo y de la tierra, que por la gracia de Jesús emplean todo su tiempo en amar. Fíjate bien, aquí está tu fuerza. Comprende lo que digo y anímate. Pero recuerda, te prevengo de una cosa por encima de todo. Nadie puede exigir la verdadera amistad con Jesús, su madre, los ángeles y los santos, a menos que haga todo lo que está en su mano con la gracia de Dios para aprovechar el tiempo. Ha de poner su parte, por pequeña que sea, para fortalecer la amistad, de la misma manera que esta le fortalece a él. No debes, pues, descuidar esta obra de contemplación. Procura también apreciar sus maravillosos efectos en tu propio espíritu. Cuando es genuina, es un simple y espontáneo deseo que salta de repente hacia Dios como la chispa del fuego. Es asombroso ver cuántos bellos deseos surgen del espíritu de una persona que está acostumbrada a esta actividad. Y sin embargo, quizá sólo una de ellas se vea completamente libre de apego a alguna cosa creada. Q puede suceder también que tan pronto un hombre se haya vuelto hacia Dios, llevado de su fragilidad humana, se encuentre distraído por el recuerdo de alguna cosa creada o de algún cuidado diario. Pero no importa. Nada malo ha ocurrido: esta persona volverá pronto a un recogimiento profundo.
Pasamos ahora a la diferencia entre la obra contemplativa y sus falsificaciones tales como los ensueños, las fantasías o los razonamientos sutiles. Estos se originan en un espíritu presuntuoso,
curioso o romántico, mientras que el puro impulso de amor nace de un corazón sincero y humilde.
El orgullo, la curiosidad y las fantasías o ensueños han de ser controlados con firmeza si es que la obra contemplativa se ha de alumbrar auténticamente en la intimidad del corazón. Probablemente, algunos dirán sobre esta obra y supondrán que pueden llevarla a efecto mediante ingeniosos esfuerzos. Probablemente forzarán su mente e imaginación de un modo no natural y sólo para producir un falso trabajo que no es ni humano ni divino. La verdad es que esta persona está peligrosamente engañada. Y temo que, a no ser que Dios intervenga con un milagro que la lleve a abandonar tales prácticas y a buscar humildemente una orientación segura, caerá en aberraciones mentales o en cualquier otro mal espiritual del demonio engañador. Corre, pues, el riesgo de perder cuerpo y alma para siempre. Por amor de Dios, pon todo tu empeño en esta obra y no fuerces nunca tu mente ni imaginación, ya que por este camino no llegarás a ninguna parte. Deja estas facultades en paz.
No creas que porque he hablado de la oscuridad y de una nube pienso en las nubes que ves en un cielo encapotado o en la oscuridad de tu casa cuando tu candil se apaga. Si así fuera, con un poco de fantasía podrías imaginar el cielo de verano que rompe a través de las nubes o en una luz clara que ilumina el oscuro invierno. No es esto lo que estoy pensando; olvídate, pues, de tal despropósito. Cuando hablo de oscuridad, entiendo la falta o ausencia de conocimiento. Si eres incapaz de entender algo o si lo has olvidado, ¿no estás acaso en la oscuridad con respecto a esta cosa? No la puedes ver con los ojos de tu mente. Pues bien, en el mismo sentido, yo no he dicho «nube», sino «nube del no-saber». Pues es una oscuridad del no-saber que está entre ti y tu Dios.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Conventos Cartujos I



















Conventos Cartujos


























Un monje Cartujo


Mirad. Noche y día mi alabanza es incienso que sube hacia el cielo.

Silencio y desierto rodean mi vida, trabajo y plegaria la llenan...Donde mi espíritu reposa lleno de renovada alegría.

Mirad, no tengo ni esposa ni hijos, muros encierran mi celda; mas abre en mí la puerta del Paraíso.

No doy testimonio con palabras, pero mis voces aturden al mundo. Dialogar no es mi ocupación: "Dios me encadena a su silencio. Para nada más sirves ya, en la Cartuja hoy, si Él te da la vocación."

Un Monje

La oración


En el s XIII un fraile anónimo dominico del convento S. Jacques de París escribía: "Entre las cosas que un hombre debe ver en la contemplación, están las necesidades de su prójimo y también la magnitud de la fragilidad de cada uno de los seres humanos".

La unión simple (noviazgo). -La oración mística de simple unión «aún no llega a desposorio espiritual, sino como cuando se han de desposar dos, se trata [antes] si son conformes y que el uno y el otro se quieran y aun se vean, así acá» (5 M 4,4). «Estando el alma buscando a Dios, siente con un deleite grandísimo y suave casi desfallecer toda con una manera de desmayo, que le va faltando el aliento y todas las fuerzas corporales, de manera que si no es con mucha pena, no puede ni menear las manos; los ojos se le cierran sin querer, o si los tiene abiertos no ve casi nada. Oye, mas no entiende lo que oye. Hablar es por demás, que no atina a formar palabra, ni hay fuerza, si atinase, para poderla pronunciar» (V.18,10).

Aunque «ocúpanse todos los sentidos en este gozo» y «es unión de todas las potencias, que aunque quiera alguna distraerse de Dios, no puede, y si puede, ya no es unión» (V.18,1), todavía aquí «la voluntad es la que mantiene la tela, mas las otras dos potencias [entendimiento y memoria] pronto vuelven a importunar. Como la voluntad está quieta, las vuelve a suspender, y están otro poco, y tornan a vivir. En esto se puede pasar algunas horas de oración» (18,13). En su forma plena, toda el alma absorta en Dios, no dura tanto: «media hora es mucho; yo nunca, a mi parecer, estuve tanto» (18,12; +5 M 1,9; 4,4). «Esta oración no hace daño por larga que sea», sino que relaja y fortalece al orante (18,11). La presencia divina es captada en el alma misma del orante en forma indubitable (5 M 1,9), y también la omnipresencia maravillosa de Dios en las criaturas (V.18,15). San Juan de la Cruz lo expresa bien: Es aquí cuando «todas las criaturas descubren las bellezas de su ser, virtud y hermosura y gracias, y la raíz de su duración y vida. Y éste es el deleite grande: conocer por Dios las criaturas, y no por las criaturas a Dios; que es conocer los efectos por su causa, y no la causa por los efectos, que es conocimiento trasero, y el otro esencial» (Llama 4,5).

La unión extática (desposorios). -En vísperas ya del matrimonio espiritual, el orante se une con Dios en forma extática y con duración breve: «Veréis lo que hace Su Majestad para concluir este desposorio. Roba Dios toda el alma para sí [arrobamiento], como a cosa suya propia y ya esposa suya, y no quiere estorbo de nadie, ni de potencias ni de sentidos... de manera que no parece tiene alma. Esto dura poco espacio, porque quitándose esta gran suspensión un poco, parece que el cuerpo torna algo en sí y alienta para tornarse a morir, y dar mayor vida al alma; y con todo, no dura mucho este gran éxtasis» (6 M 4,2. 9. 13). Los arrobamientos pueden tener formas internas diferentes, locuciones, visiones intelectuales o imaginarias (6 M 3-5,8-9), pero estos fenómenos no son de la substancia misma de la contemplación mística, y no deben ser buscados (9,15s).

A veces el desfallecimiento no es místico, «sino alguna flaqueza natural, que puede ser en personas de flaca complexión» (4,9). Pero los mismos éxtasis genuinos implican aún una mínima indisposición del hombre para la perfecta unión con Dios: «Nuestro natural es muy tímido y bajo para tan gran cosa» (4,2); por eso en la unión extática todavía el cuerpo desfallece. Y «la causa es -explica San Juan de la Cruz- porque semejantes mercedes no se pueden recibir muy en carne, porque el espíritu es levantado a comunicarse con el Espíritu divino que viene al alma, y así por fuerza ha de desamparar en alguna manera a la carne» (Cántico 13,4).

Hay en esta oración inmenso gozo, «grandísima suavidad y deleite. Aquí no hay remedio de resistir» (V.20,3). Pero puede haber también un terrible sufrimiento, unas penas que parecen «ser de esta manera las que padecen en el purgatorio» (6 M 11,3). Estamos en la última Noche, en las últimas purificaciones pasivas del espíritu.

«Siente el alma una soledad extraña, porque criatura de toda la tierra no le hace compañía, antes todo la atormenta más; se ve como una persona colgada, que no asienta en cosa de la tierra, ni al cielo puede subir, abrasada con esta sed, y no puede llegar al agua» (6 M 11,5). «En este rigor es poco lo que le dura; será, cuando más, tres o cuatro horas -a mi parecer-, porque si mucho durase, como no fuese por milagro, sería imposible sufrirlo la flaqueza natural» (11,8). «Quizá no serán todas las almas llevadas por este camino, aunque dudo mucho que vivan libres de trabajos de la tierra, de una manera u otra, las almas que a veces gozan tan de veras de las cosas del cielo» (1,3). Podrán ser penas interiores, calumnias, persecuciones, enfermedades, dudas angustiosas, sentimientos de reprobación y de ausencia de Dios (1,4. 7-9), trastornos psicológicos o lo que Dios permita.

En todo caso, «ningún remedio hay en esta tempestad, sino aguardar a la misericordia de Dios, que a deshora, con una palabra sola suya o una ocasión que acaso sucedió, lo quita todo tan de pronto que parece no hubo nublado en aquella alma, según queda llena de sol y de mucho más consuelo» (1,10). San Ignacio de Loyola igualmente cuenta de sí que de la más honda desolación pasaba, por gracia de Dios, a la más dulce consolación «tan súbitamente, que parecía habérsele quitado la tristeza y desolación, como quien quita una capa de los hombros de uno» (Autobiografía 21).

También la humanidad de Cristo es aquí camino para llegar a estas alturas místicas, y el orante «no quiera otro camino, aunque esté en la cumbre de la contemplación; por aquí va seguro» (V.22,7). Esta es, como lo explicó K. Rahner, la Eterna significación de la humanidad de Jesús para nuestra relación con Dios (Escritos de Teología III, Madrid, Taurus 1961, 47-59; +J. Alfaro, Cristo glorioso, Revelador del Padre, «Gregorianum» 39, 1958, 222-270).

La unión transformante (matrimonio). -Esta es la cumbre y plenitud de la oración cristiana, donde se consuma el matrimonio espiritual entre Dios y el hombre. Jesucristo, su humanidad sagrada, ha sido el camino para llegar a la sublime contemplación de la Trinidad divina. Esta contemplación perfecta, que produce una plena transformación del hombre en Dios, ya no ocasiona el desfallecimiento corporal del éxtasis. Y no se trata ya tampoco de una contemplación breve y transitoria, sino que es una oración mística permanente, en la cual el orante, en la oración o el trabajo, queda como templo consagrado, siempre consciente de la presencia de Dios.

Por Cristo. «La primera vez que Dios hace esta gracia, quiere Su Majestad mostrarse al alma por visión imaginaria de su sacratísima Humanidad, para que lo entienda bien y no esté ignorante de que recibe tan soberano don» (7 M 2,1).

A la Trinidad. En esta séptima Morada, «por visión intelectual, por cierta manera de representación de la verdad, se le muestra la Santísima Trinidad, todas tres Personas, y por una noticia admirable que se da al alma, entiende con grandísima verdad ser todas tres Personas una sustancia y un poder y un saber y un solo Dios; de manera que lo que tenemos por fe, allí lo entiende el alma por vista, aunque no es vista con los ojos del cuerpo ni del alma, porque no es visión imaginaria. Aquí se le comunican todas tres Personas y le hablan, y le dan a entender aquellas palabras que dice el Evangelio que dijo el Señor que vendría El y el Padre y el Espíritu Santo a morar con el alma que le ama y guarda sus mandamientos. ¡Oh, válgame Dios, qué diferente cosa es oír estas palabras y creerlas, a entender por esta manera qué verdaderas son!» (1,7-8).

Sin éxtasis. Ya «se les quita esta gran flaqueza, que les era harto trabajo, y antes no se quitó. Quizá es que la ha fortalecido el Señor y ensanchado y habilitado; o pudo ser que [antes] quería dar a entender en público lo que hacía con estas almas en secreto» (7 M 3,12).

Presencia continua. «Cada día se asombra más esta alma, porque nunca más le parece [que las Personas divinas] se fueron de con ella, sino que notoriamente ve -de la manera que he dicho- que están en lo interior de su alma, en lo muy interior, en una cosa muy honda -que no se sabe decir cómo es, porque no tiene letras- siente en sí esta divina compañía» (1,8).

Unión transformante. El matrimonio espiritual, dice San Juan de la Cruz, «es mucho más sin comparación que el desposorio espiritual, porque es una transformación total en el Amado, en que se entregan ambas partes por total posesión de la una a la otra, con cierta consumación de unión de amor, en que está el alma hecha divina y Dios por participación cuanto se puede en esta vida» (Cántico 22,3).

Los efectos de la oración mística pasiva son, ciertamente, muy notables. Crece inmensamente en el hombre la lucidez espiritual para ver a Dios, al mundo, para conocerse a sí mismo, y el tiempo pasado le aparece vivido como en oscuridad y engaño: «Los sentidos y potencias en ninguna manera podían entender en mil años lo que aquí entienden en brevísimo tiempo» (5 M 4,4; +6 M 5,10). Nace en el corazón una gran ternura de amor al Señor, y aquella centellica que se encendió en la oración de quietud, se hace ahora un fuego abrasador (V.15,4-9; 19,1). El Señor le concede al cristiano un ánimo heroico y eficaz para toda obra buena (19,2; 20,23; 21,5; 6 M 4,15) y una potencia apostólica de sorprendentes efectos (V.21,13; +18,4). Y al mismo tiempo que Dios muestra su santo rostro al hombre, le muestra sus pecados, no sólo «las telarañas del alma y las faltas grandes, sino un polvito que haya» (20,28), y le conforta en una determinación firmísima de no pecar, «ni hacer una imperfección, si pudiese» (6 M 6,3). En todo lo cual vemos que si la contemplación de Dios exige santidad («los limpios de corazón verán a Dios», Mt 5,8), también es verdad que la contemplación mística produce una gran santidad («contempladlo y quedaréis radiantes», Sal 33,6).

A estas alturas, el alma queda en una gran paz (7 M 2,13), «y así de todo lo que pueda suceder no tiene cuidado, sino un extraño olvido», aunque por supuesto, puede «hacer todo lo que está obligado conforme a su estado» (3,1). Siente la persona «un desasimiento grande de todo y un deseo de estar siempre o a solas [con Dios] u ocupados en cosa que sea provecho de algún alma. No sequedades ni trabajos interiores, sino con una memoria y ternura con nuestro Señor, que nunca querría estar sino dándole alabanzas» (3,7-8). «No les falta cruz, salvo que no les inquieta ni hace perder la paz» (3,15). El mundo entero le parece al místico una farsa de locos, pues él lo ve todo como «al revés» de como lo ven los mundanos o lo veía él antes. Y así se duele de pensar en su vida antigua, «ve que es grandísima mentira, y que todos andamos en ella» (V.20,26); «ríese de sí, del tiempo en que tenía en algo los dineros y la codicia de ellos» (20,27), y «no hay ya quien viva, viendo por vista de ojos el gran engaño en que andamos y la ceguedad que traemos» (21,4). «¡Oh, qué es un alma que se ve aquí haber de tornar a tratar con todos, a mirar y ver esta farsa de esta vida tan mal concertada!» (21,6).

El silencio de la noche


El silencio nos abre a grandes interrogantes y si se trata del silencio de la noche, nada mejor que aquel grito del Profeta: “centinela: ¿qué hay de la noche?”

El silencio de la noche es una vela nocturna que pone al vigía en actitud de expectación. ¿Qué podría decirnos el hombre del silencio de la noche?, ¿qué ve?, ¿qué intuye?, ¿qué barrunta?, ¿qué atisba?, estos interrogantes, sinónimos de una misma realidad, podrían ser respondidos con un Himno litúrgico vespertino: “Vi los cielos nuevos y la tierra nueva. Cristo entre los vivos y la muerte muerta”. Esto es lo que en su capacidad óptica interna, ve el hombre del silencio nocturno: el Dios de la Vida.

La noche por sí sola, se nos presta apta como espacio para el silencio. Pero no se trata sólo de ver en la noche como esa capacidad del silencio por sus connotaciones en el tiempo y en el espacio; para los orantes nocturnos, la noche es como la salida del sol, porque descubren a cara descubierta el Rostro del Señor. Para el orante la noche es la máxima claridad,el resplandor de la luz meridiana; es la realidad del grito del salmista: “tu luz Señor, nos hace ver la luz”.

En la noche parece como si el tiempo se quedara en suspenso. La noche es como la inmovilidad del tiempo, la proximidad de la eternidad. En la noche la tierra queda en el descanso del sueño, el firmamento nos atrae y miramos los astros que brillan: “lucen alegres en honor de quien los hizo”(Bar 3,34-35). La noche es el momento mas propicio para cantar con el salmista: “el cielo proclama la obra de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos”(Sal 18,1). Todo parece ser protegido en la noche.

En la noche, todo parece recién estrenado: la luna, las estrellas... todo como recién salido de las manos del Creador. Carlos de Foucauld en el Sahara bendecía sus insomnios porque le permitían estar en la contemplación de Dios y su obra creadora.

El silencio es una pura y limpia atención a Aquel que nos habita, por eso el silencio es la mejor forma de hospitalidad para acoger al “amigo intimo del alma”que llega a Betania con la necesidad de que alguien le preste atención desde la ausencia total de palabras , en un clima de pura llama de atención amorosa .

Hablar del silencio y del silencio de la noche en un mundo en que las horas de la nocturnidad se nos brindan para estar en conexión con tantas cosas desde las nuevas tecnologías, parece un absurdo, pero las horas del orante la noche y del silencio de los grandes orantes de la historia están ahí. Las nuevas formas tecnológicas nos abren ventanas de comunicación y contactos insospechados. Nunca como hoy el hombre se siente realizado en sus anhelos de comunicación.Pero vamos a hacer un recorrido desde las grandes figuras bíblicas hasta los hombres y mujeres orantes de nuestros días que hicieron de la nocturnidad los tiempos más fuertes para el encuentro con Dios y para trabar las grandes batallas de su cercanía a El.

El silencio de la noche en perspectiva dominicana

Santo Domingo de Guzmán forma parte también de esta lista de los grandes orantes nocturnos. La vida de este gran orante se parte en dos, se fracciona por así decir para dedicar el día a los hombres y la noche a Dios. Desde esta perspectiva Domingo se nos presenta no sólo como el “Predicador de la Gracia”que expandía la Buena Noticia del Evangelio, sino también como el hombre nocturno que bebía el “Agua de la Sabiduría”en la fuente “que mana y corre aunque es de noche”.

¿Cómo es pues en la tradición dominicana el silencio de la noche? Para nosotros, Dominicos y Dominicas, la figura clave de nocturnidad orante es Santo Domingo.

Nos vamos a asomar a las ventanas de los “modos de orar”que son para nosotros la referencia mas segura de lo que la noche significó para Santo Domingo como espacio de tiempo sosegado de su encuentro con Dios.

Según el P. Iturgaiz O.P., el tratado de los “Modos de orar” lo consideramos como la fuente hagiográfica y transmisora de la tradición manuscrita y miniaturística”. Pero tenemos que considerar que las formas adoptadas por Santo Domingo para orar, siempre se llevaron a cabo en la noche, y esto lo sabemos gracias a la curiosidad nocturna de aquel buen fraile que en la noche buscó a Domingo y lo vio a través de los entresijos que daban a la Iglesia orando en las formas o “Modos”que conocemos y que sus gritos a favor de los “pobres pecadores” los lanzaba desde la Iglesia en la noche.

Para Santo Domingo por tanto, la noche no solo va a ser espacio del encuentro con Dios, sino una continuidad del contacto con sus hermanos los hombres a quienes había dedicado el día por entero . De aquí nace nuestra contemplación de encarnación: Domingo era el contemplador de Dios desde una dimensión de comunión con los sentimientos del Verbo, para quien el hombre, la humanidad entera fue el objeto de su entrega total en su misión salvadora. Domingo como Cristo, no deja nunca aparcado al hombre a un lado mientras goza de la contemplación del Rostro de Dios; gustaba de su presencia y simultáneamente gritaba : “Señor, ¿que será de los pobres pecadores?.

Tenemos también una figura femenina en la tradición de la Orden que no se nos puede escapar a la hora de englobar la lista de nuestros grandes orantes nocturnos aunque solo sea fijándonos en dos figuras claves de nuestra tradición: Es Catalina de Siena. ¿Que hizo Catalina con sus noches? Cierto que no tenemos el testimonio de Domingo sobre el empleo de sus noches, pero nos basta conocer lo que Catalina hizo en una noche para saber cómo fueron las demás de su vida. Sabemos que poseía un cuerpo frágil por lo que podemos pensar en buena lógica que Catalina empleara sus noches para el descanso y así lo haría en muchas de sus horas. Pero cuando la santa vivía momentos importantes en la vida de la Iglesia, dedicaba sus noches a orar intensamente por la “Esposa de Cristo”. Conocemos aquel momento fuerte eclesial cuando el Papa Gregorio XI regresa de Aviñón a Roma. El regreso papal se produjo en la noche: Toda Roma esperaba expectante la llegada del Papa con antorchas encendidas, dicen que los ojos de los romanos buscaban cómo localizar a Catalina, protagonista de aquel hecho, pero nadie la vio. ¿Donde estaba Catalina aquella noche, en aquellos momentos tan importantes para la cristiandad?: Encerrada en la habitación de su casa vivía el acontecimiento en una oración que duró toda la noche.

Estas son las dos figuras claves de la nocturnidad orante de la vida dominicana.

El silencio de la noche como necesidad vital hoy

Nosotros, hombres y mujeres de hoy, necesitamos del silencio de la noche para alejarnos de la temporalidad de las cosas, porque no hay nada como el silencio para enfrentarnos con esta realidad de lejanía de lo temporal. Los días de nuestro tiempo están demasiado llenos, demasiado ocupados, no queramos por tanto hacer de nuestras noches un tiempo para el acoso de la comunicación a través de los medios que nos bombardean : Internet, Radio, Televisión, etc, dejemos que las noches de los seguidores de Jesús sean espacios aunque sean breves, para la conexión con El. Dejemos en la noche nuestra interioridad en reposo sosegado: “entremos mas adentro en la espesura”......... “Y allí nos entraremos y el mosto de granadas gustaremos....... ¡Que bien lo cantó y vivió Juan de la Cruz!.

La noche para el orante tiene sabor de Dios. En la noche el orante tiene un saboreo de lo divino.

El silencio en la noche se nos hace búsqueda y encuentro del ser amado. Así lo vivieron y entendieron los místicos, cierto que sólo a tientas estos hombres y mujeres de la experiencia de Dios pudieron decirnos algo de lo que experimentaron, y es que las experiencias místicas son inefables e indecibles, no hay vocablo que pueda expresarlas. El místico quiere decir lo que no es posible decir, y por eso como que se rompe en su intento de decirnos lo inalcanzable e inexplicable. Santa Teresa encontró tales dificultades para expresarlo que acaba diciendo: “Una merced es dar el Señor la merced y otra entender qué merced es, y otra es saber decirla y dar a entender cómo es”.

Pero ahí tenemos la noche como un reto con el que enfrentarnos , para hace runa parte mínima de ella, tiempo sosegado para nuestra interioridad que nos lleve a desembocar en Dios.

Sor Inmaculada Redondo, OP
Monasterio de San Miguel (Trujillo)