BENEDICTINOS
DOM VITAL LEHODEY.—Para
el insigne abad cisterciense de la Ti apa de Bricquebec, «la oración mística es
una contemplación pasiva, y mejor aún, una contemplación manifiestamente
sobrenatural, infusa y pasiva, donde Dios, que hace sentir en general su
presencia al alma, es por modo inefable conocido y poseído en una unión
amorosa, que comunica al alma el reposo y la paz e influye en los sentidos»
DOM COLUMBA MARMION.—No
trata expresamente el célebre abad de Maredsous en ninguna de sus obras de
mística propiamente dicha, aunque la haya—y altísima—en todas ellas.
Pero sabemos por el testimonio de dom Thibaut, su historiador y confidente
íntimo, que dom Marmion veía en la contemplación infusa «el complemento normal—aunque
gratuito—de toda la vida espiritual» n . He aquí, sin embargo, un precioso
fragmento de una carta de dom Marmion, en la que nos dice lo que sentía a este
respecto y nos da una definición exacta y precisa de la contemplación mística: «Podría
haber presunción y temeridad en desear por sus propias fuerzas ya una plenitud
de unión, que sólo depende de la libre y soberana voluntad de Dios, ya los
fenómenos accidentales que a veces acompañan a la contemplación. Pero si se
trata de la substancia misma de la contemplación, es decir, del conocimiento
purísimo, simplicísimo y perfectísimo que Dios da allí de sí mismo y de
sus perfecciones y del amor intenso que resulta para el alma, entonces
aspire con todas sus fuerzas a poseer un tan alto grado de oración y a gozar de
la contemplación perfecta. Dios es el principal autor de nuestra santidad, obra
poderosamente en sus comunicaciones, y no aspirar a ella sería no desear
amar a Dios con toda nuestra alma, con todo nuestro espíritu, con todas
nuestras fuerzas, con todo nuestro corazón»
DOM J. HUIJBEN.—La
esencia de la mística consiste para él en «una como percepción confusa de la
realidad misma de Dios. Esta percepción confusa de la realidad divina puede
revestir diferentes matices. A veces lo que percibirá o sentirá el alma será la
proximidad de Dios, otras su presencia, otras su acción, otras su mismo ser,
según que la experiencia de lo divino sea más o menos profunda»
DOM ANSELMO STOLZ.—«Es
preciso afirmar que existe cierta unanimidad en la definición de lo místico en
sus líneas esenciales. Se admite generalmente que la captación experimental
de la presencia de Dios y de su operación en el alma es esencial a la
vida mística». Más adelante precisa aún más su pensamiento: «Mística es
una experiencia transpsicológica de la inmersión en la corriente de
la vida divina, inmersión que se realiza en los sacramentos, especialmente en
la Eucaristía». Finalmente, dom Stolz está firmemente persuadido de que a
mística entra en el desarrollo normal de la gracia: «La mística, como plenitud
del ser cristiano, no es algo extraordinario ni un segundo camino para la
santidad que sólo unos pocos escogidos son capaces de recorrer. Es el camino que
todos deben andar. Y si las almas no llegan en esta vida a profundizar en su
ser cristiano y en su conocer por fe hasta la experiencia de lo divino, se
DOM CUTHBER BUTLER.—En
su hermoso libro El misticismo de Occidente (Western Mysticisme)
investiga la doctrina mística de la Iglesia primitiva de Occidente, y va
extrayendo algunas definiciones de la contemplación y de la mística de
los diversos tratadistas místicos y Santos Padres de esa primera época.
He aquí algunas de ellas:
«Una
intuición intelectual directa y objetiva de la realidad trascendente».
«El
establecimiento de relaciones conscientes con el absoluto».
«Unión
del alma con el absoluto en cuanto es posible en esta vida».
«Percepción
experimental de la presencia y ser de Dios en el alma».
«Unión
con Dios no meramente psicológica, sino ontológica, espíritu con Espíritu»
DOM S. LOUISMET.—«En
sí, la Teología mística es de orden experimental. Es un fenómeno que tiene
lugar en toda alma fiel y ferviente. Consiste sencillamente en la
experiencia de un alma peregrina aún sobre la tierra que llega a gustar
a Dios y experimentar por sí misma cuan suave es: «Gústate et videte
quoniam suavis est Dominus», como dice el salmista (Ps. 33,9)». Y un poco más
abajo añade todavía completando su pensamiento: «La vida mística es la vida
cristiana normal, la vida cristiana en su plenitud, la vida cristiana como
debería ser vivida por todos los hombres, en todos los países, en medio de las
circunstancias más diversas.
DOMINICOS
R. P. GARDEIL.—El
gran teólogo dominico plantea el problema de la experiencia mística en los
siguientes términos: «¿Podemos tocar a Dios en esta vida por un contacto
inmediato, tener de El una experiencia verdaderamente directa y substancial?
Los santos lo afirman, y sus descripciones de la oración de unión, del éxtasis,
del «matrimonio espiritual» están del todo llenas de esta suerte de percepción
cuasi-experimental de Dios en nosotros*
R. P. GARRIGOU-LAGRANGE.—El
insigne profesor del Angélicum distingue entre mística doctrinal, que es
aquella «que estudia las leyes y las condiciones del progreso de las virtudes
cristianas y de los dones del Espíritu Santo en vistas a la perfección» 18, y mística
experimental, que es «un conocimiento amoroso y sabroso del todo
sobrenatural, infuso, que sólo el Espíritu Santo por su unción puede
darnos, y que es como el preludio de la visión beatífica»
R. P. JORET.—Para
el P. Joret, el elemento esencial del estado místico es el amor infuso. Este
amor infuso con frecuencia va precedido de una luz infusa pasivamente recibida
en el alma, pero no es del todo necesaria! Escuchemos sus palabras:
«Mas
si la meditación contemplativa, fruto de las virtudes, tiene su principio en la
caridad, la contemplación mística procede de los dones y toma de ellos su
origen. En el primer caso se trata de un amor activo, buscado, excitado por
nuestro esfuerzo; en el segundo es un amor pasivo que ha brotado como
espontáneamente, que parece habérsenos dado ya hecho. Se explica
teológicamente esta experiencia diciendo que en el primer caso había
simplemente una gracia actual cooperante, y en el segundo, una gracia operante:
el alma ha sido movida totalmente por el Espíritu Santo y no ha tenido que
hacer otra cosa sino consentir a esta moción. ¿No ha habido antecedentemente
una luz infusa pasivamente recibida para dirigir este amor? Sí, parece lo más
frecuente; es una intuición mística que nos hace mirar a Dios como nuestro fin
último, como nuestro todo. Pero esto no es necesario. Según San Juan de
la Cruz, un acto ordinario de nuestra virtud de la fe puede ser suficiente. El
alma experimentaría entonces un toque de amor en la voluntad sin haber
experimentado el toque de conocimiento en la inteligencia». Y un poco más abajo
añade: «Al menos, el sentimiento de la realidad divina parece existir
siempre en la vida mística»
R. P. GEREST.—«La
vida mística parece caracterizarse por la acción de Dios sobre el alma y sus
facultades por la fe, el amor y la oración. De esta suerte, toda la actividad
del alma y de sus potencias se emplea en recibir y utilizar esta dominación
divina para seguir su dirección y traducirla en todos los actos de la vida
hasta el punto de poder decir verdaderamente: Ya no soy quien vivo, sino Dios
en mí»
R. P. ARINTERO.—El
gran restaurador de los estudios místicos en España nos dice en sus Cuestiones
místicas que el constitutivo íntimo de la vida mística «es el predominio de
los dones en la psicología sobrenatural, o sea, el proceder las más de las
veces bajo la altísima moción y dirección del Espíritu Santo» Y en su magnífica
Evolución mística había escrito ya que la mística no es otra cosa que la
vida consciente de la gracia, o sea, «cierta experiencia íntima de los
misteriosos toques e influjos divinos y de la real presencia vivificadora del
Espíritu Santo.
RVDMO. P. ALBINO MENÉNDEZ-REIGADA.—Para
el Excmo. Sr. Obispo de Córdoba, «lo místico es la actuación en nosotros de los
dones del Espíritu Santo, o la operación del Espíritu Santo en nosotros por
medio de sus dones, o la perfecta incorporación con Cristo como miembro de su
Cuerpo místico». Y un poco más adelante añade completando su pensamiento al
recoger el elemento experimental: «Podría, pues, acaso definirse así la
mística diciendo que es un predominio tal de la gracia en las acciones, que
haga más o menos perceptible en ellas su propio modo sobrenatural y
divino».
R. P. FR. IGNACIO MENÉNDEZ-REIGADA.—-El
que fué profesor de Mística en la Facultad de Teología de San Esteban de
Salamanca pone la esencia de la mística en la misma vida de la gracia vivida de
un modo consciente. Se caracteriza principalmente por la «actuación de los
dones de sabiduría y entendimiento, por los cuales el hombre comienza a tener
conciencia de que posee a Dios y está unido con El, experimentando en sí la
vida de Dios».
R. P. MARCELIANO LLAMERA.—Resume
su pensamiento en los siguientes puntos, que considera, con razón, «las
nociones místicas generales de la Teología tomista»: Vida mística es la
actividad donal de la gracia; es decir, la vida de la gracia bajo el régimen
del Espíritu Santo por sus dones. Floración divina del árbol donal.
2.
El constitutivo de la vida mística es la actuación de los dones.
3.
Acto místico es todo acto donal.
4.
Estado místico es la actividad donal permanente o habitual en el alma. O
la situación del alma en actividad donal permanente o habitual.
5.
Distintivo o característica de la vida mística es el modo sobrehumano de
obrar; y del estado místico, el predominio de este modo sobrehumano. La
sintomatología mística tiene como manifestaciones más generales y apreciables:
a)
La pasividad del alma actuada por Dios.
b)
La experiencia muy varia de la vida de Dios en el
alma.
6.
Alma mística lo es radicalmente toda alma cristiana en gracia; y de hecho,
la que vive vida donal.
7.
Toda alma es llamada, por ley general, a la vida mística y puede y debe
aspirar a ella.
8.
En particular, la señal principal de llamada o introducción de un alma
en el estado místico, es la incapacitación pasiva para practicar a su modo la
vida espiritual.
9.
En la vida habitualmente ascética, sobre todo si es ferviente, hay frecuentes
intervenciones dónales, más o menos notables. En la vida habitualmente mística,
hay intervalos ascéticos, más o menos prolongados. Y, desde luego, se
practican en ella todas las virtudes de la vida ascética, con más perfección,
sobre todo interior, como dirigidas por el Espíritu Santo.
10.
Contemplación mística es una intuición amorosa prolongada de Dios infundida
por el Espíritu Santo mediante los dones de inteligencia y sabiduría.
11.
Gracias místicas normales u ordinarias son las que actúan los dones del
Espíritu Santo, sin exceder las posibilidades de su actividad. Son extraordinarias
las que exceden o se reciben al margen de la actividad donal. Estas gracias
extraordinarias, aunque innecesarias, en general, no siempre son
gratis
dadas o para bien ajeno, sino santificativas del alma que las recibe, y quizás
precisas o al menos convenientes para ella por causas peculiares.
12.
Gracia actual donal. La fuerza motriz de la vida mística es la gracia actual
donal que la actúa y rige.
CARMELITAS
R. P. GABRIEL DE SANTA MARÍA MAGDALENA.—El
sabio carmelita belga, profesor que fué del Colegio Internacional de Santa
Teresa en Roma, cree que la mística se caracteriza, ante todo, por la
contemplación infusa: «Se está de acuerdo en nuestros días en reconocer que la
contemplación infusa, entendida en toda su amplitud, es el hecho saliente y
característico del dominio de la mística»
El P. Gabriel está
convencido de que la mística entra en el desarrollo normal y ordinario de la
vida de la gracia; y escribió un notabilísimo artículo en La vie spirituelle
para demostrar que ése es el pensamiento genuino y auténtico de San Juan de
la Cruz.
R. P. JERÓNIMO DE LA MADRE DE DIOS.—La
mística consiste para él en un conocimiento experimental de Dios que se explica
por el amor infuso. Pero con ciertas restricciones. He aquí sus palabras: «Este
conocimiento experimental, ¿es el elemento distintivo de todo estado místico? A
mi parecer, no. No parece ser la propiedad constitutiva de este estado, sino
una de sus propiedades consecutivas, un proprium en el sentido
filosófico de la palabra. Y digo lo mismo del «sentimiento de la presencia de
Dios»: no constituye la nota esencial del estado místico aunque en una forma o
en otra acompañe a la contemplación... Dios es para las almas contemplativas
siempre, pero sobre todo durante los ratos en que son elevadas a la
contemplación—sea sabrosa o árida—, la realidad. He aquí por qué
prefiero a la expresión «sentimiento de la presencia de Dios» esta otra:
«sentimiento de la realidad de Dios».
R. P. CRISÓGONO DE JESÚS SACRAMENTADO.—No
precisa de una manera total y completa el concepto que se había formado de la
mística en ninguna parte de sus obras. Pero, reuniendo dos o tres textos,
podemos llegar a reconstruir su pensamiento. Helos aquí: «La mística como
práctica es el desarrollo de la gracia realizado por operaciones cuyo modo está
fuera de las exigencias de la misma gracia, o sea por medios extraordinarios». «...
la mística es un modo del desarrollo de la gracia y está esencialmente constituida
por conocimiento y amor infusos...». «La contemplación infusa es una intuición
afectuosa de las cosas divinas que resulta de una influencia especial de Dios
en el alma».
R. P. CLAUDIO DE JESÚS CRUCIFICADO.—«Teología
mística experimental es un conocimiento intuitivo y amor de Dios infundidos en
negación y obscuridad de toda luz natural del entendimiento, y por los cuales
éste percibe un ser y bondad indecible, pero real y presente en el alma, un ser
y bondad sobre todo ser y bondad».
R. P. LUCINIO DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO.—Para
el P. Lucinio la experiencia mística es un simple efecto del modo sobrehumano
de los dones
del
Espíritu Santo. He aquí sus propias palabras: cosa que una actividad intensa de
las virtudes teologales, virtudes preciosas que ponen nuestra alma en contacto
con Dios, acompañada de un delicado influjo de los dones del Espíritu Santo». Y
añade todavía: «Podemos, pues, concluir diciendo que la vida mística es la vida
de amor perfecto que transforma al alma en Dios y que va acompañada
connaturalmente con el florecer de la contemplación»
JESUITAS
R. P. D E MAUMIGNY.—Define
la contemplación infusa como «una mirada simple y amorosa a Dios con la que el
alma, suspensa por la admiración y el amor, le conoce experimentalmente y
gusta, en medio de una paz profunda, un comienzo de la bienaventuranza eterna».
R. P. POULAIN.—«Los
estados místicos que tienen a Dios por objeto llaman ante todo la atención por
la impresión de recogimiento, de unión que hacen experimentar. De ahí el nombre
de unión mística. La verdadera diferencia con los recogimientos de la oración
ordinaria es que, en el estado místico, Dios no se contenta con ayudarnos a pensar
en El y a recordarnos su presencia, sino que nos da de esta
presencia un conocimiento intelectual experimental; en una
palabra, nos hace sentir que entramos realmente en comunicación con
él. Sin embargo, en los grados inferiores (quietud), Dios no lo hace sino
de una manera bastante obscura. La manifestación tiene tanto más de nitidez a
medida que la unión es de orden más elevado».
R. P. D E LA TAILLE.—El
P. Mauricio de la Taille pone la esencia de la mística en una experiencia de lo
divino. Para él, la contemplación viene del amor: es una mirada amorosa. Pero'
¿qué es lo que distingue este amor del amor implícito en todo acto de fe? No es
su mayor perfección o intensidad. El amor del contemplativo puede ser menor que
el de un simple fiel. Pero este amor contemplativo es un amor «conscientemente
infuso... El místico tiene conciencia de recibir de Dios un amor ya del todo
hecho (tout fait)... El alma se sabe y se siente investida por Dios
con este amor. Y por esto... siente la presencia de Dios en sí misma... El
alma recibe el don de la mano misma del Dador, que está allí presente,
por lo mismo, de una manera que el alma experimenta».
R. P. KLEUTGEN.—Cree
hallar la esencia de la mística en una misteriosa unión con Dios, en la que el
alma es elevada, por un efecto extraordinario de la gracia, a una contemplación
más alta de Dios y de las cosas divinas, a las que viene a conocer no sólo por
fe, sino experimentalmente.
R. P. BAINVEL.—«El
estado místico está constituido por la conciencia de lo sobrenatural en
nosotros».
R. P. MARÉCHAL.—«Fundándonos
en las declaraciones unánimes de los contemplativos—únicos testigos de sus
experiencias internas—, creemos que la alta contemplación implica un elemento
nuevo, cualitativamente distinto de las actividades psicológicas normales y de
la gracia ordinaria; queremos decir la presentación activa, no simbólica, de
Dios en el alma con su correlativo psicológico: la intuición inmediata de
Dios por el alma». de donde resulta—como dice admirablemente el Congreso
Teresiano — «que la contemplación es el camino ordinario de la santidad y de
la virtud habitualmente heroica*. Repetimos: no sabemos si en esas
conclusiones estará bien recogido el pensamiento de la escuela mística
carmelitana, pero es indudable que recogen admirablemente el de la escuela tomista.
| Lástima grande que, admitiendo todos estos puntos fundamentales, nos
empeñemos todavía en mantener nuestras discrepancias inexplicables!
R. P. D E GUIBERT.—Según
el profesor de la Gregoriana, en la contemplación mística «el alma experimenta
la presencia de Dios en sí misma. La inhabitación y acción de Dios la
conocía antes indirectamente por el testimonio de la fe; ahora experimenta que
se da verdaderamente... Esta directa y experimental percepción de Dios presente
es general, confusa, no aporta conceptos nuevos, no enseña cosas nuevas,
sino que se constituye por una profunda e intensa intuición a la vez simple y
riquísima; la voluntad es atraída no con varios afectos distintos, sino que es
arrebatada y como paralizada en un solo acto simple, por el que se adhiere toda
a Dios. Todo esto lo recibe el alma pasivamente; con ningún esfuerzo podría obtener
este don, ni prever de ningún modo cuándo habrá de recibirlo, ni retenerlo
cuando se desvanece, ni volver a producirlo cuando ya lo gozó…
R. P. D E GRANDMAISON.—«El
hombre tiene el sentimiento o sensación de entrar, no por un esfuerzo, sino por
un llamamiento, en contacto inmediato, sin imagen, sin discurso, aunque no sin
luz, con una Bondad infinita».
R. P. VALENSIN.—Según
el profesor de la Facultad de Teología de Lyón, la mística, «desde el punto de
vista psicológico, lleva consigo, junto con un sentimiento inefable de la
presencia de Dios, un recogimiento en Dios que puede llegar hasta la
absorción de las potencias del alma, emigrando, por decirlo así, de la región
de las sombras y de las imágenes hacia las realidades divinas». Y añade a
renglón seguido estas luminosas palabras: «Para definir teológicamente la
característica esencial es preciso remontarse de los efectos a la causa y
aclarar la naturaleza misma de esta causa no ya con las solas luces de la
experiencia, sino también con las de la doctrina. Desde este punto de vista
teológico, la oración de que hablamos será llamada mística, en el
sentido de que el alma penetra con ella en lo que hay de más profundo y
misterioso en el trato íntimo del Hijo de Dios con la Trinidad adorable, que le
ayuda a orar en el Espíritu Santo, en nombre de Jesús al Padre y
a esbozar desde aquí abajo la unión que causará su beatitud. Así, la Teología
mística, definida por su objeto formal, se presentará como la ciencia del
ser divino viviendo por su gracia en el cristiano y elevándole, con las
colaboraciones humanas que él suscita, hasta su perfección, mientras que habrá
que reservar el nombre de Teología ascética a la ciencia de esas
colaboraciones sobrenaturalizadas por las iniciativas del Espíritu de Dios. Y
puesto que el problema de las esencias es metafísico, diremos, pues, de la mística—entendida
como acabamos de hacerlo—que es la ontología de la vida espiritual. Y
añadiremos—para mejor trazar las fronteras— que la ascesis será la lógica,
y el ascetismo la metodología*
R. P. PACHEU.—«Es
una posesión experimental de Dios, una comunicación que Dios hace de sí
mismo a sus almas privilegiadas, y en la que el alma recibe este puro favor
divino, gratuito, sin poderse elevar por sí misma cualquiera que sea su
aplicación o esfuerzo personal».
En
este estado, el alma es llamada «pasiva», no porque esté ociosa, privada de
conocimiento, anonadada; al contrario, se encuentra en un acre- centamiento
prodigioso de vida, sus actos de conocimiento y de amor sobrepasan los actos
ordinarios de sus facultades. Pero «recibe, no toma nada
por
su cuenta; no entra, sino que es introducida; no obra, sino que es puesta en
acción, non agit sed agitur».
AUTORES
INDEPENDIENTES
R. P. SCHRIJVERS, C.SS.R.—«La
contemplación es esencialmente un conocimiento y un amor producidos
directamente por Dios, gracias a los dones del Espíritu Santo, en las
facultades de la inteligencia y de la voluntad. Toda contemplación verdadera
es, pues, necesariamente infusa». Y un poco más abajo, al
precisar la naturaleza de las gracias místicas en general, escribe el docto
redentorista belga: «El más frecuente de estos signos parece ser la suavidad
experimentada al contacto con Dios. Son raras, creo, las almas contemplativas
que no hayan gustado a Dios de esta manera al menos algunas veces. Esta experiencia
intima de Dios es tan característica, que el alma que ha sido favorecida
con ella, aunque sólo sea transitoriamente, la distingue fácilmente de las
consolaciones ordinarias y conserva de ellas una profunda impresión».
R. P. Ivo DE MOHON, O.M.C.—«La
teología mística es un conocimiento infuso experimental y amoroso de Dios
producido en nosotros por los dones intelectuales del Espíritu Santo, muy
particularmente por el don de sabiduría».
R. P. TEÓTIMO DE SAN JUSTO, O.M.C.—«En
mi humilde sentir, el estado místico está constituido esencialmente por el
conocimiento amoroso infuso, es decir, por una alta idea de Dios, habitualmente
general y confusa, con el amor pasivo y persistente». Y un poco más abajo
añade: «¿De dónde proviene en el alma el estado místico? De la plena expansión de
los dones del Espíritu Santo, particularmente del don de sabiduría».
R. P. CAYRÉ, A.A.—El
ilustre agustino asuncionista, autor de la famosa Patrología, cree que
la esencia de la mística importa los siguientes elementos: Un cierto sentido de Dios producido
en el alma por Dios mismo. San Agustín nos ofrece la fórmula: sentiré Deum, tener
el sentimiento de Dios.
b)
Un tal sentimiento supone la presencia de Aquel que se
manifiesta de alguna manera, no solamente como ser perfecto, sino como huésped del
alma. Aunque la gracia no es percibida en sí misma, Dios es aprehendido (saisi)
en cuanto inhabitante en el alma: capitur habitans, dice todavía
magníficamente San Agustín. Un tal don no puede venir más que de Dios; el
sentido místico de Dios es evidentemente sobrenatural...
c)
El sentido místico de Dios es también completamente distinto
de las consolaciones sensibles, que suponen la gracia como todo verdadero movimiento
de piedad, pero que son también, en gran parte, efecto de la actividad humana,
según la doctrina de Santa Teresa».
R. P. LAMBALLE
(eudista).—Hace suya la siguiente definición de San Francisco de Sales:
«La
contemplación no es otra cosa que una amorosa, simple y permanente atención del
espíritu a las cosas divinas».
R. P. LUCAS
(eudista).—«Todo el mundo está de acuerdo con Santo Tomás en enseñar que la
contemplación infusa es un efecto de los dones del Espíritu Santo». En cuanto a
los estados místicos en general, dice que «son aquellos en
los
que predominan los dones del Espíritu Santo, y en los que el alma tiene conciencia
de recibir un amor «ya del todo hecho», según la expresión del P. De la Taille».
R. P. BOULEXTEIX.—La
mística consiste en «un conocimiento y un amor misterioso que nos hacen
percibir a Dios de una manera verdaderamente inefable».
R. P. NAVAL,
C.M.F.—«Mística propiamente dicha en el terreno experimental es el conocimiento
intuitivo, junto con el amor intensísimo de Dios, obtenidos por infusión
divina, o sea por medios extraordinarios de la divina Providencia».
R. P. AUGUSTO A. ORTEGA, C.M.F.—«Parece
ser que la mística, entre otras notas que pueden asignársele, es ir tomando
conciencia de la presencia de Dios en el alma de una manera sobrenatural hasta
llegar al pleno conocimiento y goce de Dios por amor, que se cumple en la otra
vida». Y unas líneas más abajo añade: «La vida mística, tal como aparece desarrollada
en los místicos experimentales, se nos muestra como el desenvolvimiento natural
y lógico de la gracia santificadora».
MONSEÑOR RIBBT.—«La
teología mística, desde el punto de vista subjetivo y experimental, nos parece
que puede ser definida: una atracción sobrenatural y pasiva del alma hacia Dios
que proviene de una iluminación y de un incendio (embrasement) interiores,
que previenen a la reflexión, sobrepasan el esfuerzo humano y pueden tener
sobre el cuerpo una repercusión maravillosa e irresistible».
MONSEÑOR SAUDREAU.—«Hay
en el estado místico y en todo estado místico este doble elemento: conocimiento
superior de Dios, que, aunque general y confuso, da una muy alta idea de sus
incomprensibles grandezas; y amor no razonado, pero intenso, que Dios mismo
comunica, y al cual el alma, a pesar de todos sus esfuerzos, no podría elevarse
jamás».
MONSEÑOR PAULOT.—«¿Qué
es la contemplación? Un conocimiento de amor, obscuro, infuso, simple, debido
sea a la connaturalidad del alma con Dios, fruto del ejercicio predominante del
don de sabiduría, sea a la gracia actual operante, correspondiente a este don».
MONSEÑOR FARGES.—Es
uno de los autores que más ha fluctuado en sus opiniones, hasta cambiar
completamente de pensar con motivo de una controversia con el P. Garrigou-Lagrange,
en la que Mons. Farges reconoció noblemente que llevaba la razón el sabio
dominico59. Su última palabra parece ser ésta: «Hay estados contemplativos
caracterizados por el predominio, en grados diversos, de los dones del Espíritu
Santo, y en los que el alma es más pasiva que activa, y que son requeridos
para la más eminente santidad. En esto estamos todos de acuerdo».
AD. TANQUEREY.—No
habla con precisión, pero podemos reconstruir su pensamiento en los dos
siguientes textos: «La mística es la parte de la ciencia espiritual que tiene
por objeto propio la teoría y la práctica de la vida contemplativa desde
la primera noche de los sentidos y la quietud hasta el matrimonio
espiritual». «La contemplación (es) una visión simple, afectuosa y
prolongada de Dios y de las cosas divinas, efecto de los dones del
Espíritu Santo y de una gracia actual especial que se apodera de
nosotros y nos hace habernos más pasiva que activamente».
D. BALDOMERO JIMÉNEZ DUQUE.—El
rector del seminario de Avila precisa su pensamiento en la siguiente Forma: «¿Qué
es la mística? Esencialmente y primariamente, la obra
divinizadora de Dios en nosotros cuando ha llegado a ese estadio intenso que se
caracteriza por el predominio y la invasión desbordante de la acción de los
dones. Pero demos un paso más. Todos los autores especulativos y no
especulativos hablan de la experiencia de Dios. Y en seguida la
tentación del problema psicológico puro, descriptivo, empírico, experimental...
llama a las puertas: «los místicos son los testigos de la presencia amorosa de
Dios en nosotros» (De Grandmaison). Hasta ahora nos hemos movido en la región de
los principios. Un poco de metafísica teológica o de teología metafísica y nada
más. ¿Nada hay que añadir acerca del problema místico? Sí, la mística es eso y
un poco más que eso, pero solamente un poco más que eso. La mística es esencialmente
también, pero secundariamente, una
experiencia
de Dios».
MONSEÑOR LEJEUNE.—«El
elemento constitutivo de la vida mística es el sentimiento que el alma
experimenta de la presencia de Dios en ella, la experimentación de Dios
presente en el alma, una suerte de tocamiento de Dios en lo más íntimo del
alma. La vida mística es, pues, una experimentación, una percepción de Dios
presente en el alma... Pues lo que en esta contemplación percibimos y en
nuestro interior palpamos es Dios mismo y no ya su imagen».
A. FONCK.—«Nosotros
consideramos como místico todo hecho psicológico en el cual el hombre
piensa tocar directa e inmediatamente a Dios; en una palabra,
«experimentar» a Dios, ya sea por un esfuerzo personal de inteligencia o
de amor que nos elevará hasta El, permitiéndonos «encontrarle »,
abrazarle de alguna manera, o ya sea—por el contrario—por una condescendencia
de Dios, que se abaja hacia nosotros, nos «toca», nos hace sentir su
presencia y su acción y nos inunda de consolaciones o de luces. De esta
forma llegamos a distinguir dos suertes de misticismo, que se podrían
llamar el misticismo activo y el misticismo pasivo. No habrá ningún
inconveniente en reservar el nombre de místicos propiamente dichos, o propriissimo
modo, a los hechos místicos de la segunda categoría».
F. X. MAQUART.—El
ilustre filósofo Mons. Maquart, profesor del seminario mayor de Reims, cree que
la definición que haya de darse de la Teología mística depende del concepto que
se tenga acerca de la eficacia de la gracia, toda vez que esa Teología no es
más que el estudio de la vida de la gracia en las almas. He aquí sus palabras: «Si
se admite, con la escuela tomista, la eficacia intrínseca de la gracia actual,
la naturaleza de la vida mística es fácil de explicar. Como los teólogos están
unánimes en reconocer la vida mística en una cierta pasividad vital del alma,
los tomistas, buscando la causa de esta pasividad, la encontrarán en el
interior mismo del desenvolvimiento de la gracia. Su doctrina sobre la eficacia
de la gracia actual les da derecho a ello. Si la gracia es eficaz por
naturaleza, se requiere para todo acto de la vida de la gracia. Como quiera que
la gracia santificante y los hábitos que la acompañan (virtudes y dones) dan
solamente el poder de obrar sobrenaturalmente, la voluntad necesita ser
movida in actu secundo por una gracia actual eficaz. Al contrario, los
partidarios de la gracia eficaz ab extrínseco, esto es, por la acción de
la voluntad, enseñan, conforme a su doctrina, que la gracia habitual y las
virtudes bastan. ¿Cómo sería de otra manera? Si la gracia eficaz no es otra
cosa que la gracia actual suficiente que da el posse agere, al
que se añade la cooperación de la voluntad, cualquiera que posea un hábito
infuso que le da ese posse agere no necesita absolutamente otra cosa
para obrar que la intervención de la voluntad. Por otra parte, como en la
teoría molinista la eficacia de la gracia proviene de la voluntad, no puede
haber en la economía normal de la vida de la gracia un estado en el que el alma
obrando vitalmente sea pasiva; la vida mística se encuentra excluida».
HENRI JOLY.—«El
misticismo es el amor de Dios». Y precisando un poco más su pensamiento, añade
unas líneas más abajo: «Todo cristiano en estado de gracia ama a Dios y, en una
medida más o menos grande, es un místico. Pero «el místico» por excelencia, lo
mismo que el que llamaremos en adelante «el santo», es un hombre en el que su
vida toda entera está envuelta y penetrada por el amor de Dios».
JACQUES MARITAIN.—Para
el profesor del Instituto Católico de París, el estado místico se constituye
por el predominio de la acción de los dones. He aquí sus palabras: «El estado
místico no se injerta en el alma en gracia como una rama extraña, sino que es
la floración de la gracia santificante; ni se caracteriza por la presencia
de los dones, que son inseparables de la caridad, sino sólo por el predominio
del ejercicio de los dones sobre el de las virtudes (morales infusas). El momento
preciso en que comienza el estado místico no cae debajo de observación. Todo
cristiano que vaya creciendo en gracia y tienda a la perfección, si vive
espacio suficiente, llegará al orden místico y a la vida del predominio habitual
de los dones».
2 comentarios:
excelente, gracias al santo Antonio Royo Marín
EXCELENTE GRACIAS SANTO ANTONIO ROYO MARIN
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