
FUNESTAS CONSECUENCIAS DE ESTE ESTADO
Sostienen los santos que las almas retardadas y tibias están camino de la ceguera espiritual y endurecimiento del corazón, tanto que es muy difícil su enmienda. Cítanse las palabras de San Bernardo: "Más fácil te será ver a muchos seculares renunciar al vicio, que a un solo religioso pasar de la vida tibia a una vida de fervor" (Epist. ad Richard.) Cuanto más alta estuvo el alma retardada, tanto más deplorable es su caída y su conversión más difícil, pues se convence de que su estado es suficientemente perfecto, y deja de sentir deseo de mejorar. Cuando una vez se ha menospreciado la hora de la visita del Señor, por ventura no volverá ya sino después de muchos ruegos. Estas almas retardadas están en gran peligro; háselas de encomendar a la Santísima Virgen, que es la única capaz de hacerles volver de nuevo al Salvador y conseguirles la gracia de un verdadero anhelo de perfección. El P. Lallemant s. J:, ha escrito sobre esta materia un notable artículo que recuerda muchas frases de Santa Catalina de Sena y de Taulero. En su hermoso libro La doctrina espiritual, Apéndice, c. VIII, se leen estas palabras:
Pueden existir cuatro clases de religiosos: unos perfectos; los otros malos, soberbios, vanidosos, sensuales, enemigos de la regularidad; los de más allá tibios, indolentes, descuidados; los últimos, virtuosos y que aspiran a la perfección, aunque acaso no llegarán jamás.
"Las más santas religiones pueden tener en su seno estas cuatro suertes de religiosos, lo mismo que las que han caído en la relajación, mas con esta diferencia: en una Orden olvidada de su primitivo fervor, la mayoría de los religiosos son tibios y el resto se compone de algunos malos, de unos pocos que aspiran a ser perfectos y de poquísimos que lo son. Mas en una Orden en la que la regular observancia está en vigor, la mayoría de la comunidad aspira y trabaja por adquirir la perfección, y el resto comprende algunos perfectos, pocos tibios y algún malo que otro.
"Se puede notar aquí una cosa de mucha importancia. Y es que una Orden religiosa va hacia la decadencia cuando el número de tibios comienza a ser tan grande como el de los fervorosos, es decir de los que procuran día a día adelantar en la oración, en el .recogimiento, en la mortificación, en la pureza de conciencia y en la humildad. Porque aquellos que no se cuidan de esto, aunque eviten el pecado mortal, han de ser considerados como tibios y hacen mucho mal a los demás, dañan a la comunidad entera, y ellos están en peligro, o de no perseverar en su vocación o de caer en la soberbia y en grandes oscuridades.
"Deber de los superiores en las comunidades religiosas es comportarse de tal suerte, tanto por sus buenos ejemplos como por sus exhortaciones, conversaciones privadas y oraciones, que sus súbditos se mantengan al nivel de las almas fervorosas que aspiran a la perfección; pues de lo contrario les llegará su castigo y castigo terrible."
Todo esto es mucha verdad y demuestra lo fácil que es caer en ese estado de alma retardada, alejarse del camino de la perfección y dejar de vivir según el espíritu de fe. En tal estado fácilmente llega esa alma a no admitir que la contemplación se halle dentro de la vía normal de la santidad. O bien se saca esta conclusión: "Es ésa una doctrina que teóricamente parece verdadera, pero que no está muy de acuerdo con los hechos." Mas habría que decir, para decir la verdad: De hecho muchas almas se quedan en el estado de retardadas, viven fuera del orden, no tienden, ni aspiran a la perfección, ni se nutren como debieran de los misterios de la fe, ni del sacrificio de la Misa, a la cual no obstante asisten con frecuencia, pero, no con el espíritu interior
necesario para hacer progresos en la virtud. El P. Lallemant añade, ¡bid.:"Cuatro cosas hay que son muy perjudiciales a la vida espiritual, y en las cuales se fundan ciertas máximas perversas que se infiltran en las comunidades religiosas: 1ª la estima del talento y de cualidades puramente
humanas; 2ª, el afán de ganarse amigos con miras terrenas; 3ª una conducta demasiado naturalista que sólo escucha a la humana prudencia, y un espíritu astuto muy opuesto a la simplicidad evangélica; 4ª, las distracciones superfluas que el alma busca, y las conversaciones o lecturas que sólo traen al alma satisfacciones naturales."
De ahí nace la ambición, como lo nota el mismo autor, el afán de honrosas prelacías, el deseo de sobresalir en las ciencias y el buscar las propias comodidades: cosas todas ellas muy opuestas al progreso espiritual. A propósito de las almas retardadas fijémonos en este punto que es importantísimo: Hemos de vigilar incansablemente para conservar en nuestras almas la subordinación de la actividad natural del espíritu a las virtudes esencialmente sobrenaturales, sobre todo a las tres virtudes teologales. Es evidente que estas tres virtudes infusas, y sus actos correspondientes, son muy superiores a la actividad natural del espíritu en el estudio de las ciencias, de la filosofía y de la teología. Negarlo sería una herejía. Pero no basta admitir en teoría ese principio. De lo contrario, se llegaría a anteponer el estudio de la filosofía y la teología a la vida superior de la fe, a la oración, al amor de Dios y de las almas o a la celebración del santo sacrificio de la Misa, que se diría con mucha precipitación y poco o ningún espíritu de fe, para dedicar más tiempo al trabajo y a una excesiva tarea intelectual, que sería vacua y estéril por carecer del espíritu que la debería animar. Se derivaría por ese camino a un intelectualismo de mala ley, y habría como una hipertrofia de la razón en detrimento de la vida de fe, de la verdadera piedad y de la indispensable formación de la voluntad. En consecuencia, la caridad, que es la más excelsa de las virtudes teologales, no ocuparía el primer puesto en el alma, que, acaso para siempre, quedaría retardada y en gran esterilidad. Para poner remedio a tamaña desgracia nos hemos de acordar de que Dios, en su infinita misericordia, nos ofrece la gracia sin cesar, para que nos sea dado cumplir cada día mejor el supremo mandamiento, es decir, la obligación de aspirar a la perfección de la caridad: "Amarás al Señor Dios tuyo de todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo" (Luc., X, 27). No echemos en olvido que al fin de nuestra vida se nos ha de pedir cuenta estrecha de la sinceridad de nuestro amor a Dios.
EXTRAIDO DE:
P. Reginald Garrigou-Lagrange
LAS TRES EDADES DE LA VIDA INTERIOR
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