Se decía del abad Agatón que durante tres años se había metido una piedra en la boca, hasta que consiguió guardar silencio.
El abad Benjamín, presbítero en las Celdas, fue un día a un anciano de Scitia y quiso darle un poco de aceite. Este le dijo: «Mira donde está el vasito que me trajiste hace tres años: donde lo pusiste allí sigue». Al oír esto, nos admiramos de la virtud del anciano.
Decían del abad Eladio que había vivido veinte años en su celda sin levantar los ojos para ver el techo.
Dijo el abad Teodoro: «La falta de pan extenúa el cuerpo del monje». Pero otro anciano decía: «Las vigilias lo extenúan más».
El abad Juan, que era de pequeña estatura decía: «Cuando un rey quiere tomar una ciudad a los enemigos, primero les corta el agua y los víveres, para que agotados de hambre capitulen. Lo mismo ocurre con las pasiones carnales: si el hombre vive en ayuno y hambre, los enemigos que tientan su alma se debilitan».
No hay comentarios:
Publicar un comentario