jueves, 24 de noviembre de 2011

SAN MIGUEL DE LOS SANTOS (TRINITARIO)


CAPÍTULO XIII.

Sus predicaciones.—Celo por el bien de las almas

Se extasía en el pulpito. — Frutos que recojen los rieles.—Queda arrebatado durante la celebracion de la Misa una vez, y otra confesando.

Muchísimo trabajo costaba a Miguel, por los motivos ya expuestos, retener en la memoria los sermones, apesar de estudiarlos con un placer que encantaba, segun afirma el mismo religioso que refiere el hecho; efecto sin duda de aquel afán que le devoraba para el bien de las almas. Estando cierta ocasion en la biblioteca repasando en compañía del P. Marco unos sermones que tenia que predicar, confesó que sti mayor deseo era ser bastante poderoso para atraer todas las almas al conocimiento y amor de Dios, (t) lín corroboracion de esto, atestigua el P. Lorenzo ya menciona

(I) Process. Matril. Pol. 98.

do, que cuando iba á predicar, estaba tan demudado su rostro con aquel vehementísimo afán, que era imposible reconocerle. Tenemos la dicha de saber por el mismo Miguel que, cuando se hallaba en el púlpito, se sentía animado de tal fervor, que hubiera querido poner á los oyentes en su corazon, y le embargaba el indecible deseo de encender en todos la intensa llama del amor de Dios. (1) Así pues, ¿qué faltaba á Miguel para recoger los abundantísimos frutos de su apostólico ministerio?

Le favorecía además otro elemento, del cual ignoramos que otros Santos, en tales actos, gozaran. Este elemento eran los éxtasis que le sobrevenian siempre ó casi siempre, segun certifican muchos que lo vieron y otros que lo oían decir, en el epílogo del sermon, y le duraban como cosa de quince minutos. Su naturaleza era la misma que la de los demás que nos han ya ocupado, esto es, daba un grito agudo, y á veces manifestaba dolor, teniendo los brazos abiertos y los ojos fijos en el cielo, sin tocar al suelo masque con la punta del dedo pulgar. Hubo ocasion que llegó á igualar la altura de sus pies con el estremo de la barandilla del púlpito; y otra, precisamente el dia de S. Marcos, que predicando en su iglesia, casi fuera de sí, dió un agudísimo grito, dicen los testigos, y se elevó mas de lo que habia hecho hasta entonces. (2)

Se ignora con qué intento, el canónigo Pedro Serrano quiso probar si sería fácil mover á Miguel estando arrebatado, un dia que predicaba en San Pablo de Baeza; y él mismo confiesa que le hizo dar una vuelta como á

(1) Process. Biacens. fol. 316. (2) Prucess. Biaceas. fol. 311. una cosa ligerísima. Desde entonces el religioso lego, compañero de Migokl, procuró que nadie se le acercara durante sus éxtasis en el púlpito, y sucediendo que para defenderle otra vez le tocó un poco de la capa, Miguel dió instantáneamente una vuelta casi completa. (1)

Así tanto por su celo y doctrina, como por estos estemos prodigios, arrancaba siempre un llanto general, de compuncion. Y mientras uno del concurso decia que aquel bendito Padre tenia el verdadero espíritu de Dios, otro afirmaba que quisiera no haber nunca cometido culpa en su vida, y un tercero que deseaba morir mil veces antes que volver á ofender al Señor. En una palabra, era verdadero tumulto la gente que se agrupaba á su rededor, particularmente en el momento que salía de la iglesia; porque debe decirse que, donde él predicaba, atraía siempre nna multitud inmensa.

No fallaba sin embargo quien se burlase de sus éxtasis, especialmente un sugeto que nunca le habia visto en aquel acto, porque aun no le habia oido predicar. Sucedió que solo por curiosidad de presenciar alguno de sus tan celebrados éxtasis, fué á un sermon, y allí su necedad se convirtió en sabiduría, ó mejor diremos, su vida escandalosa fué desde entonces edificante. Habló MiGuel aquel dia de las disposiciones necesarias para tomar dignamente el Pan de los ángeles, y sus palabras se insinuaban ya suavemente en el corazon del curioso cuando prorrumpiendo en un lastimoso ¡ ay de mi! quedó extasiado; y, conmovido el que solo habia sido es

(1) Process. Biaccns. ful. 304. 311.

peotador con intencion de burlarse, sentía en el alma haber hablado contra tan portentosos efectos del amor divino; y, durante un buen rato, sintió en el corazon el éco de aquel ¡ ay de mi! y estas palabras que le reconvenían: ¿ Estás convencido1* Qué haces1) (1) Desde entonces siempre que en % con versacion se pronunciaba el nombre de Miguel, sentía una turbacion indecible, que le sofocaba, huyendo presuroso á fin de que nadie lo advirtiese.

No faltaron personas que al hallarse Miguel así arrebatado y estático, vieron sus manos brillar con infinidad de pequeñas luces.

Podríanse referir además individualmente muchísimas otras conversiones, entre otras, la dedossugetos que vivían desde mucho tiempo en concubinato; pero haremos de ellas caso omiso, porque no están acompañadas de circunstancias tales, que merezcan especial mencion.

La devocion con que Miguel celebraba la santa misa se admira, pero no hay palabras que puedan espresarla. Aunque en la celebracion del Sacrificio no tuviese ninguno de aquellos raptos divinos, nunca empleaba menos de una hora, parándose mucho en los mementos; si bien las mas de las veces quedaba arrebatado, casi siempre durante quince ó veinte minutos, y á veces tambien media hora. Algunos dias, despues del rapto, apoyaba los brazos sobre el altar y permanecía en contemplacion otro buen rato. (2) Apesar de prolongarse tanto sus mi

(1) Process. Biacens. fol. 419. (2) Process. Biacens. fol. 337. sas, los fieles las oían sin impaciencia, llorando ordinariamente de ternura y proponiéndose emprender el camino del cielo, ó aürmándose en sus ya concebidos propósitos. (1) Cierta vez, era una festividad, y le ayudaba la misa un joven estudiante, co-hermano suyo, el cual viendo que hacía mas de quince minutos que Miguel seguía arrebatado, apesadumbrado é inquieto por lo que diría la gente, corrió á consultar al padre Ministro que estaba confesando no muy lejos, en la antigua iglesia del convento. El padre Ministro, levantándose enseguida, siguió al escolar, y despues de observar con gran sentimiento de devocion á aquel Serafin, ordenó al joven que lo dejase tranquilo, que la gente lejos de impacientarse se alegraba, porque todo redundaba en provecho suyo; pues, segun muchos afirman, al ver tan acendrada piedad, se sentían escitados á la devocion y á pedir perdon á Dios de sus propias faltas. Dias hubo en que se le oyó proferir exclamaciones de transporte siete ú ocho veces; y entre los que lo atestiguan figura un piadoso sugeto muy amigo de Miguel, sugeto á cuya santa curiosidad debemos el saber ciertas particularidades relativas á estos favores estemos, que de otra suerte ignoraríamos. En cierta ocasion, viendo á Migüel arrebatado al decir la misa, quiso experimentar si tenia las manos calientes, y tocándoselas parecieronle de mármol; se le figuró tambien que tenia los dedos como dislocados y, examinándolo, vió que así era. Despues que Miguel hubo acabado la misa, siguióle á la sacristía y le contó las ob

(1) Process. Biacens fol. 309.

servaciones que habia hecho; pero Miguel, reprendiéndole severamente, le dijo: —¿F con qué Utulo habéis hecho esto1*. Mas desentendiéndose aquel, y no pudiendo resistir los estímulos de su curiosidad, le suplicó que se dignase decirle lo que le sucedía en aquellos éxtasis.— ¿ A qué vienen estas preguntas? repuso Miguel. Sin embargo aquel piadoso hombre prosiguió sus instancias; hasta que Miguel, cerciorado de su recta intencion, le dijo ante todo que no eran éxtasis lo que en él veía, sino raptos; pues los éxtasis embargan gradualmente las facultades, se sienten venir; al paso que los raptos acometen repentinamente; que realmente le parecía que se le descomponían todos los huesos, y que si aquellos raptos se prolongasen algo mas, moriría infaliblemente. (1)

Así pues, sentada esta doctrina sobre la diferencia de los éxtasis y de los arrebatos ó raptos, veremos luego que él tuvo unos y otros.

Conferenciaba una vez en el confesonario con una persona muy piadosa, á la cual preguntó de que modo se elevaba, y que decia la gente, si juzgaban que le acometía un mal crónico. A lo que el penitente contestó, despues de indicarle como se elevaba, que todos, mejor que creerle víctima de un mal crónico, juzgaban sus elevaciones como una particularísima gracia de Dios. Esta respuesta entristeció mucho á Miguel, que hubiera deseado se achacasen á algun mal, habiendo hecho la pregunta con este objeto, (2) y añadió que en público nunca habría querido aquellos raptos. Pero ¿ cómo im

Process. Biacens. foU 351. (2) Resp. ad animad. X. pág. 57. pedirlo? Sania Teresa cuenta de sí misma que le parecía estar cogida en bilo y llevada por los aires con una fuerza inesplicable, siendo inútil toda resistencia.

A veces, en aquellas elevaciones, se inclinaba tanto atrás, que todos temían que iba á caer, y no pocas veces sucedió que fueron á sostenerle la cabeza.

También le acometían los raptos cpnfesando: á lo menos así sucedió una vez. Movida una persona de la fama de su santidad, fué al convento á buscarle con este fin, y habiéndole Miguel llevado á su celda y empezado la confesion, quedó arrebatado y se levantó mas de un palmo del suelo. El penitente quiso tirarle dos ó tres veces del hábito, pero tuvo que aguardarse mas de quince minutos, y despues, dice él mismo, acabó su confesion con tanto dolor de haber ofendido á Dios y tal proposito de jamás ofenderle, cual nunca lo había tenido antes ni volvió.á tenerlo en lo sucesivo, si bien siempre habia vivido y vivió en adelante como un verdadero y buen cristiano. (1)

Innumerables puede decirse eran los que se dirigían tambien á Mhjüel por las mismas razones que movieron á aquella persona. Y él caritativo con todos, á ninguno se negaba, admirable hasta en esto, ya porque se ocupaba en bien del prójimo de distintas maneras, ya porque estaba siempre dispuesto á la mas mínima indicacion de la interna observancia."

En aquel tiempo presentósele un joven mundano á hacer confesion general, quien le contó que dos ó tres

, (1) Process. Biacens. fo|. 320.

(lias despues de haber pasado la noche debajo las ventanas del convento cantando una cancion poco honesta, sintió un repentino cambio en su corazon, sin saber de que manera.

Esta fué la respuesta de Migüel: Yo, desde mi ventana, os oí cantar y os creí hombre de foco seso.

El joven se confesó y vivió luego de un modo edificante, atribuyéndolo todo á las oraciones de Miguel.

CAPÍTULO XIV.

Se csliende entre los baezanos la fama de su santidad. —Su caridad universal hacia todos los menesterosos. —Le nombran Vicario de Baeza. — Dios le revela qoe su hermano carnal Agustín ha sido asesinado Recibe la patente de Ministro de Yalladolid No es aceptada su renuncia.

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Olo un hecho sucedido á Miguel en Baeza fué bastante para enaltecer el gran concepto de santidad en que era tenido.

Salió de la Catedral una gran procesion, ignoramos el dia, para ir á tomar el muy milagroso Crucifijo de la Yedra, y de ella formaba parte Miguel con sus religiosos. Mas, apenas le vieron cuantos le conocían, gritaron / el Sanio! Y acercándose á él, muchos se arrodillaban para besarle el escapulario ó la capa, al paso que otros le recomendaban que rogase á Dios por ellos. Los que no le conocían preguntaban ansiosos: ^Donde está elSantol Quién es el Sanio1! — La profunda humildad de Migobl da unicamente una idea de lo confuso que quedaría á estas demostraciones. Concluida la procesion, un co-hermano suyo, llamado Fr. Francisco, le dijo:

P. Miguel, vuestra reverencia precisamente debe ser santo. Me persuado aun mas de ello al ver la opinion en que todos os tienen; al ver que todos os aclaman y dicen en voz alta: «¡ Hé aquí al Santo! ¿ donde vá el Santo ? »

Migdel, riéndose, contestó:

Calla, hermano Fr. Francisco, todos están como locos. Si tanío vosotros como ellos me conocierais, me aborreceríais, porque soy un miserable, un gran pecador. (1)

Sancti, escribe un hombre muy docto, suam humiliiatem risu excipiunt, non planctu. (2) Así el mismo Fr. Francisco, por quien conocemos este hecho, asegura tambien con juramento, que una persona muy ilustrada le dijo: que si juntos hubiese visto pasar á San Juan Bautista y á Migüel, á los dos habría venerado á la par. (3) Todo el que iba al convento á buscarle preguntaba por el Santo, y Santo le llamaban siempre que tenian que nombrarle, atreviéndose muchos á decir que el que viviese algunos años despues de su muerte, le veria canonizado. Por cuya causa recurrian á él continua

(l) Process. Biacens. fol. 332. (2) P. Laurentius á S. Francisco, Sacr. Theat. Bibl. tona. 2. pág. 248. (3) Process. Biacens. loe. cit.

mente no solo para confesarse, como se ha dicho, sino» tambien en todas las demás necesidades; y él daba consuelo á todos. Muchas personas respetables, como eclesiásticos constituidos en dignidades, jueces, abogados y otros bendecían á los Trinitarios Descalzos porque contaban en su seno con un hombre de tan prodigiosa sabiduría; y decian que jamás obtuvieron en la vida soluciones tan claras y satisfactorias, por mas arduas y espinosas que fueran las cuestiones de que se tratase. (1) Y, no» encontrándole nunca menos dispuesto á acogerlos con agrado, se animaban cada vez mas, en vista de sus suaves modales, á volver á consultarle.

Era tambien el ángel tutelar de los ignorantes y faltos de espíritu, quienes solían decir que solo de él recibían consuelo. (2)

Cierta muger casada, llamada Fabiana Dorado, sufría desde muchos aflos tan fuertes angustias de espíritu, que de nada se alegraba nunca, llorando casi continuamente; de tal modo que el marido y cuantos la conocían, temían al fin ver trastornada su cabeza. No dejaron de consultar á eclesiásticos de mucho saber y piedad, pero inutilmente; cuando una persona le recordó á Miguel, y ella, conociendo por voz pública su gran santidad, se hizo acompañar enseguida al convento, donde Migükl seles presentó antes de ser llamado: lo que les admiró sobremanera. Aquella infeliz muger conferenció y confesó con él, quedando inmediatamente tranquila; de ma

(1) Process. Matrit. fol. 65, y Vallisolet. fol. 79, 97.

(2) Process. Matrit. fot. 55.

ñera que decia recordar solo los pasados tormentos para dar gracias al Señor que se dignó librarla de ellos por medio de su gran siervo. Pasados algunos años, parecía que de nuevo querían atacarla los mismos padecimientos; pero con solo pensar en las palabras que había oido á Miguel, desapareció todo síntoma. (1)

Era además tan compasivo, que hubiera querido tomar para sí todas las tribulaciones temporales de los demás; y alguna vez se le vio llorar con el que lloraba. Por cuyo motivo, cuando le llamaban, ya para llevar la paz á familiasdivididas por la discordia, ya para visitar á los enfermos, acudía sin pérdida de tiempo, abandonando entonces por tan caritativo objeto la soledad que tanto amaba. Los enfermos no le habrían jamás permitido que se separase de su lado, tanto consuelo encontraban en su presencia y en sus palabras; y muchos de ellos, sino todos, recobraban la salud por mediacion suya. Citaremos algunos ejemplos. Visitando al caballero D. Antonio de Haro atormentado por cálculos, le prometió rogar á Dios durante el santo Sacrificio para que le librase de ellos. En efecto, luego de levantada la sagrada Hostia, en la adoracion, el de Haro se durmió, y al cabo de pocos momentos despertó sano. Pasado algun tiempo acometiéronle de nuevo los dolores; pero aun mas agudos si cabe, y mandó decirlo á Migurl, quien contestó: Bespondedle que tenga fé constante en Dios. Y mientras le daban esta respuesta, sintió en su interior, una voz que le decia: Te se quita el dolor por el P. Miguel.

(1) Process. Vallisolet. fo!. 430, 434.

Isabel Ana de Xodar Alfarez, presa de la fiebre letárgica y de una angina, daba tan pocas esperanzas de salvacion, que los médicos la habian yaabandonado; pero Miguel, leyendo sobre su cabeza los santos Evangelios, y haciéndole tragar tres granos de uva pasa, la curó.

Antonio Ruiz que se hallaba en la agonía, quedó sano así que Miguel oró y le tocó.

Bartolomé Otero Cabrio estaba tan convulso, al parecer por agudos dolores de estómago, que todos creían iba á sucumbir, pero Miguel con semblante jovial, le leyó tambien sobre la cabeza los Santos Evangelios, le impuso las manos y desapareció la enfermedad.

Del mismo modo, orando únicamente y bendiciendo, curó á Isabel sirvienta en casa de Benavides, á Camilo Bernio, á Antonio Otero niño de cinco años, enfermos todos, de cuya curacion se habia perdido toda esperanza. (1)

Sin embargo, bien podia dispensar favores á su alvedrío, pues Jesus habia dicho en vision á la piadosísima Micaela de Cárdenas: — « He dado á mi siervo Fr. MiGuel las llaves de mi corazon; por esto busca en él mis tesoros y los distribuye á las personas que quiere.» (2) — Voluntate timentium se faciet.

Cerca de veintisiete años contaba Miguel cuando le hicieron Vicario en el convento de Baeza. Rehusó este cargo y solo pudo resignarse á admitirlo al mandárselo bajo precepto. Nada mas sabemos sobre este hecho.

(1) Process. Cathalog. miracul. fol. 59. (2) Process. Biacens. fol. 433.

Pero, poco mas de Ires meses habrían pasado desde que fué investido del Vicariato, cuando supo por revelacion que su hermano Agustín habia sido asesinado. Contaremos el hecho tal como lo refiere Fr. Felipe de la Madre de Dios, sacristan entonces de aquel convento. Dice que una mañana, muy temprano, fué Miguel á dar golpes á su celda, y llamándole, decía: — Hermano, Fr. Miguel ha de encomendar á Dios una necesidad muy grande.— Fr. Felipe tuvo la curiosidad de indagar que necesidad era aquella. Migüel se calló largo rato; pero importunado por las instancias, le dijoque bajo palabra y comprometiéndose á no revelar á nadie el secreto se lo manifestaría; de otra manera, no. Aceptada la confidencia por Fr. Felipe con esta condicion, Miguel le declaró que su hermano carnal Agustín habia sido asesinado á puñaladas, por cuyo motivo quería decir la misa de difuntos en sufragio suyo, pues sabia que estaba sufriendo los terribles fuegos del purgatorio. Añadió tambien que cuando, mas tarde, fueran personas devotas á recibir la sagrada Eucaristía, les recomendase que se acercaran al celestial banquete á intencion de un negocio importantísimo.

Dice además Fr. Felipe que un mes despues de lo que hemos referido, recibió una carta de su casa, anunciándole tan doloroso suceso. (1)

Cuando íbamos á dar estas páginas á la prensa, el dignísimo P. Comisario Apostólico de los Trinitarios Descalzos españoles, el P. Jorge, Postulante en la causa

(1) Process. Matrit. fol. 121.

de Miguel, tuvo á bien decirnos que acababa de recibir hacía pocos dias de España, un autógrafo que consiste en una carta del mismo Santo relativa á la triste pérdida de su hermano. Habiéndonosla facilitado, nos alegramos de poderla transcribir juntamente con la noticia que con ella vino de que Agustín habia sido asesinado por no haber querido poner la tierna en un documento falso.

Hé aquí pues esta carta, que Miguel eseribió á su cuñada, muger de Agustín (1)

« La Santísima Trinidad sea con vos, y os tenga en su santa gracia, para que en todo procedais con acierto haciendo su santísima voluntad.

«Si bien me alegré mucho de recibir vuestra apretadísima carta, sentí sin embargo en estremo ver que no habiais recibido la mia de pásame, en contestacion á vuestra anterior, en la que me participabais la sensible muerte de Agustín. Y ciertamente me parece que fuera mejor no escribiros estando tan lejos, viendo que se vuelve inútil mi objeto con el estravío delas cartas. Pero la candad ó el bien que podamos hacernos no consiste en que nos escribamos, que si en esto consistiese, no repararía tanto en el trabajo que me cuesta; trabajo que para mi es mucho, en particular desde que llevo este hábito de difunto, pues que los verdaderos religiosos

(1) Sao Migue) escribió esta carta en español; pero en la imposibilidad de copiar el original y darla literalmente conforme salió de su pluma, la traducimos con el posible esmero de la version italiana que nos da de ella el P. Anselmo de San Luis Gonzaga. (Nota del T.)

desde que lo visten deben hacerse cargo que ya no tienen padre, ni madre, ni hermano, habiéndolo todo dejado por amor de Dios. Solamente deben acordarse de ellos para encomendarlos á Dios continuamente. Esto es lo que hago y debo hacer mientras esté en este valle de lágrimas; en esto puedo ayudaros; en lo demás es como si hubiese muerto. Sin embargo, tengo gran confianza en su divina Magestad de que !pronto nos veremos, y en esta circunstancia trataremos largamente de cuanto ataBe á nuestras almas.

« Mucho sentí la muerte de nuestro hermano, y ha mandado celebrar muchas misas y ofrecer muchas oraciones en sufragio de su alma; por esto tengo gran con • fianza de que ha llegado á buen puerto. Lo que yo quisiera, sí, es que os acordaseis á menudo de su muerte, así verías reflejada en ella la locura y ceguedad de las cosas de esta vida, en la que todo pasa y acaba pronto, menos el servir y amar á Dios. Procurad, pues, servirle de veras; y el mejor y mas eficaz medio para ello, es alejarse de las malas compañías, tratar siempre con los buenos y temerosos de Dios, confesar y eomulgar con frecuencia, no dejando de hacer alguna meditacion sobre la santísima Pasion de Jesucristo. De esta suerte, nuestro Señor hará que si no nos vemos en este destierro, nos veamos en la felicidad y bienaventuranza que ha de durar por todos los siglos de los siglos.

« No digo mas, sino que Dios sea siempre con nosotros.=Baeza 4 de Julio de 1618.—Vuestro hermano.

= Fr. Miguel de los Santos.»

Entretanto se acercaba la época en que los baezanos debian perder á Miguel. Los Superiores generales reuní* dos en üefinitorio, en mayo de 1622, debiendo proveer de Ministro el convento de Valladolid, pensaron desde luego en Miguel como el mas digno de todos. De aquí es que le mandaron la patente. Miguel, al verla, quedó estupefacto, creyéndose al contrario el hombre mas inepto; así es que formuló y espidió inmediatamente la renuncia, fundada en todas aquellas razones que supo sugerirle su heroica humildad; pero de nada sirvió. Acudió á personas de mérito; peío tampoco estas lograron nada. Érale preciso inclinar la frente y marcharse á Valladolid. Facil es pues juzgar como quedarían al saber tal noticia los baezanos entre los cuales apenas habia uno que no le fuese deudor de varios beneficios. Despidióse al fin de los amigos, y muchos de ellos, queriendo verle por última vez la mañana fijada para su marcha y tener de él un recuerdo, fueron muy temprano áoir su misa, y acabada, se precipitaron en torno suyo, unos para cortarle por detrás un pedazo de escapulario, otros para pedirle las sandalias ó el hábito, ofreciéndole otro nuevo, y todos para implorar entre sollozos su paternal bendicion. (1) Y no puede dudarse que aquel ángel la imploraría con fervor á Dios, rogando por ellos y por todos los ciudadanos, á fin de que, creciendo cada dia mas y mas en virtudes, llegasen por fin á los goces eternos que siempre habia procurado proporcionarles, sin perdonar cansancios ni sudores. »

(1) Procesa, Malrit. fol. 332.

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Mas, si se entristecieron los baezanos por la pérdida * de so apóstol, el padre de todos, mucho se alegraron al contrario los ciudadanos de Valladolid, pues la celebridad de Miguel no tenia ya límites en España y conocían el tesoro inestimable que conquistaban. Pero quizás no tenían aun formado de él tan alto concepto, como el que no pudieron menos de formar debde el momento en que le vieron junto al sagrado altar, le oyeron en el púlpito, y esperimentaron en sí mismos los efectos de su prudencia, de sus consejos, de su entrañable compasion bácia toda clase de menesterosos. Los religiosos tambien, no menos contentos que sus conciudadanos de un Superior tan santo, solo temian perderle el año siguiente, en mayo, al cambiar los Superiores de todos los conventos; pues bien les constaba cuan poco apego tenia á su dignidad, y tampoco ignoraban por otra parte que los de Baeza suspiraban por volverle á tener entre ellos. Mas si no le perdieron, fué señal de que Dios les amaba de una manera singular, pues Migdel hizo todos los esfuerzos que estuvieron en su mano para que le relevaran de aquel cargo, como veremos muy particularmente al tratar de su humildad, y los baezanos no perdonaron tampoco medio para lograr su intento. Estos, llegado el mes de mayo, hicieron presente al General y Definidor general todas las razones que tenian para desear que Miguel les fuese devuelto; pero habiéndoseles contestado que esto no era factible, acudieron sin desanimarse á la mediacion de personas muy atendidas por su elevada posicion, y ya iban á conseguir sus ardientes

deseos, cuando el Cardenal duque de Lerma, que vivía en Valladolid, y á quien la Reforma era deudora de su propia existencia, apasionado extraordinariamente de Miguel, temió perderlo y escribió enseguida al General que de ningun modo le trasladase. Entonces el General hizo entender á los magistrados de Baeza que sin el consentimiento del Eminentísimo Lerma, no podia acceder ásus deseos. Puede juzgarse cuán tristes les dejaría esta noticia; y este mismo disgusto que les embargaba, les obligó á acudir al último extremo, haciendo que el duque del Infantado escribiera al Cardenal. Tampoco había de tener resultado este paso: el Cardenal contestó pidiendo escusa por su falta de condescendencia, que motivaba afirmando que de tener Miguel á su lado dependía su propia salvacion.

Así fué confirmado Miguel Ministro de Valladolid,, desde donde voló al cielo, segun luego hemos de ver.

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