martes, 20 de septiembre de 2011

Santa Agata Kim (Martir)


Por aquellos medios heroicos aumentó el número de los cristianos en Corea de 6000 a 9000, en menos de dos años. Fue entonces cuando se descubrieron sus actividades y se emitió un decreto para el exterminio de los fieles. Como un ejemplo de los horrores que tuvieron lugar entonces, basta citar lo que le sucedió a santa Agata Kim, una de la mártires. Se le preguntó a la infortunada mujer si era cierto que practicaba la religión cristiana «Conozco a Jesús y a María», respondió con absoluta sencillez; «pero no conozco nada más». «Si te torturamos, te olvidarás de tu Jesús y tu María», le dijeron. «¡Aunque tenga que morir, no los olvidaré!» Fue cruelmente atormentada y, por fin, se la condenó a morir. En el travesaño de una alta cruz sujeta a una carreta fue colgada Agata por sus muñecas y por su cabellera. La carreta fue conducida hasta la cumbre de una cuesta pedregosa y, desde ahí se azuzó a los bueyes para que arrastrasen a la carreta cuesta abajo, entre brincos y zarandeos y, a cada movimiento, la infeliz mujer, sujeta por los cabellos y los puños, se sacudía violentamente. Al término de aquella carrera, fue descolgada, se le arrancaron las vestiduras hasta dejarla desnuda; uno de los verdugos le sujetó la cabeza contra una piedra y otro se la cortó con un golpe de espada. San Juan Ri escribía desde la prisión: «Transcurrieron dos o tres meses antes de que el juez mandara por mí y, en ese tiempo, estuve triste e inquieto. Los pecados de mi vida entera, en la que tantas veces ofendí a Dios por pura maldad, parecían pesar sobre mí como una montaña; de continuo me preguntaba: ¿Cuál será el fin de todo esto? Sin embargo, nunca perdía la esperanza. Al décimo día de la décima segunda luna, fui llevado ante el juez, quien ordenó que fuera apaleado. ¿Cómo hubiera podido resistirlo tan sólo con mis propias fuerzas? Pero la fuerza del Señor, las plegarias de María y de los santos y de nuestros mártires, me sostuvieron tan bien, que ahora me parece que apenas si sufrí. Yo no puedo pagar tan grande misericordia y ofrecer mi vida es justo».

jueves, 15 de septiembre de 2011

EL ÁNGEL DEFENSOR


El ángel es también nuestro defensor, que nunca nos abandona, y nos protege de todo poder del maligno. ¡Cuántas veces nos habrá librado de peligros del alma y del cuerpo! ¡De cuántas tentaciones nos habrá salvado! Por eso, debemos invocarlo en los momentos difíciles y ser agradecidos con él. Cuenta la tradición que, cuando el Papa San León Magno salió de Roma a dialogar con Atila, el rey de los unos, que en el siglo V quería tomar y saquear la ciudad, se apareció un ángel gigante detrás del Papa. Atila, aterrorizado ante su presencia, mandó a sus tropas retirarse del lugar. ¿Era el ángel custodio del Papa? Lo cierto es que Roma se salvó milagrosamente de una terrible tragedia. Cuenta Corrie ten Boom en su libro “Marching Orders for the End battle” que, a mediados del siglo XX en el actual Zaire, durante la guerra civil, unos rebeldes quisieron tomar una escuela dirigida por misioneros y matarlos a todos con los niños que allí se encontraban, pero nunca consiguieron entrar en la misión. Uno de los rebeldes explicó más tarde: “Veíamos centenares de soldados vestidos de blanco y tuvimos que desistir”. Los ángeles salvaron a los niños y a los misioneros de una muerte segura. Santa Faustina Kowalska (1905-1938), la mensajera del Señor de la misericordia, dice en su Diario: "Un día caminaba y me fue cerrado el camino por una multitud de espíritus del mal, que me amenazaron con terribles tormentos... Viendo el odio tremendo que tenían contra mí, le pedí ayuda al ángel custodio y, en un instante, apareció la figura luminosa y radiante del ángel de la guarda, que me dijo: No temas, esposa de mi Señor, estos espíritus no te harán ningún mal sin su permiso. Aquellos espíritus malignos desaparecieron inmediatamente y el fiel ángel custodio me acompañó de manera visible hasta la casa. Su mirada era modesta y serena y de la frente salía un rayo de fuego" (I, 174). Santa Margarita María de Alacoque cuenta en su Autobiografía que "una vez el diablo me arrojó desde lo alto de la escalera. Llevaba yo en las manos un hornillo lleno de fuego y sin que éste se derramase, ni yo recibiera daño alguno, me encontré abajo, si bien cuantos lo presenciaron creyeron que me había roto las piernas; pero, al caer, me sentí sostenida por mi fiel custodio, pues tenía la dicha de gozar frecuentemente de su presencia". Muchos otros santos nos hablan de la ayuda inmensa de su ángel en los momentos de la tentación, como San Juan Bosco, a quien se le presentaba bajo la figura de un perro, a quien llamaba Gris, y que le defendía del poder de sus enemigos que lo querían matar. Todos los santos le han pedido ayuda en los momentos de tentación. Una religiosa contemplativa me escribía lo siguiente: "Tenía yo dos años y medio o tres años, cuando la cocinera de mi casa, que me cuidaba cuando estaba libre de sus deberes de la cocina, me llevó un día a la Iglesia. Ella fue a comulgar y, después, se sacó la hostia y la colocó en un librito y salió con prisa, llevándome en brazos. Llegamos a la casa de una vieja hechicera. Era una choza inmunda y llena de suciedad. La vieja depositó la hostia sobre una mesa, donde había un extraño perro y allí apuñaló la hostia varias veces con un cuchillo. Yo, que por mi pequeña edad no sabía nada de la presencia real de Jesús en la Eucaristía, tuve, en ese momento, la certeza inequívoca de que en aquella hostia había Alguien Vivo. De aquella hostia sentía salir una ola maravillosa de amor. Sentía que en aquella hostia había un ser vivo agonizante por aquel ultraje, pero que, a la vez, era feliz. Yo me acerqué para coger la hostia, pero mi criada me lo impidió. Entonces, levanté la cabeza y vi muy cercano a la hostia aquel perro con las fauces abiertas y con ojos de fuego que quería devorarme. Miré hacia atrás, como pidiendo ayuda, y vi a dos ángeles. Eran, pienso, los ángeles custodios, mío y de mi criada, y me pareció que fueron ellos quienes movieron el brazo de mi criada para alejarme del perro y me libraron del mal”. El ángel es nuestro protector y nos será de gran ayuda, si lo invocamos.

EXTRAIDO DE:
TU AMIGO, EL ANGEL
ÁNGEL PEÑA O.A.R.

EL ÁNGEL CUSTODIO


Los ángeles custodios están siempre a nuestro lado y nos escuchan en todas nuestras aflicciones. Cuando se aparecen, pueden tomar diferentes formas: Niño, hombre o mujer, joven, adulto, anciano, con alas o sin alas, vestidos como una persona cualquiera o con una túnica luminosa, con corona de flores o sin ella. No hay forma que no puedan tomar para ayudarnos. A veces, se pueden presentar bajo la forma de un animal amigable, como en el caso del perro Gris de San Juan Bosco, del pajarito que le llevaba las cartas al correo a Santa Gema Galgani o como el cuervo que le llevaba pan y carne al profeta Elías al torrente Querit (Reg 17,6 y 19,5-8).
Pueden presentarse también como personas comunes y corrientes, como el arcángel San Rafael, cuando acompañó a Tobías en su viaje; o con formas majestuosas y resplandecientes, como guerreros en las batallas. En el libro de los Macabeos se nos dice que "cerca de Jerusalén se les apareció en cabeza un jinete vestido de blanco, armado con armadura de oro y una lanza. Todos a una bendijeron a Dios misericordioso y se enardecieron, sintiéndose prontos, no sólo a atacar a los hombres y a los elefantes, sino a penetrar por muros de hierro" (2 Mac 11,8-9). "En lo más duro de la pelea, se les aparecieron en el cielo cinco varones resplandecientes, montados en caballos con frenos de oro, que, poniéndose a la cabeza de los judíos y tomando dos de ellos en medio al Macabeo, le protegían con sus armas, le guardaban incólume y lanzaban flechas y rayos contra los enemigos, que heridos de ceguera y espanto caían" (2 Mac 10,29-30).
En la vida de Teresa Neumann (1898-1962), gran mística alemana, se cuenta que su ángel tomaba frecuentemente su propia figura para aparecerse en distintos lugares a otras personas, como si fuera por bilocación. Algo parecido a esto, cuenta Lucía en sus "Memorias", con relación a Jacinta, ambas videntes de Fátima. En cierta oportunidad, un primo suyo se había escapado de casa con dinero robado a sus padres. Cuando se le acabó el dinero, como un hijo pródigo, estuvo de vagabundo hasta que lo metieron en la cárcel. Pero consiguió escaparse y una noche oscura y tempestuosa, perdido entre los montes sin saber a dónde dirigirse, se puso de rodillas a rezar. En ese momento, se le aparece Jacinta (entonces niña de 9 años) y lo conduce de la mano hasta la carretera para que pueda ir a casa de sus padres. Y dice Lucía: "Yo le pregunté a Jacinta si era verdad lo que él decía, y ella me respondió que no, que no sabía dónde estaban esos pinares y montes donde él se había perdido. Ella me dijo: Yo sólo recé y pedí mucho por él por compasión con la tía Victoria". Un caso muy interesante es el del mariscal Tilly. Durante la guerra de 1663, estaba un día asistiendo a misa, cuando el Barón Lindela le manifestó que el Duque de Brunswick estaba comenzando el ataque. Tilly, que era un hombre de fe, ordenó disponer todo para la defensa, diciendo que él asumiría el control, una vez terminada la misa. Al terminar la misa y hacerse presente en el puesto de mando, las fuerzas enemigas ya habían sido rechazadas. Al preguntar quién había dirigido la defensa, el Barón se quedó extrañado, pues le dijo que él mismo había sido. El mariscal respondió: “Yo he estado en la Iglesia, asistiendo a la misa y acabo de llegar. No he tomado parte en la batalla”. Entonces, le dijo el Barón: “Habrá sido su ángel quien ha tomado su puesto y su figura”. Todos los oficiales y soldados habían visto al propio mariscal en persona, dirigiendo la batalla. Podemos preguntarnos: ¿Cómo fue eso? ¿Sería su ángel como en el caso de Teresa Neumann y otros santos? Hay un caso extraordinario en la vida de la hermana María Antonia, Cecilia Cony (1900-1939), religiosa franciscana brasileña, que veía todos los días a su ángel. Cuenta en su autobiografía que en 1918 su padre, que era militar, fue trasladado a Río de Janeiro. Todo iba normal y escribía con regularidad hasta que un día dejó de escribir. Sólo envió un telegrama, diciendo que estaba enfermo, pero nada grave. La realidad era que estaba muy enfermo con la terrible peste, llamada "española". Su esposa le enviaba telegramas y eran
contestados por el mozo del hotel llamado Miguel. Durante este tiempo, María Antonia rezaba todos los días, antes de acostarse, un rosario de rodillas por su padre y le enviaba a su ángel para que fuera a cuidarlo. Cuando el ángel regresaba, al terminar su rosario, le ponía la mano sobre el hombro y entonces podía descansar tranquila.
Durante el tiempo que su padre estuvo gravemente enfermo, el mozo Miguel lo atendió con una dedicación especial, le traía al médico, le daba las medicinas, lo aseaba... Cuando estuvo recuperado, lo sacaba a pasear y tenía todas las atenciones de un verdadero hijo. Cuando, al fin, se recuperó del todo, regresó a su casa y hablaba maravillas de aquel joven Miguel "de exterior humilde, pero que ocultaba un alma grande con un corazón ideal que infundía respeto y admiración". Miguel siempre se mostró muy reservado y discreto. No pudo saber de él más que el nombre, pero nada de su familia ni de su condición social y ni siquiera quiso aceptar ninguna recompensa por sus incontables servicios. Para él fue su mejor amigo, del que siempre hablaba con gran admiración y agradecimiento. María Antonia estaba convencida de que ese joven era su ángel, a quien enviaba a cuidar a su papá, pues su ángel también se llamaba Miguel.

EXTRAIDO DE:
TU AMIGO, EL ANGEL
ÁNGEL PEÑA O.A.R.