jueves, 27 de noviembre de 2008

Sean Santos

En definitiva, el sufrimiento en todas sus formas pasa a formar parte de la condición humana.

El relato de Caín y Abel (Gén 4, 1-16) nos hace entender que la rebelión del hombre contra el Creador conduce a la rebelión del hombre contra el hombre.

Es la fe desnuda, despojada de todo apoyo o seguridad humana, colgada sólo de Dios y de su palabra lo que necesitamos.

Moisés, íntimo amigo y muy favorecido del Señor, fue castigado severamente y privado de entrar en la tierra prometida, por una falta de confianza; y la virgen Santa Clara de Montefalco, padeció once años los mayores desamparos y las más horribles tentaciones, solo por haber reprendido con alguna aspereza la falta de una religiosa. ¡Tal es el celo de Dios! ¡Tan recta su justicia!

Cuando la caridad obliga, debe preferirse ésta a la obediencia.

En algunos casos hasta podría ser un engaño, Satanás es sapientísimo y muchas veces habla por el órgano de las personas a quienes seduce, con el fin de engañarlas y perderlas, y por ellas a otros también.

Para tu dolor no existe preguntas, sólo quien ama lo comprende.

Dios da a los que sinceramente le buscan luz suficiente para ir acertando con Su voluntad.

En todo caso, se puede decirse en términos generales que cuanto más espiritual y santo es un cristiano, con más facilidad capta la providencia de Dios sobre su tiempo, sobre las personas y las obras.

Dice San Juan de la Cruz que el hombre «para llegar a Dios antes ha de ir no entendiendo que queriendo entender».

Los santos nos dan ejemplo de audacia evangélica porque confían en la providencia. Ellos están convencidos de que «lo que es imposible a los hombres, es posible para Dios».

Gran misterio: la obra más santa de Dios confluye con la obra más criminal de los hombres.

jueves, 20 de noviembre de 2008

SOBRE EL PUDOR

Todo lo que haces hoy tendrá repercusión en la eternidad.

Avergonzarse de la cruz de Cristo es algo diabólico. Es lo que probablemente motivó la traición de Judas.

Pues bien, el impudor es ante Dios atrevimiento morboso de la carne y de los ojos, y sin matarlo, no es posible ir adelante hacia la plena unión de amor con Él.

La poligamia degrada y envilece a las mujeres que la padecen, y a los hombres que la practican.

Cuántas veces corresponde a los que han renunciado al mundo el hermoso ministerio de consolar a quienes lo poseen.

Cuántas veces un fraile de pobre hábito ha de confortar a seglares vestidos con elegancia y lujo. ¿Quiénes son los que viven la verdadera alegría?

«Se divorcian para casarse y se casan para divorciarse (exeunt matrimonii causa, nubunt repudii) Éstos, que se casan y divorcian tantas veces, en realidad viven en un continuo adulterio legal.

Recordad siempre que a más cruz, más resurrección. A más penitencia, más alegría.

El vestido es para el hombre una añoranza de la primera dignidad perdida, un intento permanente de recuperar aquella nobleza primitiva, siquiera en la apariencia.

Y la disminución o pérdida del pudor trae consigo normalmente una debilitación de la castidad en el uso de la televisión y de los espectáculos, en las modas y costumbres, así como en la conducta de niños y muchachos, jóvenes y adultos.

El impudor en las modas y costumbres, en playas y espectáculos, ha coincidido con un aumento de la masturbación, del divorcio y del adulterio, de embarazos de adolescentes, de las prácticas homosexuales y de la lujuria en todas sus modalidades. Son causas que se causan mutuamente.

San Juan Crisóstomo le dice a una mujer: «vas acrecentando enormemente el fuego contra ti misma, pues excitas las miradas de los jóvenes, te llevas los ojos de los licenciosos y creas perfectos adúlteros, con lo que te haces responsables de la ruina de todos ellos» (V,37; +34-38).

La castidad es en la persona una fuerza espiritual, una inclinación buena, una facilidad para el bien propio de su honestidad, y consiguientemente una repugnancia hacia la lujuria que le es contraria.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Padres del desierto


El abad Elías dijo: «Temo tres cosas: una el momento en que mi alma saldrá del cuerpo; la segunda el momento de comparecer ante Dios; la tercera cuando se dicte sentencia contra mí».

Se decía del abad Agatón que durante tres años se había metido una piedra en la boca, hasta que consiguió guardar silencio.

Decían del abad Eladio que había vivido veinte años en su celda sin levantar los ojos para ver el techo.

El abad Juan, que era de pequeña estatura decía: «Cuando un rey quiere tomar una ciudad a los enemigos, primero les corta el agua y los víveres, para que agotados de hambre capitulen. Lo mismo ocurre con las pasiones carnales: si el hombre vive en ayuno y hambre, los enemigos que tientan su alma se debilitan».

Dijo el abad Macario: «Si queriendo reprender a alguno, te domina la ira, satisface tu propia pasión. Por salvar a tu prójimo, no debes perderte tu».

Se celebraron un día misas en el monte del abad Antonio, y se halló allí un poco de vino. Uno de los ancianos llenó una copita y se la llevó al abad Sisoés y éste se la bebió. Recibió una segunda copa y la bebió también. Pero cuando le trajeron la tercera, la rechazó diciendo: «Alto, hermano, ¿acaso ignoras que existe Satanás?».

El abad Sisoés decía: «Nuestra verdadera vocación es dominar la lengua».

Dijo también: «El monje casto será honrado en la tierra y coronado por el Altísimo en el cielo».

«La serpiente con sus insinuaciones arrojó a Eva del paraíso. Lo mismo ocurre al que habla mal del prójimo: pierde el alma del que le escucha y no salva la suya».

Un monje encontró a unas monjas en su camino. Y al verlas se apartó de la calzada. Pero la abadesa le dijo: «Si fueses un monje perfecto, no nos hubieras mirado y no hubieras sabido que éramos mujeres».

Un anciano enfermaba a menudo. Pero un año no tuvo enfermedad alguna. Y él estaba muy afligido y lloraba diciendo: «Dios me ha abandonado, no me ha visitado este año».

Dijo un anciano: «El cuidado por agradar a los hombres hace perder todo el aprovechamiento espiritual y deja al alma seca y descarnada».

jueves, 6 de noviembre de 2008

But evil doesn't die so easily

La disminución de la devoción al Creador es una de las enfermedades más graves del cristianismo actual. No es hoy frecuente invocar al Creador - al menos no lo es tanto como en otros siglos -. Las criaturas son vistas con ojos paganos, como si subsistieran por sí mismas. Esto, según las personas y circunstancias, lleva a la angustia, a la aridez espiritual, al consumismo ávido...

Hemos de contemplar la presencia de Dios en sus criaturas. Mientras el hombre no ve a Dios en el mundo, está ciego; mientras no escucha su voz poderosa en la creación, está sordo (Sal 18, 2-5; 28). Santa Teresa cuenta que no fue educada en la captación de esa presencia, sino que la descubrió por experiencia (Vida 18,15).

Sabe Dios perfectamente cuál es el bien que promueve y cuál el mal que permite para un bien mayor.

Dios da a los que sinceramente le buscan luz suficiente para ir acertando con Su voluntad.

En todo caso, sí puede decirse en términos generales que cuanto más espiritual y santo es un cristiano, con más facilidad capta la providencia de Dios sobre su tiempo, sobre las personas y las obras.

Dice San Juan de la Cruz que el hombre «para llegar a Dios, antes ha de ir no entendiendo que queriendo entender».

Una serena confianza caracteriza el corazón de los cristianos. Pase lo que pase. El hombre necio y carnal vive en la inquietud, se altera por cualquier cosa, es «una caña agitada por el viento» (Mt 11,7). El cristiano sabio y espiritual guarda siempre su alma en la confianza, porque se fía de la amorosa providencia del Señor. Nuestra vida está en las manos de un Dios que nos ama, y que todo lo gobierna.

Este abandono confiado en la Providencia divina ha marcado tan profundamente la espiritualidad del pueblo cristiano que tiene numerosas expresiones en el habla común: «Que sea lo que Dios quiera», «Dios proveerá», «Dios dirá», «Dios quiera que»..., «Si Dios quiere» (+Sant 4,15), «Con el favor de Dios», «Gracias a Dios», «Así nos convendrá», «No hay mal que por bien no venga», «Todo está en manos de Dios», «Dios escribe derecho sobre renglones torcidos», «Dios da la ropa según el frío», «Dios aprieta, pero no ahoga», «El hombre propone y Dios dispone», etc.

Los santos nos dan ejemplo de audacia evangélica porque confían en la providencia. Ellos están convencidos de que «Lo que es imposible a los hombres, es posible para Dios»

«No hay evangelización verdadera -dice Pablo VI- mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios» (Evangelii nuntiandi 8-XII-1975, 22).

Para comprender y vivir el amor al prójimo lo más importante es haber contemplado el amor de Cristo a los hombres.
-porque la contemplación de Cristo nos transfigura en él. «Contempladlo y quedaréis radiantes» (Sal 33,6).

Gran misterio: la obra más santa de Dios confluye con la obra más criminal de los hombres.