viernes, 18 de junio de 2010

Theresa Neumann

(Konnersreuth, 1898 - 1962) Debe su fama a que desde 1928 experimentó en visiones los sufrimientos de Cristo, y mostraba los estigmas de la pasión en su cuerpo. Era hija de padres campesinos, de profundas convicciones cristianas. Terminados sus años de educación básica, a partir de 1912, tuvo que trabajar como empleada en la granja de un vecino.
Para entonces ya había padecido una enfermedad que la dejó algo irritable y nerviosa y muy propensa a padecer ataques de vértigo. En marzo de 1918, la casa donde trabajaba fue presa de un incendio, lo cual aterrorizó a la joven Teresa; estaba ayudando a pasar baldes de agua para tratar de apagar el fuego, cuando de repente el balde se le resbaló de las manos y no pudo trabajar más: sus piernas se quedaron entumecidas y sintió como si algo se le clavara en el pecho. Aunque quedó muy débil, el granjero le obligaba a realizar arduas tareas, de tal forma que un día sus piernas se doblaron y su cabeza fue a golpear contra una piedra, después de lo cual regresó a su casa y se dedicó a ayudar a su madre en las tareas del hogar.



No pararon ahí sus males y sufrimientos: su carácter se hizo melancólico e irritable, todo parecía molestarle, de forma que se volvió insoportable. Su familia la recluyó en un hospital, de donde volvió a las siete semanas sin experimentar mejora alguna. En 1919 perdió la vista, sufrió parálisis en un lado y perdió el oído izquierdo. En la Navidad de 1922 experimentó un violento dolor en la garganta, que la dejó imposibilitada para tragar alimento sólido. A menudo su cuerpo aparecía cubierto de llagas y abscesos. En noviembre de 1925 sufrió de apendicitis y un año después neumonía. Lo maravilloso en su vida es que, al parecer, de todas estas enfermedades se curó "milagrosamente", en un éxtasis en el que se le apareció Santa Teresita, de la que era muy devota.
La Cuaresma de 1926 marca una etapa nueva en la vida de Teresa: todos los viernes comenzó a tener éxtasis, durante los cuales se le mostraba la Pasión de Cristo con muchos detalles que no se relatan en los Evangelios; esas visiones se daban como en "estaciones", que podían durar de dos a quince minutos; después de las visiones quedaba en un estado en el cual su mente volvía a ser como de niño, y no comprendía las nociones más sencillas; luego seguía un estado de exaltación, durante el cual Teresa podía hablar en términos desconocidos para ella, comunicaba pretendidos consejos de Cristo o predecía el futuro.



A los éxtasis de los viernes les acompañaba la presencia de las llagas del Crucificado en las manos, en los pies y en el pecho. A esto hay que añadir que durante los cuarenta días de la Cuaresma no necesitaba comer; le bastaba con la con Sagrada Hostia. El conocimiento de estos hechos, naturalmente, suscitó enorme curiosidad en muchos ambientes cristianos, de forma que Konnersreuth se convirtió en un centro de peregrinaciones y la situación económica de la familia mejoró notablemente a causa de los donativos que los "peregrinos" dejaban.
La Iglesia se mostró muy cauta en todo momento. La recuperación maravillosa de la salud de Teresa pudo ser milagrosa, pero los signos que la acompañaron no se acomodaban a los criterios exigidos por la Sagrada Congregación de Ritos para declarar un milagro. Expertos teólogos, teniendo en cuenta los criterios de místicos experimentados en fenómenos extraordinarios como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, analizaron los hechos y llegaron a la conclusión de que no había suficientes pruebas para hablar de milagros; las curaciones y las llagas en el cuerpo de Teresa, podían deberse a causas naturales.

Por otra parte, por más que la Iglesia propuso reiteradamente un detenido examen médico, éste nunca se pudo llevar a efecto, por oposición de la familia y por el excesivo recato de la enferma que no permitía que un médico se acercara ni siquiera a la cabecera de su cama. No siendo posible declararse en pro ni en contra de las estigmatizaciones, las autoridades eclesiásticas optaron por aconsejar a los fieles que se abstuvieran de acudir a Konnersreuth. Teresa, por su parte, se mantuvo siempre dentro de la más estricta ortodoxia católica.