jueves, 4 de noviembre de 2010

Como se debe adquirir la paz


Mucha paz tendríamos si en los dichos y hechos ajenos que no nos pertenecen no quisiésemos meternos. ¿Cómo puede estar en paz mucho tiempo el que se entremete en cuidados ajenos, y busca ocasiones exteriores, y dentro de sí poco o tarde se recoge? bienaventurados los sencillos, porque tendrán mucha paz.

¿Cuál fue la causa por que muchos de los Santos fueron tan perfectos y contemplativos? Porque estudiaron en mortificarse totalmente a todo deseo terreno; y por eso: pudieron con. lo íntimo del corazón allegarse a Dios y ocuparse libremente en sí mismos: Nosotros nos ocupamos mucho con nuestras pasiones; y tenemos demasiado cuidado de lo transitorio. Y también pocas veces vencemos un vicio perfectamente, ni nos alentamos para aprovechar cada día, y por esto nos quedamos tibios y aun fríos.

Si estuviésemos perfectamente muertos a nosotros mismos, y en lo interior desocupados, entonces podríamos gustar las cosas divinas y experimentar algo de la contemplación celestial. El impedimento mayor y total es qué no somos libres de nuestras inclinaciones y deseos, ni trabajamos por entrar en el camino perfecto de los Santos.

Y también cuando alguna adversidad se nos ofrece, muy presto nos desalentamos y nos volvemos a las consolaciones humanas. Si nos esforzásemos más a pelear como fuertes varones, veríamos sin duda la ayuda del Señor que viene desde el Cielo sobre nosotros. Porque dispuesto está a socorrer a los que pelean y esperan en su gracia, y nos procura ocasiones de pelear para que alcancemos victoria. Si solamente en las observancias de fuera ponemos el aprovechamiento de la vida religiosa, presto se nos acabara la devoción. Mas pongámosla seguro a la raíz, porque, libres de las pasiones, poseamos pacíficas nuestras almas.

Si cada año desarraigásemos un vicio presto seríamos perfectos. Mas ahora, al contrario, muchas veces experimentamos que fuimos mejores y más puros en el principio de nuestra conversión que después de muchos años de profesos. Nuestro fervor y aprovechamiento cada día debe crecer; mas ahora ya nos parece mucho conservar alguna parte del primer fervor. Si al principio hiciésemos algún esfuerzo, podríamos después hacerlo todo con facilidad y gozo.

Grave cosa es dejar la costumbre; pero, más grave es ir contraria propia voluntad. Más si no vences las cosas pequeñas y ligeras, ¿cómo vencerás las dificultosas?
Resiste en los principios a tu inclinación, y deja la mala costumbre, porque no te lleve poco a poco a mayor dificultad. ¡Oh, si mirases cuánta paz a ti mismo, y cuánta alegría darías a los otros rigiéndote bien, yo creo que serías más solícito en el aprovechamiento espiritual!

miércoles, 3 de noviembre de 2010

DE LOS EJEMPLOS DE LOS SANTOS PADRES

Considera bien los heroicos ejemplos de los Santos Padres, en los cuales resplandeció la verdadera perfección y religión, y verás cuán poco o casi nada es lo que hacemos.
¡Ay de nosotros? ¿Qué es nuestra vida comparada con la suya?
Los Santos y amigos de Cristo sirvieron al Señor en hambre y en sed, en frío y desnudez, en trabajos y fatigas, en vigilias y ayunos, en oraciones y santas meditaciones, en persecuciones y muchos oprobios.
2. ¡Oh, cuán graves y cuántas tribulaciones padecieron los apóstoles, mártires, confesores, vírgenes y todos los demás que quisieron seguir las pisadas de Cristo?
Pues en este mundo aborrecieron sus vidas para poseer sus almas en la vida eterna ¡Oh, cuán estrecha y retirada vida hicieron los Santos Padres en el yermo! ¡Cuán largas y graves tentaciones padecieron! ¡Cuán de ordinario fueron atormentados del enemigo! ¡Cuán continuas y fervientes oraciones ofrecieron a Dios! ¡Cuán rigurosas abstinencias cumplieron! ¡Cuán gran celo y fervor tuvieron en su aprovechamiento espiritual! ¡Cuán fuertes peleas pasaron para vencer los vicios! ¡Cuán pura y recta intención tuvieron con Dios!
3. De día trabajaban, y por la noche se ocupaban en larga oración; aunque trabajando, no cesaban de la oración mental.
Todo el tiempo gastaban bien; las horas les parecían cortas para darse a Dios, y por la gran dulzura de la contemplación, se olvidaban de la necesidad del mantenimiento corporal.
Renunciaban todas las riquezas, honras, dignidades, parientes y amigos; ninguna cosa querían del mundo; apenas tomaban lo necesario para la vida, y les era pesado servir a su cuerpo aun en las cosas más necesarias. De modo que eran pobres de lo temporal, pero riquísimos en gracia y virtudes.
En lo de fuera eran necesitados; pero en lo interior estaban con la gracia y divinas consolaciones recreados.
Ajenos eran al mundo, mas muy allegados a Dios, del cual eran familiares amigos. Teníanse por nada en cuanto a sí mismos y para nada con el mundo eran despreciados; mas en los ojos de Dios eran muy preciosos y amados.
Estaban en verdadera humildad; vivían en sencilla obediencia; andaban en caridad y paciencia, y por eso cada día crecían en espíritu y alcanzaban mucha gracia delante de Dios.
Fueron puestos por dechados a todos los religiosos, y más nos deben mover para aprovechar en el bien, que no la muchedumbre de los tibios para aflojar y descaecer.
4. ¡Oh, cuán grande fue el fervor de todos los religiosos al principio de sus sagrados institutos! ¡Cuánta la devoción de la oración! ¡Cuanto el celo de la virtud! ¡Cuánta disciplina floreció! ¡Cuánta reverencia y obediencia al superior hubo en todas las cosas!
Aun hasta ahora dan testimonio de ello las señales que quedaron, de que fueron verdaderamente varones santos y perfectos los que, peleando tan esforzadamente, vencieron al mundo.
Ahora ya se estima en mucho aquel que no quebranta la Regla, y con paciencia puede sufrir lo que aceptó por su voluntad.
5. ¡Oh tibieza y negligencia de nuestro estado, que tan presto declinamos del fervor primero, y nos es molesto el vivir por nuestra flojedad y tibieza!
¡Pluguiese a Dios que no durmiese en ti el aprovechamiento de las virtudes, pues viste muchas veces tantos ejemplos de devotos!
Kempis

martes, 2 de noviembre de 2010

Conmemoración de los Santos Disfuntos


La fiesta de Todos los Santos nos trae, como naturalmente, a la memoria el recuerdo de las almas santas que, cautivas en purgatorio, para expiar en él sus culpas veniales o bien para satisfacer la pena temporal debida a sus pecados, están, sin embargo, confirmadas en gracia, y algún día entrarán en el cielo. Así que, después de haber celebrado la Iglesia, en medio del regocijo la gloria de los Santos que constituyen la Iglesia del cielo, la Iglesia de la tierra extiende su maternal solicitud hasta aquel lugar de indecibles tormentos, en que se ven sumidas almas que también pertenecen a la Iglesia que llamamos purgante.

“En este día, dice el Martirologio romano, la Conmemoración de Todos los Fieles difuntos, en la cual nuestra común y piadosa madre la Iglesia, después de haber tratado de honrar con dignos loores a todos los hijos suyos, que tiene ya gozando en el cielo, se esfuerza por ayudar con poderosos sufragios cerca de Cristo su Esposo y Señor, a todos los que aun gimen en el purgatorio; a fin de que cuanto antes se sumen a la sociedad de los moradores de la Ciudad celestial”.

En ninguna parte como aquí anuncia la liturgia de una manera tan explícita la misteriosa trabazón que estrecha a la Iglesia triunfante con la militante y la purgante, y nunca tampoco aparece más claro el doble deber de caridad y de justicia que fluye naturalmente de su misma incorporación al cuerpo místico de Cristo. Sabemos que, en virtud del dogma de fe de la Comunión de los santos, los méritos y sufragios de los unos vienen a ser también de los demás, en virtud de una comunidad de bienes espirituales; de manera que, sin mermar los derechos de la divina justicia, que con todo rigor se nos aplican al fin de nuestra vida, la Iglesia puede unir aquí su oración con la del cielo, y suplir por lo que falta a las almas del Purgatorio, ofreciendo a Dios por ellas, mediante la Santa Misa, las Indulgencias, las limosnas y los sacrificios de sus hijos, los méritos sobreabundantes de la Pasión de Cristo y de sus místicos miembros. De ahí que la liturgia ha sido siempre, el medio empleado por la Iglesia para practicar con los Fieles Difuntos el deber de la caridad, que nos manda atender a las necesidades del prójimo cual si fueran propias nuestras, en virtud siempre de ese lazo sobrenatural y apretadísimo, que une en Jesús al cielo con la tierra y el Purgatorio.

La liturgia de los Difuntos es tal vez la más hermosa y más consoladora de todas. A diario, al fin de las Horas del Oficio divino, se encomiendan a la misericordia divina las almas todas de los Fieles Difuntos. En la Misa, el sacerdote ofrece el Sacrificio por los vivos y los muertos (Súscipe), y en un Memento especial pide al Señor se acuerde de sus siervos y siervas que, habiendo muerto en Cristo, duermen ahora el sueño de la paz y les haga pasar al lugar de refrigerio, de luz y de paz.

La solemne conmemoración de todos los Fieles Difuntos se debe a San Odilón, cuarto abad del célebre monasterio benedictino de Cluny. Él fue quien la instituyó en 998, y mandó celebrarla en día como hoy. La influencia de aquella ilustre y poderosa Congregación hizo se adoptara bien pronto este uso en todo el orbe cristiano, y que este día fuese en algunas partes fiesta de guardar. En España, en Portugal y en América del Sur, que de ella dependían, Benedicto XIV, había concedido celebrar tres misas el 2 de noviembre, y Benedicto XV, el 10 de Agosto de 1915, autorizó lo mismo a todos los sacerdotes del mundo católico.

La Iglesia nos recuerda en una Epístola sacada de San Pablo, que los muertos resucitarán; y nos manda esperar porque en este día nos tornaremos a ver en el Señor. La Secuencia describe gráficamente el Juicio final en que los buenos serán separados por siempre de los malos.

El Ofertorio recuerda que S. Miguel es quien introduce las almas en el cielo, porque dicen las oraciones de la recomendación del alma, él es el Jefe de la milicia celestial, entre la cual se han de poner los hombres, ocupando los sitiales dejados vacíos por los ángeles malos,

“Las almas del Purgatorio, declara el Concilio de Trento, son socorridas por los sufragios de los fieles, y señaladamente por el sacrificio del altar”. Y la razón es que, en la Santa Misa el sacerdote ofrece oficialmente a Dios el precio de las almas, la Sangre del Salvador. Jesús mismo, bajo las especies de pan y vino, que recuerdan al Padre el Sacrificio del Gólgota, ora para que se aplique su virtud expiadota a esas almas.