martes, 29 de mayo de 2012

REFLEXIONES ESPIRITUALES

Por donde, así como la cosa que más contradice al casamiento es el adulterio, así la cosa que más repugna a la vida virtuosa es el pecado mortal, porque éste solo mata la caridad en que esta vida consiste. Ésta es la causa por donde todos los santos mártires se dejaron padecer tan horribles tormentos; por esto se permitieron asar y desollar, y arrastrar, atenazar y despedazar, por no cometer un pecado mortal con que estuviesen un punto fuera de la amistad y gracia de Dios. Porque bien sabían ellos que, acabando de pecar, se podían arrepentir de su pecado y alcanzar perdón de él - como lo hizo san Pedro acabando de negar -, mas con todo esto escogieron antes pasar por todos los tormentos del mundo, que estar por espacio de un credo en desgracia de este señor.

Mas no sé si anteponga a estos tan ilustres ejemplos uno que escribe san Jerónimo en la Vida de san Pablo, primer ermitaño, de un santo mancebo, al cual después de intentados otros muchos medios, quisieron los tiranos casi por fuerza hacer ofender a Dios. Y para esto le hicieron acostar de espaldas y desnudo en una cama blanda, a la sombra de los árboles de un jardín muy fresco, atándole con unas muy blandas ataduras pies y manos para que ni pudiese huir ni defenderse. Y esto hecho, enviaron una mala mujer muy bien ataviada para que usase de todos los medios posibles con que venciese la virtud y constancia del santo mancebo. Pues, ¿qué haría aquí el caballero de Cristo? ¿Qué medio tomaría para evitar tan grande deshonra, donde el cuerpo estaba desnudo y atados los pies y las manos? Mas con todo esto, no faltó aquí la virtud del cielo y la presencia del Espíritu Santo, el cual le inspiro que, para defenderse del presente peligro, hiciese una cosa la más nueva y extraña de todas cuantas hasta hoy están escritas en historias de griegos y de latinos. Porque el santo mancebo, con la grandeza del temor de Dios y aborrecimiento del pecado, se cortó la lengua con sus propios dientes -que solos libres tenía-, y la escupió en la cara de la deshonesta mujer, y así espantó y despidió de sí a ella con este tan extraño hecho, y templó el natural encendimiento de su carne con la fuerza deste dolor. Esto basta para que por aquí en breve se vea el grado en que todos los santos aborrecieron un pecado mortal. Donde también pudiera contar otros que, desnudos, se revolcaron entre las zarzas y espinas, y otros en medio del invierno entre las pellas de nieve, para resfriar los fuegos de la carne atizados por el enemigo.

La razón desto es porque la primera raíz de todo pecado es el error y engaño del entendimiento, que es el consejero de la voluntad. Por lo cual procuran siempre nuestros adversarios de pervertir el entendimiento, porque pervertido éste, luego es pervertida la voluntad que se rige por él. Por esto trabajan de vestir el mal con color de bien, y vender el vicio debajo de imagen de virtud, y encubrir de tal manera la tentación que no parezca tentación sino razón.

«La humildad hace de los hombres ángeles, y la soberbia de los ángeles demonios». Y san Bernardo dice: «La soberbia derriba de lo más alto hasta lo más bajo, y la humildad levanta de lo más bajo hasta lo más alto. El ángel, ensoberbeciéndose en el cielo, cayó en los abismos; y el hombre, humillándose en la tierra, es levantado sobre las estrellas del cielo».

Pues aprende, hombre, a obedecer; aprende, tierra, a estar debajo de los pies; aprende, polvo, a tenerte en nada; aprende, ¡oh cristiano!, de tu señor y tu Dios, que fue manso y humilde de corazón. Si te desprecias de imitar el ejemplo de los otros hombres, no te desprecies de imitar el de Dios, el cual se hizo hombre, no solamente para redimirnos, sino también para humillarnos.

Considera, pues, lo que fuiste antes de tu nacimiento, y lo que eres ahora después de nacido, y lo que serás después de muerto.

Por lo cual dice Dios por san Bernardo: «¡Oh hombre!, sí bien te conocieses, de ti te descontentarías y a mí agradarías; más porque no conoces a ti, estás ufano en ti y descontentas a mí. Vendrá tiempo cuando ni a mí ni a ti contentarás: a mí no, porque pecaste, y a ti tampoco, porque arderás para siempre. A solo el diablo parece bien tu soberbia, el cual por ella, de graciosísimo ángel se hizo abominable demonio, y por esto naturalmente huelga con su semejante».