jueves, 15 de septiembre de 2011

EL ÁNGEL CUSTODIO


Los ángeles custodios están siempre a nuestro lado y nos escuchan en todas nuestras aflicciones. Cuando se aparecen, pueden tomar diferentes formas: Niño, hombre o mujer, joven, adulto, anciano, con alas o sin alas, vestidos como una persona cualquiera o con una túnica luminosa, con corona de flores o sin ella. No hay forma que no puedan tomar para ayudarnos. A veces, se pueden presentar bajo la forma de un animal amigable, como en el caso del perro Gris de San Juan Bosco, del pajarito que le llevaba las cartas al correo a Santa Gema Galgani o como el cuervo que le llevaba pan y carne al profeta Elías al torrente Querit (Reg 17,6 y 19,5-8).
Pueden presentarse también como personas comunes y corrientes, como el arcángel San Rafael, cuando acompañó a Tobías en su viaje; o con formas majestuosas y resplandecientes, como guerreros en las batallas. En el libro de los Macabeos se nos dice que "cerca de Jerusalén se les apareció en cabeza un jinete vestido de blanco, armado con armadura de oro y una lanza. Todos a una bendijeron a Dios misericordioso y se enardecieron, sintiéndose prontos, no sólo a atacar a los hombres y a los elefantes, sino a penetrar por muros de hierro" (2 Mac 11,8-9). "En lo más duro de la pelea, se les aparecieron en el cielo cinco varones resplandecientes, montados en caballos con frenos de oro, que, poniéndose a la cabeza de los judíos y tomando dos de ellos en medio al Macabeo, le protegían con sus armas, le guardaban incólume y lanzaban flechas y rayos contra los enemigos, que heridos de ceguera y espanto caían" (2 Mac 10,29-30).
En la vida de Teresa Neumann (1898-1962), gran mística alemana, se cuenta que su ángel tomaba frecuentemente su propia figura para aparecerse en distintos lugares a otras personas, como si fuera por bilocación. Algo parecido a esto, cuenta Lucía en sus "Memorias", con relación a Jacinta, ambas videntes de Fátima. En cierta oportunidad, un primo suyo se había escapado de casa con dinero robado a sus padres. Cuando se le acabó el dinero, como un hijo pródigo, estuvo de vagabundo hasta que lo metieron en la cárcel. Pero consiguió escaparse y una noche oscura y tempestuosa, perdido entre los montes sin saber a dónde dirigirse, se puso de rodillas a rezar. En ese momento, se le aparece Jacinta (entonces niña de 9 años) y lo conduce de la mano hasta la carretera para que pueda ir a casa de sus padres. Y dice Lucía: "Yo le pregunté a Jacinta si era verdad lo que él decía, y ella me respondió que no, que no sabía dónde estaban esos pinares y montes donde él se había perdido. Ella me dijo: Yo sólo recé y pedí mucho por él por compasión con la tía Victoria". Un caso muy interesante es el del mariscal Tilly. Durante la guerra de 1663, estaba un día asistiendo a misa, cuando el Barón Lindela le manifestó que el Duque de Brunswick estaba comenzando el ataque. Tilly, que era un hombre de fe, ordenó disponer todo para la defensa, diciendo que él asumiría el control, una vez terminada la misa. Al terminar la misa y hacerse presente en el puesto de mando, las fuerzas enemigas ya habían sido rechazadas. Al preguntar quién había dirigido la defensa, el Barón se quedó extrañado, pues le dijo que él mismo había sido. El mariscal respondió: “Yo he estado en la Iglesia, asistiendo a la misa y acabo de llegar. No he tomado parte en la batalla”. Entonces, le dijo el Barón: “Habrá sido su ángel quien ha tomado su puesto y su figura”. Todos los oficiales y soldados habían visto al propio mariscal en persona, dirigiendo la batalla. Podemos preguntarnos: ¿Cómo fue eso? ¿Sería su ángel como en el caso de Teresa Neumann y otros santos? Hay un caso extraordinario en la vida de la hermana María Antonia, Cecilia Cony (1900-1939), religiosa franciscana brasileña, que veía todos los días a su ángel. Cuenta en su autobiografía que en 1918 su padre, que era militar, fue trasladado a Río de Janeiro. Todo iba normal y escribía con regularidad hasta que un día dejó de escribir. Sólo envió un telegrama, diciendo que estaba enfermo, pero nada grave. La realidad era que estaba muy enfermo con la terrible peste, llamada "española". Su esposa le enviaba telegramas y eran
contestados por el mozo del hotel llamado Miguel. Durante este tiempo, María Antonia rezaba todos los días, antes de acostarse, un rosario de rodillas por su padre y le enviaba a su ángel para que fuera a cuidarlo. Cuando el ángel regresaba, al terminar su rosario, le ponía la mano sobre el hombro y entonces podía descansar tranquila.
Durante el tiempo que su padre estuvo gravemente enfermo, el mozo Miguel lo atendió con una dedicación especial, le traía al médico, le daba las medicinas, lo aseaba... Cuando estuvo recuperado, lo sacaba a pasear y tenía todas las atenciones de un verdadero hijo. Cuando, al fin, se recuperó del todo, regresó a su casa y hablaba maravillas de aquel joven Miguel "de exterior humilde, pero que ocultaba un alma grande con un corazón ideal que infundía respeto y admiración". Miguel siempre se mostró muy reservado y discreto. No pudo saber de él más que el nombre, pero nada de su familia ni de su condición social y ni siquiera quiso aceptar ninguna recompensa por sus incontables servicios. Para él fue su mejor amigo, del que siempre hablaba con gran admiración y agradecimiento. María Antonia estaba convencida de que ese joven era su ángel, a quien enviaba a cuidar a su papá, pues su ángel también se llamaba Miguel.

EXTRAIDO DE:
TU AMIGO, EL ANGEL
ÁNGEL PEÑA O.A.R.

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