jueves, 4 de noviembre de 2010

Como se debe adquirir la paz


Mucha paz tendríamos si en los dichos y hechos ajenos que no nos pertenecen no quisiésemos meternos. ¿Cómo puede estar en paz mucho tiempo el que se entremete en cuidados ajenos, y busca ocasiones exteriores, y dentro de sí poco o tarde se recoge? bienaventurados los sencillos, porque tendrán mucha paz.

¿Cuál fue la causa por que muchos de los Santos fueron tan perfectos y contemplativos? Porque estudiaron en mortificarse totalmente a todo deseo terreno; y por eso: pudieron con. lo íntimo del corazón allegarse a Dios y ocuparse libremente en sí mismos: Nosotros nos ocupamos mucho con nuestras pasiones; y tenemos demasiado cuidado de lo transitorio. Y también pocas veces vencemos un vicio perfectamente, ni nos alentamos para aprovechar cada día, y por esto nos quedamos tibios y aun fríos.

Si estuviésemos perfectamente muertos a nosotros mismos, y en lo interior desocupados, entonces podríamos gustar las cosas divinas y experimentar algo de la contemplación celestial. El impedimento mayor y total es qué no somos libres de nuestras inclinaciones y deseos, ni trabajamos por entrar en el camino perfecto de los Santos.

Y también cuando alguna adversidad se nos ofrece, muy presto nos desalentamos y nos volvemos a las consolaciones humanas. Si nos esforzásemos más a pelear como fuertes varones, veríamos sin duda la ayuda del Señor que viene desde el Cielo sobre nosotros. Porque dispuesto está a socorrer a los que pelean y esperan en su gracia, y nos procura ocasiones de pelear para que alcancemos victoria. Si solamente en las observancias de fuera ponemos el aprovechamiento de la vida religiosa, presto se nos acabara la devoción. Mas pongámosla seguro a la raíz, porque, libres de las pasiones, poseamos pacíficas nuestras almas.

Si cada año desarraigásemos un vicio presto seríamos perfectos. Mas ahora, al contrario, muchas veces experimentamos que fuimos mejores y más puros en el principio de nuestra conversión que después de muchos años de profesos. Nuestro fervor y aprovechamiento cada día debe crecer; mas ahora ya nos parece mucho conservar alguna parte del primer fervor. Si al principio hiciésemos algún esfuerzo, podríamos después hacerlo todo con facilidad y gozo.

Grave cosa es dejar la costumbre; pero, más grave es ir contraria propia voluntad. Más si no vences las cosas pequeñas y ligeras, ¿cómo vencerás las dificultosas?
Resiste en los principios a tu inclinación, y deja la mala costumbre, porque no te lleve poco a poco a mayor dificultad. ¡Oh, si mirases cuánta paz a ti mismo, y cuánta alegría darías a los otros rigiéndote bien, yo creo que serías más solícito en el aprovechamiento espiritual!

miércoles, 3 de noviembre de 2010

DE LOS EJEMPLOS DE LOS SANTOS PADRES

Considera bien los heroicos ejemplos de los Santos Padres, en los cuales resplandeció la verdadera perfección y religión, y verás cuán poco o casi nada es lo que hacemos.
¡Ay de nosotros? ¿Qué es nuestra vida comparada con la suya?
Los Santos y amigos de Cristo sirvieron al Señor en hambre y en sed, en frío y desnudez, en trabajos y fatigas, en vigilias y ayunos, en oraciones y santas meditaciones, en persecuciones y muchos oprobios.
2. ¡Oh, cuán graves y cuántas tribulaciones padecieron los apóstoles, mártires, confesores, vírgenes y todos los demás que quisieron seguir las pisadas de Cristo?
Pues en este mundo aborrecieron sus vidas para poseer sus almas en la vida eterna ¡Oh, cuán estrecha y retirada vida hicieron los Santos Padres en el yermo! ¡Cuán largas y graves tentaciones padecieron! ¡Cuán de ordinario fueron atormentados del enemigo! ¡Cuán continuas y fervientes oraciones ofrecieron a Dios! ¡Cuán rigurosas abstinencias cumplieron! ¡Cuán gran celo y fervor tuvieron en su aprovechamiento espiritual! ¡Cuán fuertes peleas pasaron para vencer los vicios! ¡Cuán pura y recta intención tuvieron con Dios!
3. De día trabajaban, y por la noche se ocupaban en larga oración; aunque trabajando, no cesaban de la oración mental.
Todo el tiempo gastaban bien; las horas les parecían cortas para darse a Dios, y por la gran dulzura de la contemplación, se olvidaban de la necesidad del mantenimiento corporal.
Renunciaban todas las riquezas, honras, dignidades, parientes y amigos; ninguna cosa querían del mundo; apenas tomaban lo necesario para la vida, y les era pesado servir a su cuerpo aun en las cosas más necesarias. De modo que eran pobres de lo temporal, pero riquísimos en gracia y virtudes.
En lo de fuera eran necesitados; pero en lo interior estaban con la gracia y divinas consolaciones recreados.
Ajenos eran al mundo, mas muy allegados a Dios, del cual eran familiares amigos. Teníanse por nada en cuanto a sí mismos y para nada con el mundo eran despreciados; mas en los ojos de Dios eran muy preciosos y amados.
Estaban en verdadera humildad; vivían en sencilla obediencia; andaban en caridad y paciencia, y por eso cada día crecían en espíritu y alcanzaban mucha gracia delante de Dios.
Fueron puestos por dechados a todos los religiosos, y más nos deben mover para aprovechar en el bien, que no la muchedumbre de los tibios para aflojar y descaecer.
4. ¡Oh, cuán grande fue el fervor de todos los religiosos al principio de sus sagrados institutos! ¡Cuánta la devoción de la oración! ¡Cuanto el celo de la virtud! ¡Cuánta disciplina floreció! ¡Cuánta reverencia y obediencia al superior hubo en todas las cosas!
Aun hasta ahora dan testimonio de ello las señales que quedaron, de que fueron verdaderamente varones santos y perfectos los que, peleando tan esforzadamente, vencieron al mundo.
Ahora ya se estima en mucho aquel que no quebranta la Regla, y con paciencia puede sufrir lo que aceptó por su voluntad.
5. ¡Oh tibieza y negligencia de nuestro estado, que tan presto declinamos del fervor primero, y nos es molesto el vivir por nuestra flojedad y tibieza!
¡Pluguiese a Dios que no durmiese en ti el aprovechamiento de las virtudes, pues viste muchas veces tantos ejemplos de devotos!
Kempis

martes, 2 de noviembre de 2010

Conmemoración de los Santos Disfuntos


La fiesta de Todos los Santos nos trae, como naturalmente, a la memoria el recuerdo de las almas santas que, cautivas en purgatorio, para expiar en él sus culpas veniales o bien para satisfacer la pena temporal debida a sus pecados, están, sin embargo, confirmadas en gracia, y algún día entrarán en el cielo. Así que, después de haber celebrado la Iglesia, en medio del regocijo la gloria de los Santos que constituyen la Iglesia del cielo, la Iglesia de la tierra extiende su maternal solicitud hasta aquel lugar de indecibles tormentos, en que se ven sumidas almas que también pertenecen a la Iglesia que llamamos purgante.

“En este día, dice el Martirologio romano, la Conmemoración de Todos los Fieles difuntos, en la cual nuestra común y piadosa madre la Iglesia, después de haber tratado de honrar con dignos loores a todos los hijos suyos, que tiene ya gozando en el cielo, se esfuerza por ayudar con poderosos sufragios cerca de Cristo su Esposo y Señor, a todos los que aun gimen en el purgatorio; a fin de que cuanto antes se sumen a la sociedad de los moradores de la Ciudad celestial”.

En ninguna parte como aquí anuncia la liturgia de una manera tan explícita la misteriosa trabazón que estrecha a la Iglesia triunfante con la militante y la purgante, y nunca tampoco aparece más claro el doble deber de caridad y de justicia que fluye naturalmente de su misma incorporación al cuerpo místico de Cristo. Sabemos que, en virtud del dogma de fe de la Comunión de los santos, los méritos y sufragios de los unos vienen a ser también de los demás, en virtud de una comunidad de bienes espirituales; de manera que, sin mermar los derechos de la divina justicia, que con todo rigor se nos aplican al fin de nuestra vida, la Iglesia puede unir aquí su oración con la del cielo, y suplir por lo que falta a las almas del Purgatorio, ofreciendo a Dios por ellas, mediante la Santa Misa, las Indulgencias, las limosnas y los sacrificios de sus hijos, los méritos sobreabundantes de la Pasión de Cristo y de sus místicos miembros. De ahí que la liturgia ha sido siempre, el medio empleado por la Iglesia para practicar con los Fieles Difuntos el deber de la caridad, que nos manda atender a las necesidades del prójimo cual si fueran propias nuestras, en virtud siempre de ese lazo sobrenatural y apretadísimo, que une en Jesús al cielo con la tierra y el Purgatorio.

La liturgia de los Difuntos es tal vez la más hermosa y más consoladora de todas. A diario, al fin de las Horas del Oficio divino, se encomiendan a la misericordia divina las almas todas de los Fieles Difuntos. En la Misa, el sacerdote ofrece el Sacrificio por los vivos y los muertos (Súscipe), y en un Memento especial pide al Señor se acuerde de sus siervos y siervas que, habiendo muerto en Cristo, duermen ahora el sueño de la paz y les haga pasar al lugar de refrigerio, de luz y de paz.

La solemne conmemoración de todos los Fieles Difuntos se debe a San Odilón, cuarto abad del célebre monasterio benedictino de Cluny. Él fue quien la instituyó en 998, y mandó celebrarla en día como hoy. La influencia de aquella ilustre y poderosa Congregación hizo se adoptara bien pronto este uso en todo el orbe cristiano, y que este día fuese en algunas partes fiesta de guardar. En España, en Portugal y en América del Sur, que de ella dependían, Benedicto XIV, había concedido celebrar tres misas el 2 de noviembre, y Benedicto XV, el 10 de Agosto de 1915, autorizó lo mismo a todos los sacerdotes del mundo católico.

La Iglesia nos recuerda en una Epístola sacada de San Pablo, que los muertos resucitarán; y nos manda esperar porque en este día nos tornaremos a ver en el Señor. La Secuencia describe gráficamente el Juicio final en que los buenos serán separados por siempre de los malos.

El Ofertorio recuerda que S. Miguel es quien introduce las almas en el cielo, porque dicen las oraciones de la recomendación del alma, él es el Jefe de la milicia celestial, entre la cual se han de poner los hombres, ocupando los sitiales dejados vacíos por los ángeles malos,

“Las almas del Purgatorio, declara el Concilio de Trento, son socorridas por los sufragios de los fieles, y señaladamente por el sacrificio del altar”. Y la razón es que, en la Santa Misa el sacerdote ofrece oficialmente a Dios el precio de las almas, la Sangre del Salvador. Jesús mismo, bajo las especies de pan y vino, que recuerdan al Padre el Sacrificio del Gólgota, ora para que se aplique su virtud expiadota a esas almas.

viernes, 18 de junio de 2010

Theresa Neumann

(Konnersreuth, 1898 - 1962) Debe su fama a que desde 1928 experimentó en visiones los sufrimientos de Cristo, y mostraba los estigmas de la pasión en su cuerpo. Era hija de padres campesinos, de profundas convicciones cristianas. Terminados sus años de educación básica, a partir de 1912, tuvo que trabajar como empleada en la granja de un vecino.
Para entonces ya había padecido una enfermedad que la dejó algo irritable y nerviosa y muy propensa a padecer ataques de vértigo. En marzo de 1918, la casa donde trabajaba fue presa de un incendio, lo cual aterrorizó a la joven Teresa; estaba ayudando a pasar baldes de agua para tratar de apagar el fuego, cuando de repente el balde se le resbaló de las manos y no pudo trabajar más: sus piernas se quedaron entumecidas y sintió como si algo se le clavara en el pecho. Aunque quedó muy débil, el granjero le obligaba a realizar arduas tareas, de tal forma que un día sus piernas se doblaron y su cabeza fue a golpear contra una piedra, después de lo cual regresó a su casa y se dedicó a ayudar a su madre en las tareas del hogar.



No pararon ahí sus males y sufrimientos: su carácter se hizo melancólico e irritable, todo parecía molestarle, de forma que se volvió insoportable. Su familia la recluyó en un hospital, de donde volvió a las siete semanas sin experimentar mejora alguna. En 1919 perdió la vista, sufrió parálisis en un lado y perdió el oído izquierdo. En la Navidad de 1922 experimentó un violento dolor en la garganta, que la dejó imposibilitada para tragar alimento sólido. A menudo su cuerpo aparecía cubierto de llagas y abscesos. En noviembre de 1925 sufrió de apendicitis y un año después neumonía. Lo maravilloso en su vida es que, al parecer, de todas estas enfermedades se curó "milagrosamente", en un éxtasis en el que se le apareció Santa Teresita, de la que era muy devota.
La Cuaresma de 1926 marca una etapa nueva en la vida de Teresa: todos los viernes comenzó a tener éxtasis, durante los cuales se le mostraba la Pasión de Cristo con muchos detalles que no se relatan en los Evangelios; esas visiones se daban como en "estaciones", que podían durar de dos a quince minutos; después de las visiones quedaba en un estado en el cual su mente volvía a ser como de niño, y no comprendía las nociones más sencillas; luego seguía un estado de exaltación, durante el cual Teresa podía hablar en términos desconocidos para ella, comunicaba pretendidos consejos de Cristo o predecía el futuro.



A los éxtasis de los viernes les acompañaba la presencia de las llagas del Crucificado en las manos, en los pies y en el pecho. A esto hay que añadir que durante los cuarenta días de la Cuaresma no necesitaba comer; le bastaba con la con Sagrada Hostia. El conocimiento de estos hechos, naturalmente, suscitó enorme curiosidad en muchos ambientes cristianos, de forma que Konnersreuth se convirtió en un centro de peregrinaciones y la situación económica de la familia mejoró notablemente a causa de los donativos que los "peregrinos" dejaban.
La Iglesia se mostró muy cauta en todo momento. La recuperación maravillosa de la salud de Teresa pudo ser milagrosa, pero los signos que la acompañaron no se acomodaban a los criterios exigidos por la Sagrada Congregación de Ritos para declarar un milagro. Expertos teólogos, teniendo en cuenta los criterios de místicos experimentados en fenómenos extraordinarios como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, analizaron los hechos y llegaron a la conclusión de que no había suficientes pruebas para hablar de milagros; las curaciones y las llagas en el cuerpo de Teresa, podían deberse a causas naturales.

Por otra parte, por más que la Iglesia propuso reiteradamente un detenido examen médico, éste nunca se pudo llevar a efecto, por oposición de la familia y por el excesivo recato de la enferma que no permitía que un médico se acercara ni siquiera a la cabecera de su cama. No siendo posible declararse en pro ni en contra de las estigmatizaciones, las autoridades eclesiásticas optaron por aconsejar a los fieles que se abstuvieran de acudir a Konnersreuth. Teresa, por su parte, se mantuvo siempre dentro de la más estricta ortodoxia católica.

viernes, 21 de mayo de 2010

San Hilarión


LA PRIMERA SERIE DE MILAGROS

La mujer sin hijos. Ya había cumplido veintidós años en el desierto y su fama era conocida por todos pues se había difundido por todas las ciudades de Palestina. Una mujer de Eleuterópolis a quien su marido despreciaba a causa de su esterilizad - durante quince años de matrimonio no había dado frutos - fue la primera que se atrevió a presentarse ante Hilarión y, sin que él pudiera imaginar algo semejante, repentinamente se arrojó a sus pies y le dijo: "Perdona mi atrevimiento, pero considera mi necesidad. ¨Por qué apartas tus ojos?. ¨Por qué huyes de la que te suplica? No mires en mí a una mujer, sino a una afligida. Mi sexo engendró al Salvador. No son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos" .
Finalmente Hilarión se volvió hacia ella - después de tanto tiempo no veía una mujer - y le preguntó el motivo de su venida y de sus l grimas. Una vez informado, levantando los ojos al cielo la exhortó a tener confianza y con l grimas la despidió. Pasado un año la vio con un hijo .
Aristenete. Este comienzo de sus milagros se hizo aún más célebre por otro milagro mayor. Cuando Aristenete, mujer de Helpidio - que después fue prefecto del pretorio - muy conocida entre los suyos y más aún entre los cristianos, regresaba con su marido y sus tres hijos después de haber visitado a san Antonio, se detuvo en Gaza a causa de una enfermedad que los había atacado. Allí, sea por el aire contaminado, sea, como después se manifestó, para la gloria del siervo de Dios Hilarión, todos fueron asaltados al mismo tiempo por fiebres tercianas y los médicos habían desesperado de su recuperación. La madre yacía gimiendo en alta voz e iba de un hijo al otro, semejantes ya a cadáveres, sin saber a cuál llorar primero.
Habiendo oído que en el cercano desierto había un monje, olvidando su rango de señora respetable - sólo consideraba su ser de madre - fue allí acompañada de doncellas y de eunucos. Su marido a duras penas consiguió que hiciese el viaje sentada sobre un asno. Cuando llegó a la presencia de Hilarión le dijo: "En el nombre de Jesús, nuestro misericordiosísimo Dios, te conjuro por su cruz y por su sangre que me devuelvas a mis tres hijos y así sea glorificado el nombre del Señor Salvador en esta ciudad pagana. Que su siervo entre en Gaza y Marnas sea destruido".
El se resistía, diciendo que nunca había salido de su celda y que no estaba habituado a entrar en las ciudades, ni siquiera en una aldea. Ella, postrada en tierra, decía una y otra vez: "Hilarión, siervo de Cristo, devuélveme a mis hijos. Antonio los tuvo en brazos en Egipto, sálvalos tu en Siria".
Todos los presentes lloraban y también él, negándose, lloró. ¨Qué más puedo decir?. La mujer no partió hasta que él no le hubo prometido que entraría en Gaza después de la puesta del sol. Cuando llegó allí, haciendo la señal de la cruz sobre el lecho de cada uno y sobre sus miembros afiebrados, invocó el nombre de Jesús y, cosa admirable, de inmediato el sudor de los enfermos brotó hacia afuera como de tres fuentes. Entonces, en esa misma hora tomaron alimentos y reconociendo a su madre que lloraba besaron las manos del santo, bendiciendo a Dios.
Cuando esto se supo y la noticia se divulgó a lo largo y a lo ancho, acudían a él multitudes de Siria y Egipto, de modo que muchos creyeron en Cristo y abrazaron la vida monástica. No había todavía monasterios en Palestina y nadie en Siria había conocido a un monje antes que Hilarión. El fue el fundador y el primer maestro de este estilo de vida y de esta ascesis en aquella provincia . El Señor Jesús tenía en Egipto al anciano Antonio, y en Palestina al joven Hilarión.
Un ciego ve. Facidia es un barrio de Rhinocorura, ciudad de Egipto . De allí llevaron al beato Hilarión una mujer ciega desde hacía diez años. Le fue presentada por varios hermanos, muchos de los cuales eran monjes. Ella le dijo que había gastado todos sus bienes en médicos. Entonces él le respondió: "Si hubieras dado a los pobres lo que perdiste en médicos, Jesús, el verdadero médico, te habría curado".
Como ella gritaba suplicando misericordia, él tocó sus ojos con saliva y enseguida, a ejemplo del Salvador, ocurrió el milagro de la curación .
El cochero de Gaza. También un cochero de Gaza, que iba sentado en su carruaje, fue golpeado por un demonio. Quedó totalmente tieso, al punto de no poder mover las manos ni doblar el cuello. Colocado sobre un lecho y sólo pudiendo mover la lengua para orar, oyó que le decían que no podría sanar sino creyendo en Jesús, y prometiendo renunciar a su antigua profesión. Entonces creyó, prometió y fue sanado, y se alegró más por la salud de su alma que por la de su cuerpo.
Marsitas. Había un joven muy fuerte llamado Marsitas, del territorio de Jerusalén, que se jactaba de tener una fuerza tan grande que podía llevar cargados durante mucho tiempo y por un largo trecho quince modios de trigo. Se gloriaba de tener una fuerza superior a la de los asnos. Estaba poseído por un demonio malísimo, y no lo podían detener ni cadenas, ni grillos, ni cerrojos, ni puertas. Con sus mordiscos había cortado a muchos la nariz o las orejas. A uno le había roto los pies y a otros la garganta. A tal punto había llenado de terror a todos que, atado con cuerdas y cadenas lo arrastraron al monasterio como a un toro enfurecido.
Cuando los hermanos lo vieron, llenos de terror - era un hombre de extraordinaria corpulencia - avisaron al padre. Este, permaneciendo sentado, ordenó que se lo trajeran y que lo soltaran. Una vez que lo dejaron le dijo: "Inclina la cabeza y ven". El comenzó a temblar y a doblar el cuello, y ni siquiera se atrevía a mirar a Hilarión; depuesta toda su ferocidad comenzó a lamer los pies del que estaba sentado. Así, el demonio que había poseído al joven, exorcizado y castigado, salió de él al cabo de siete días.
Orión. Tampoco podemos callar lo referente a Orión, hombre importante y acaudalado de la ciudad de Aila, situada junto al mar Rojo. Estaba poseído por una legión de demonios y fue conducido a Hilarión. Sus manos, cuello, caderas y pies estaban cargados de cadenas; sus ojos, torvos y amenazadores, expresaban la crueldad de su furor.
Mientras el santo caminaba con los hermanos y les intepretaba cierto pasaje de la Escritura, aquél escapó de las manos que lo sujetaban y tomando a Hilarión por detrás lo levantó en alto. Un gran clamor brotó de todos pues temieron que destrozase sus miembros debilitados por el ayuno. El santo sonriendo dijo: "Tranquilos, déjenme con mi adversario en la arena". Y así, pasando la mano sobre sus hombros tocó la cabeza de Orión y tomándolo por los cabellos lo trajo ante sus pies, reteniéndolo frente a sí con ambas manos y pisando con sus propios pies los pies de aquél, y repetía:"­retuércete!". Y mientras Orión gemía y, bajando el cuello tocaba el suelo con la cabeza, Hilarión dijo: "Señor Jesús libra a este desgraciado, libra a este cautivo; así como vences a uno puedes vencer a muchos". Y sucedió algo inaudito: de la boca del hombre salían diversas voces y como el clamor confuso de un pueblo .
Una vez curado también éste, poco tiempo después fue al monasterio con su mujer y sus hijos para dar gracias, llevando muchos regalos. El santo le dijo: "No has leído lo que sufrieron Giezei y Simón , uno por haber recibido y el otro por haber ofrecido dinero? Aquel quería vender la gracia del Espíritu Santo, éste otro quería comprarla". Y como Orión llorando insistía:"Tómalo y d selo a los pobres", Hilarión respondió: "Tú puedes distribuir tus bienes mejor que yo, pues tu recorres las ciudades y conoces a los pobres. Yo, que abandoné lo mío ¨por qué voy a desear lo ajeno? Para muchos el nombre de los pobres es una ocasión de avaricia, la misericordia en cambio no conoce artificios. Nadie da mejor que el que no se reserva nada para sí". Orión entristecido yacía en tierra. Entonces Hilarión le dijo:"Hijo, no te contristes. Lo que hago por mí lo hago también por ti. Si aceptara estos presentes ofendería a Dios y la legión de demonios volvería a ti".
El paralítico de Maiuma. Y ¨cómo pasar en silencio lo referente a Zanano de Maiuma? Mientras cortaba piedras traídas de la orilla del mar, no lejos del monasterio de Hilarión, para una construcción, fue atacado por una parálisis en todos sus miembros. Sus compañeros de trabajo lo condujeron al santo. Sanó inmediatamente y pudo retornar a su obra.
La costa que se extiende desde Palestina a Egipto, suave por naturaleza, se torna áspera a causa de la arena que se endurece como piedra, tornándose paulatinamente más sólida. Entonces deja de ser un arenilla para el tacto, aunque siga conservando la apariencia de tal.
Itálico, criador de caballos. Itálico ciudadano cristiano de la misma localidad, criaba caballos para el circo, compitiendo con un magistrado romano de Gaza, que era adorador del ídolo Marnas.
En las ciudades romanas se conservaba desde los tiempos de Rómulo el recuerdo del feliz rapto de las Sabinas. Los cuadrigas recorren siete veces el circuito en honor de Conso, el dios de los consejos. La victoria consiste en eliminar los caballos del adversario .
Como su rival tenía un hechicero que con encantamientos demoníacos frenaba los caballos de aquél e incitaba a correr a los propios, Itálico fue a ver a Hilarión y le suplicó no tanto que dañara al adversario cuanto que protegiera sus animales.
Al venerable anciano no le pareció razonable hacer oración por un motivo tan fútil. Sonrió y le dijo: "¨Por qué más bien no das a los pobres el precio de la venta de tus caballos, para la salvación de tu alma?". El respondió que se trataba de un empleo público que realizaba no por propia voluntad sino por obligación. Como cristiano él no podía emplear artes mágicas, pero sí pedir ayuda a un siervo de Cristo, especialmente contra los habitantes de Gaza, enemigos de Dios que insultaban no tanto a él como a la Iglesia de Cristo.
A ruego de los hermanos que se hallaban presentes Hilarión ordenó que llenaran de agua el vaso de terracota en el que solía beber, y que se lo dieran a aquel hombre. Itálico lo llevó y roció con él el establo, los caballos y sus cocheros, el coche y los cerrojos del recinto. Era extraordinaria la expectativa de la gente. El adversario se había reído, burlándose de ese gesto, mientras que los partidarios de Itálico exultaban prometiéndose una victoria segura.
Dada la señal unos corrieron rápidamente mientras que los otros quedaron impedidos. Bajo el coche de aquellos, las ruedas ardían; éstos apenas veían la espalda de los que se adelantaban como volando. Entonces se elevó un grandísimo clamor de la multitud, al punto de que también los paganos gritaron: "Marnas ha sido vencido por Cristo". Mas los adversarios de Hilarión, furiosos, pidieron que éste, como hechicero de los cristianos, fuera llevado al suplicio .
La victoria indiscutible de aquellos juegos del circo y los otros hechos precedentes fueron la ocasión de que un gran número de paganos abrazara la fe.
Una joven librada de un encantamiento mágico. Un joven del mismo mercado de Gaza amaba perdidamente a una virgen de Dios que habitaba cerca. No había tenido éxito ni con sus frecuentes halagos, ni con gestos, ni silbidos, ni otras cosas semejantes que suelen ser el comienzo de la muerte de la virginidad. Entonces se fue a Menfis para revelar su herida de amor, regresar y ver a la doncella armado con artes mágicas.
Después de un año, instruido por los sacerdotes de Esculapio, que no cura la almas sino que las pierde, vino con el propósito de realizar es estupro que había anticipado en su imaginación. Enterró bajo el umbral de la casa de la doncella ciertas palabras y figuras extrañas grabadas en una l mina de bronce de Chipre. Repentinamente la virgen enloqueció, arrojó el velo, se soltó la cabellera, y rechinando los dientes llamaba a gritos al joven. La vehemencia del amor se había convertido en locura.
Entonces fue llevada por sus padres al monasterio y la encomendaron al anciano. El demonio aullaba y declaraba: "­He sufrido violencia. He sido traído aquí contra mi voluntad!. ­Qué bien engañaba a los hombre en Menfis con mis sueños! ­Cuántas cruces, cuántos tormentos estoy sufriendo. Me obligas a salir pero estoy atado bajo el umbral. No puedo salir si no me suelta el joven que me retiene!." Entonces el anciano le dijo:"­Grande es tu fuerza si te logra retener un cordón y una l mina!. Dime, ¨por qué te has atrevido a entrar en una doncella consagrada a Dios?" "Para conservarla virgen", respondió aquél. "¨Conservarla tú, el enemigo de la castidad? ¨Por qué no entraste más bien en el que te envió?". Pero el respondió:"¨para qué iba a entrar en él, si ya tiene un colega mío, el demonio del amor?".
El santo quiso purificar a la virgen antes de mandar a buscar al joven y sus objetos mágicos. Así no parecería que el demonio se había retirado sólo porque los encantamientos habían sido quitados o porque hubiese prestado crédito a las palabras del demonio, justamente él que aseguraba que los demonios son mentirosos y astutos para fingir. Por eso, después de haber devuelto la salud a la virgen, la reprendió ásperamente por haber hecho algo que permitió al demonio entrar en ella.
Un oficial de Constancio liberado. La fama del santo se había divulgado no sólo en Palestina y en las ciudades vecinas de Egipto y Siria, sino también en las provincias lejanas.
Un oficial del Emperador Constancio, de roja cabellera y que por la blancura de su cuerpo indicaba la provincia de donde provenía (su pueblo natal está situado entre los sajones y los alemanes, región no tan extensa como fuerte, llamada Germania por los historiadores y ahora Francia) , desde hacía mucho, desde su infancia, estaba poseído por un demonio que lo obligaba a ulular durante la noche, a gemir y a rechinar los dientes. En secreto pidió al emperador un salvoconducto para ver al anciano, indicándole sencillamente el motivo. También recibió cartas para el gobernador de Palestina y fue conducido a Gaza con gran honor y escolta. Cuando preguntó a los decuriones de ese lugar dónde habitaba el monje Hilarión, los ciudadanos de Gaza se aterraron, pensando que había sido enviado por el emperador. Lo llevaron al monasterio para honrar al emisario y de este modo, si en algo habían ofendido a Hilarión, éste gesto borraría todo.
En ese momento el anciano se paseaba por las suaves arenas murmurando para sí los versículos de algún salmo. Al ver tanta gente que se acercaba se detuvo, devolvió el saludo a todos y los bendijo con la mano. Después de una hora ordenó a los otros que se fueran y le dijo al visitante que se quedara con sus servidores y guardias. Por la expresión de sus ojos y de su rostro había comprendido el motivo de su venida.
De inmediato, ante la pregunta del siervo de Dios, el hombre fue levantado en alto, de modo que apenas tocaba la tierra con los pies, y con un fortísimo rugido respondió en lengua siria, en la cual había sido interrogado. Se oyeron salir de la boca de aquel bárbaro, que sólo conocía la lengua franca y la latina, palabras sirias con una pronunciación muy pura. No faltaban los estridores, ni las aspiraciones, ni ninguna otra característica del lenguaje palestinense. El demonio confesó de qué modo había entrado en él. Y para que pudieran entender los intérpretes, que sólo conocían el griego y el latín, Hilarión también lo interrogó en griego. El respondió, e hizo alusión a los numerosos ritos de encantamiento y a los procedimientos infalibles de las artes mágicas. Hilarión le dijo:"No me interesa saber cómo entraste pero te ordeno que salgas en el nombre de nuestro Señor Jesucristo".
Cuando fue curado, el bárbaro ofreció con ingenua simplicidad diez libras de oro. El recibió de Hilarión un pan de cebada y le oyó decir que quienes comían de ese pan consideraban el oro como barro.
Animales curados. Pero no basta con hablar de los hombres. Cada día le llevaban animales furiosos. Por ejemplo, un día le llevaron un camello de enorme tamaño, conducido por más de treinta hombres y atado con solídisimas cuerdas, en medio de grandes gemidos. Ya había pisoteado a muchos.
Sus ojos estaba inyectados en sangre, le salía espuma por la boca y movía su lengua hinchada. Pero lo que más temor infundía era el resonar de sus feroces rugidos.
El anciano ordenó que lo desataran. De inmediato tanto los que lo habían traído como los que estaban con el anciano huyeron, sin excepción, en todas direcciones. Entonces él avanzó solo al encuentro del animal y le dijo: "Diablo, no me asustas con tu inmenso cuerpo. En una rapocilla o en un camello siempre eres el mismo".
Mientras tanto se mantenía firme con la mano extendida. Cuando la bestia, furiosa se acercó a él como para devorarlo, súbitamente se desplomó y bajó la cabeza hasta la tierra. Todos los presentes se maravillaron al ver tan repentina mansedumbre después de tanta ferocidad.
El anciano les enseñaba que, para dañar a los hombres, el diablo atacaba también a los animales domésticos; que ardía en un odio tan grande contra los hombres que quería hacerlos perecer no sólo a ellos, sino también a sus posesiones. Para ilustrar esto proponía el ejemplo de Job: antes de haber obtenido permiso para tentarlo, el diablo había destruido todos sus bienes. Y a nadie debía turbar el hecho de que, por orden del Señor, dos mil cerdos fueron aniquilados por los demonios . De otro modo los que lo vieron no hubieran podido creer que una tal multitud de demonios podía salir de un solo hombre, si no hubiesen visto con sus propios ojos arrojarse al mar, al mismo tiempo, semejante cantidad de cerdos.

martes, 18 de mayo de 2010

SAN PASCUAL BAYLON ALGUNAS REFLEXIONES


–¿Pecados, tú? ¿Cuáles pueden ser? Dímelo, te lo ruego.
–¡Vaya una pregunta! exclama Pascual fuera de sí; ¿acaso no hay miradas indiscretas, imaginaciones peligrosas y movimientos de impaciencia?...
Pero el Santo replicaba: «Muchos robos pequeños forman uno grande, y llegan al fin a sumar una cantidad respetable que hace a uno merecedor del infierno».
  • «Más vale pagar aquí que en el infierno»
  • «Sólo en una cosa, añade otro de sus compañeros, se mostraba intratable: en lo relativo a las costumbres».

Si alguno pronunciaba en su presencia palabras menos honestas, lo miraba con vista tan amenazadora, con brillo tan feroz en los ojos, con tal contracción en los labios, con los puños tan nerviosamente alterados y, en suma, con actitud tan terrible, que nadie hubiera osado proseguir con un tal lenguaje.

Cierto día, un pastor de Albaterra tuvo la desvergüenza de presentar al Santo una ramera. Pascual retrocedió espantado al verla, y rugió con energía:
«¡Atrás! ¡si te acercas a mí, os rompo a los dos la crisma a pedradas!...»
Y sabido era que cuando Pascual decía una cosa, no se retractaba nunca. «Cuando digo sí, sí; y cuando digo no, no. Sábete desde ahora para siempre que yo ni chanceo, ni miento». Tal era su divisa, y no fue necesario que la dijera más veces para que todos la conociesen.

Llega la hora de celebrar el Santo Sacrificio. Pascual ayuda a cuantas Misas le permiten sus ocupaciones. ¡Con qué devoción se dedica a servir en el altar a los ministros del Santuario! El ardor de su rostro revela las ocultas llamas de amor que le devoran por dentro.

Este amor crece y llega como a transfigurarle en el momento de la sagrada comunión, que tiene lugar ordinariamente en la primera Misa. Sus ojos entonces despiden fuego, de su pecho brotan suspiros que no puede reprimir, sus manos unidas se alzan a la altura del rostro, y todo anhelante y como sumido en éxtasis recibe a Dios en su corazón...

Después, cual hombre que no pertenece ya a la tierra, pierde el sentimiento de cuanto le rodea y prosigue maquinalmente sus funciones, sin darse apenas cuenta de nada... Este espectáculo se repite varias veces por semana, es decir, siempre que el Santo se acerca a la sagrada comunión.
Bien pronto sus transportes misteriosos llaman la atención del pueblo, y la gente comienza a juntarse cerca del altar para presenciarlos.

«¡Es un santo!» dice la admirada multitud. Y sus hermanos agregaban: «a ese paso, no tardará en hacer milagros».

Y milagros hacía ya el Santo... milagros de paciencia y de resignación. ¡Pobre portero! Subiendo y bajando sin cesar escaleras, yendo de la calle a las celdas y de las celdas a la calle, de la iglesia al huerto y del huerto a la iglesia, así pasa todo el día sin que, a pesar de ello, se manifieste jamás en su rostro el menor signo de impaciencia.
A veces su naturaleza desfallecía bajo la fuerza del Amor divino. Había obtenido Pascual licencia de sus superiores para irse a la iglesia en el tiempo de la recreación. Y un día de mucho frío, el padre Guardián dispone que se haga la recreación en la cocina. Llaman a Pascual para que acuda a ella. Viene al instante y se sienta junto al fuego...

Llegado allí, suspira desde lo más profundo, su mirada vaga sin fijarse en nada concreto. Un pensamiento embarga totalmente su espíritu. Se levanta de pronto, y cediendo a una fuerza irresistible, corre a postrarse ante el sagrario... Los religiosos tratan inútilmente de hacerle volver. Pero en cuanto dejan de sujetarle, se les escapa de nuevo hacia su centro de atracción.
El Guardián entonces le dice sencillamente: «Bien, fray Pascual. ¡Haz lo que quieras!». Al oir esto, el Santo obedece y cae en tierra sin sentido... Los religiosos le llevan a la celda, y una vez allí, Pascual abre los ojos, como si despertara de un sueño profundo.

Cierto religioso, que ya otras veces le había sorprendido en flagrante delito de arrobamiento, le pregunta qué le sucede:

«Os pido por favor, replica el Santo, todo confuso, que no os dejéis seducir por las apariencias en cuanto habéis visto. Dios se porta conmigo a semejanza de un padre con un mal hijo: me prodiga caricias y dulzuras para obligarme así a mejorar de vida...»

A veces su naturaleza desfallecía bajo la fuerza del Amor divino. Había obtenido Pascual licencia de sus superiores para irse a la iglesia en el tiempo de la recreación. Y un día de mucho frío, el padre Guardián dispone que se haga la recreación en la cocina. Llaman a Pascual para que acuda a ella. Viene al instante y se sienta junto al fuego...

Llegado allí, suspira desde lo más profundo, su mirada vaga sin fijarse en nada concreto. Un pensamiento embarga totalmente su espíritu. Se levanta de pronto, y cediendo a una fuerza irresistible, corre a postrarse ante el sagrario... Los religiosos tratan inútilmente de hacerle volver. Pero en cuanto dejan de sujetarle, se les escapa de nuevo hacia su centro de atracción.
El Guardián entonces le dice sencillamente: «Bien, fray Pascual. ¡Haz lo que quieras!». Al oir esto, el Santo obedece y cae en tierra sin sentido... Los religiosos le llevan a la celda, y una vez allí, Pascual abre los ojos, como si despertara de un sueño profundo.

Cierto religioso, que ya otras veces le había sorprendido en flagrante delito de arrobamiento, le pregunta qué le sucede:

«Os pido por favor, replica el Santo, todo confuso, que no os dejéis seducir por las apariencias en cuanto habéis visto. Dios se porta conmigo a semejanza de un padre con un mal hijo: me prodiga caricias y dulzuras para obligarme así a mejorar de vida...»
  • El prójimo es el medio que Dios nos ha dado para poder apreciar el amor que a Dios tenemos (Santa Catalina de Sena).

  • Nadie puede amar tanto a los hombres como los santos, porque nadie hay que ame a Dios en la medida en que ellos lo aman.

En una ocasión le vieron a través de las rendijas de la puerta mientras ejecutaba ante la imagen de la Santísima Virgen la danza de los gitanos. Tal era el medio que le sugería su candorosa simplicidad para recrear las miradas de su Reina Soberana. De este modo imitaba a Santa Teresa, que se entretenía los días de fiesta en tocar la flauta y el tamboril, y a San Francisco de Asís, que echaba mano, a guisa de violín, de dos trozos de madera para hacer sonar así la idea musical de su imaginación exuberante.