viernes, 26 de diciembre de 2008

La Caridad

  • Sucede con demasiada frecuencia, que la negligencia y la tibieza impiden que la ley de Dios tenga aplicación en nuestras almas.

  • Tengamos en cuenta, ciertamente, el hecho de que el alma que va adelante tanto mejor ve su miseria cuanto mejor comprende la grandeza de Dios.

  • Los tres siglos de persecución de la primitiva Iglesia fueron ciertamente tiempos de valor, de heroica fortaleza, pero aún lo fueron más de ardiente amor de Dios.

  • Puede existir la ciencia sin el amor de Dios y del prójimo; y en este caso, como dice San Pablo, produce la hinchazón del orgullo, haciendo que vivamos para nosotros mismos y no para Dios.

  • San Agustín dijo: “Ama et fac quod vis”: “Ama y haz lo que quieras”; y cualquier cosa que hagas te valdrá para la vida eterna, con tal que en verdad ames a Dios mas que ha ti mismo.

  • Un santo poco instruido en asuntos teológicos, pero con un gran amor de Dios, es seguramente más perfecto que un gran teólogo con poca caridad.

  • La caridad, pues, ha de ocupar el primer lugar en nuestra alma, por encima del amor a la ciencia y al progreso humano cualquiera que sea.

  • La absoluta continuidad en el amor no es posible en la tierra; hay momentos de sueño y de distracción.

  • Se necesita para alcanzar el estado de santidad una recia labor sobre sí mismo, seria lucha y espíritu de abnegación y renuncia de si propio, para que nuestro afecto, dejando de bajar hacia las cosas de la tierra, se eleve siempre mas puro y decidido hacia el Señor. Es necesario la oración, el recogimiento habitual, una gran docilidad al Espíritu Santo y la aceptación de la cruz que purifica.

  • Aun la caridad en grado inferior puede vencer todos las tentaciones.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Espiritualidad

Si algún terreno existe en el que es preciso considerar a los hombres, no como son, sino como deben ser, ese es precisamente el de la espiritualidad.

Cuando la vida no esta a la altura del pensamiento, el pensamiento desciende hasta el nivel de la vida, ha dicho alguien.

Cuando Dios vista un alma caen las escamas de sus ojos y un gran misterio se cumple en su interior: ¡ese hombre es otro! Es desde ahora manso y humilde de corazón; ya puede morir, pues ha conquistado la verdad.

Pero en cuanto peques mortalmente, pierdes la gracia santificante.

San Agustín decía: Dios que te creó sin que tú obraras, no te santificara sin tu cooperación.

Nada hay más práctico, más eficaz, mas al alcance de todos, para santificarse, que sobrenaturalizar así cada uno de nuestros actos, ofreciéndolos con nuestro Señor a Dios, para su gloria y para el bien de las almas.

Dios, en efecto, lo ve todo, lo ve todo, conserva todas las cosas en su existencia e inclina a cada criatura a los actos que le convienen.

No olvidemos una cosa: que Dios no se comunica de ordinario a la criatura sino en la medida de sus disposiciones. Cuando estas se hacen mas puras, las divinas personas se hacen también más íntimamente presentes y operantes. En tal caso Dios nos pertenece y nosotros a él, y deseamos ardientemente progresar en su amor.

Debería haber en nuestras comuniones como una marcha acelerada hacia Dios, que recuerda la aceleración de la gravitación de los cuerpos hacia el centro de la gravedad. Como la piedra cae tanto mas ligera cuanto se acerca mas a la tierra que la atrae, así deberían las almas apresurarse tanto más hacia Dios cuanto mas se acercan a él, que les debería atraer siempre.

Maria renunció a sus derechos de madre por la salvación de todos los hombres.

En el momento en que su hijo iba a morir crucificado, aparentemente vencido y abandonado, ella no ceso un solo instante de creer que el era el verbo hecho carne, el salvador del mundo que, tres días después, resucitaría como lo había predicho.






lunes, 15 de diciembre de 2008

Something to think

Hay almas que saben meditar a las que la soledad y la meditación elevan sin que nadie pueda evitarla. Todos sus pensamientos conducen al entusiasmo y a la oración y buscan escalones para poder subir hasta Dios.


La vida de la gracia es la misma vida eterna iniciada. Si una inteligencia creada pudiera ver a Dios inmediatamente por sus solas fuerzas naturales, esa inteligencia poseería el mismo objeto formal que la inteligencia divina.


La única cosa necesaria de que hablaba Jesús a Marta y Maria consiste en dar oídos a la palabra de Dios y en vivir según ella.


Se diría que muchos piensan así: Al fin de cuentas, basta con que yo me salve; Y no es necesario ser un santo. Que no sea necesario ser un santo que haga milagros, y cuya santidad sea oficialmente reconocida por la iglesia, cierto; pero para ir al cielo preciso es emprender el camino de la salvación, Y éste no es otro que el camino mismo de la santidad.


Si un alma entrase en el cielo antes de la remisión total de sus pecados, no podría permanecer allí y espontáneamente se precipitaría en el purgatorio para ser purificada. Ahora bien, no hay religión profundamente vivida si está privada de vida interior o de esa conversación intima y frecuente, no solo consigo mismo, sino con Dios.


Le ocurrió a Santo Tomas de Aquino; que tan bién supo elevarse, al final de sus existencia, absorto en tan alta contemplación, que no pudo dictar el final de la SUMA, porque no le era posible descender a la complejidad de cuestiones y de artículos que aun deseaba componer.


Scaramelli reconoce que muchos autores enseñan que la contemplación infusa puede ser humildemente deseada por todas las almas interiores, pero concluye diciendo que prácticamente, de no haber recibido un llamamiento especial, es mejor no desearla.


Porque el purgatorio es una pena que supone una transgresión que hubiera podido ser evitada, y una santificación imperfecta, que hubiera podido ser completada si hubiéramos aceptado de buen grado los trabajos de la vida presente.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Sean Santos I

La santidad sólo acepta unirse al hombre que la toma como única esposa. No acepta dársele como una esposa segunda.

El cristiano ha sido llamado en la Iglesia solamente a ser santo, y todo el resto —sabiduría o ignorancia, riqueza o pobreza, matrimonio o celibato, relaciones sociales o aislamiento, vivir aquí o allí, etc.— habrá de darse en él sea como consecuencia de la santidad o sea como medio mejor para tender hacia ella; es decir, según lo que Dios quiera.

Todo lo que el cristiano encuentre en la tierra habrá de ser tomado o dejado tanto en cuanto le ayude o perjudique para su vocación única, que es glorificar a Dios y crecer en santidad.

Por eso el cristiano que quiere vivir la vida cristiana, pero no quiere en realidad tender a la perfecta santidad, hace de su vida un tormento interminable, pues introduce en ella una contradicción gravísima e insuperable.

La flaqueza de la carne, es decir, la propia condición de pecador, y las insidias del diablo son enemigos mucho más fuertes y duraderos que los lazos del mundo, por ser éstos tan peligrosos y continuos.

A medida que vamos conociendo los pensamientos y caminos de Cristo, vemos que son contrarios en muchísimas cosas a los del mundo, y que «los pensamientos de los hombres son insubstanciales».

En la medida en que tendemos sinceramente hacia la santidad, la cual no podremos ir adelante si no vencemos al mundo, nos vamos liberándonos de nuestros condicionamientos negativos.

La búsqueda de la santidad suele encontrar en el mundo persecuciones muy especiales, que no se dan en el monasterio o en la vida sacerdotal y religiosa.

Poseer criaturas, y no estar apegado a ellas desordenadamente - aunque sea un poquito -, es más difícil que no poseerlas, y seguir a Cristo con el corazón libre. Es éste, sencillamente, el privilegio de la pobreza evangélica sobre la riqueza.

Convéncete, Toda santificación cristiana es obra sobrenatural de la gracia.


En nada deben frenar al Espíritu alegando que son laicos, y que «eso no va con la vocación laical» o «con la condición secular». Si Dios les da ayunar o hacer grandes limosnas, háganlo con acción de gracias. Si les da rezar la Liturgia de las Horas, háganlo sin dudar, y agradezcan al Señor tal privilegio.

La santidad consiste en la perfección de la caridad.

«Lástima de gente espiritual que está obligada a estar en el mundo por algunos santos fines, que es terrible la cruz que en esto llevan».