miércoles, 27 de abril de 2011

Santa Teresa de Ávila, Los conceptos del amor de Dios


CAPÍTULO 4

Habla de la oración de quietud y de unión y de la suavidad y gustos que causan al espíritu, en comparación de los cuales no son nada los deleites de la tierra. Más valen tus pechos que el vino, que dan de sí fragancia de muy buenos olores (Cant. 1, 1-2).

1. ¡Oh hijas mías, qué secretos tan grandes hay en estas palabras! Dénoslo nuestro Señor a sentir, que harto mal se pueden decir. Cuando Su Majestad quiere, por su misericordia, cumplir esta petición a la Esposa, es una amistad la que comienza a tratar con el alma, que sólo las que la experimentéis la entenderéis, como digo. Mucho de ella tengo escrito en dos libros (que si el Señor es servido, veréis después que me muera), y muy menuda y largamente, porque veo que los habréis menester, y así aquí no haré más que tocarlo. No sé si acertaré por las mismas palabras que allí quiso el Señor declararlo.

2. Siéntese una suavidad en lo interior del alma tan grande, que se da bien a sentir estar vecino nuestro Señor de ella. No es esto sólo una devoción que ahí mueve a lágrimas muchas, y éstas dan satisfacción, o por la Pasión del Señor, o por nuestro pecado, aunque en esta oración de que hablo, que llamo yo de quietud por el sosiego que hace en todas las potencias, que parece la persona tiene muy a su voluntad, aunque algunas veces se siente de otro modo, cuando no está el alma tan engolfada en esta suavidad, parece que todo el hombre interior y exterior conforta, como si le echasen en los tuétanos una unción suavísima, a manera de un gran olor, que si entrásemos en una parte de presto donde le hubiese grande, no de una cosa sola, sino muchas, y ni sabemos qué es ni dónde está aquel olor, sino que nos penetra todos, [3] así parece es este amor suavísimo de nuestro Dios: se entra en el alma, y es con gran suavidad, y la contenta y satisface y no puede entender cómo ni por dónde entra aquel bien. Querría no perderle, querría no menearse, ni hablar, ni aun mirar, porque no se le fuese. Y esto es lo que dice aquí la esposa a mi propósito, que dan de sí los pechos del Esposo olor más que los ungüentos muy buenos. Porque adonde he dicho digo lo que el alma ha de hacer aquí para aprovecharnos y esto no es sino para dar a entender algo de lo que voy tratando, no quiero alargarme más de que en esta amistad (que ya el Señor muestra aquí al alma -que la quiere tan particular con ella- que no haya cosa partida entre entrambos), se le comunican grandes verdades; porque esta luz que la deslumbra, por no entenderlo ella lo que es, la hace ver la vanidad del mundo. No ve al buen Maestro que la enseña, aunque entiende que está con ella; mas queda tan bien enseñada y con tan grandes efectos y fortaleza en las virtudes, que no se conoce después ni querría hacer otra cosa ni decir, sino alabar al Señor; y está cuando está en este gozo, tan embebida y absorta, que no parece que está en sí, sino con una manera de borrachez divina que no sabe lo que quiere, ni qué dice, ni qué pide. En fin, no sabe de sí; mas no está tan fuera de sí que no entiende algo de lo que pasa.

4. Mas cuando este Esposo riquísimo la quiere enriquecer y regalar más, conviértela tanto en Sí, que como una persona que el gran placer y contento la desmaya, le parece se queda suspendida en aquellos divinos brazos y arrimada a aquel sagrado costado y aquellos pechos divinos. No sabe más de gozar, sustentada con aquella leche divina que la va criando su Esposo, y mejorando para poderla regalar y que merezca cada día más. Cuando despierta de aquel sueño y de aquella embriaguez celestial, queda como cosa espantada y embobada y con un santo desatino, me parece a mí que puede decir estas palabras: Mejores son tus pechos que el vino. Porque cuando estaba en aquella borrachez, parecíale que no había más que subir; mas cuando se vio en más alto grado y todo empapada en aquella innumerable grandeza de Dios, y se ve quedar tan sustentada, delicadamente lo comparó; y así dice: Mejores son tus pechos que el vino. Porque así como un niño no entiende cómo crece ni sabe cómo mama, que aun sin mamar él ni hacer nada, muchas veces le echan la leche en la boca así es aquí, que totalmente el alma no sabe de sí ni hacer nada, ni sabe cómo ni por dónde (ni lo puede entender) le vino aquel bien tan grande. Sabe que es el mayor que en la vida se puede gustar, aunque se junten juntos todos los deleites y gustos del mundo. Vese criada y mejorada sin saber cuándo lo mereció; enseñada en grandes verdades sin ver el Maestro que la enseña; fortalecida en las virtudes, regalada de quien tan bien lo sabe y puede hacer. No sabe a qué lo comparar, sino al regalo de la madre que ama mucho al hijo y le cría y regala.

5. «Porque es al propio esta comparación que así está el alma elevada y tan sin aprovecharse de su entendimiento, en parte, como un niño recibe aquel regalo, y deléitase en él, mas no tiene entendimiento para entender cómo le viene aquel bien: que en el adormecimiento pasado de la embriaguez, no está el alma tan sin obrar, que algo entiende y obra, porque entiende estar cerca de Dios; y así con razón dice: Mejores son tus pechos que el vino.

6. Grande es, Esposo mío, esta merced, sabroso convite, precioso vino me dais, que con sola una gota me hace olvidar de todo lo criado y salir de las criaturas y de mí, para no querer ya los contentos y regalos que hasta aquí quería mi sensualidad. Grande es este; no le merecía yo. Después que Su Majestad se le hizo mayor y la llegó más a sí, con razón dice: Mejores son tus pechos que el vino. Gran merced era la pasada, Dios mío, mas muy mayor es ésta, porque hago yo menos en ella; y así es de todas maneras mejor. Gran gozo es y deleite del alma cuando llega aquí.

7. ¡Oh hijas mías! Déos nuestro Señor a entender o, por mejor decir, a gustar (que de otra manera no se puede entender) qué es del gozo del alma cuando está así. Allá se avengan los del mundo con sus señoríos y con sus riquezas y con sus deleites y con sus honras y con sus manjares; que si todo lo pudiesen gozar sin los trabajos que traen consigo (lo que es imposible), no llegara en mil años al contento que en un momento tiene un alma a quien el Señor llega aquí. San Pablo dice que no son dignos todos los trabajos del mundo de la gloria que esperamos; yo digo, que no son dignos ni pueden merecer una hora de esta satisfacción que aquí da Dios al alma, y gozo y deleite. No tiene comparación, a mi parecer, ni se puede merecer un regalo tan regalado de nuestro Señor, una unión tan unida, un amor tan dado a entender y a gustar, con las bajezas de las cosas del mundo. ¡Donosos son sus trabajos para compararlo a esto!, que si no son pasados por Dios, no valen nada; si lo son, Su Majestad los da tan medidos con nuestras fuerzas, que de pusilánimes y miserables los tememos tanto.

8. ¡Oh cristianos e hijas mías! Despertemos ya, por amor del Señor, de este sueño, y miremos que aún no nos guarda para la otra vida el premio de amarle; en ésta comienza la paga. ¡Oh Jesús mío, quién pudiese dar a entender la ganancia que hay de arrojarnos en los brazos de este Señor nuestro y hacer un concierto con Su Majestad, que mire yo a mi Amado y mi Amado a mí; y que mire El por mis cosas, y yo por las suyas! No nos queramos tanto que nos saquemos los ojos, como dicen. Torno a decir, Dios mío, y a suplicaros, por la sangre de vuestro Hijo, que me hagáis esta merced; béseme con beso de su boca, que sin Vos, ¿qué soy yo, Señor? Si no estoy junto a Vos, ¿qué valgo? Si me desvío un poquito de Vuestra Majestad, ¿adónde voy a parar?

9. ¡Oh Señor mío y Misericordia mía y Bien mío! Y ¿qué mayor le quiero yo en esta vida que estar tan junto a Vos, que no haya división entre Vos y mí? Con esta compañía, ¿qué se puede hacer dificultoso? ¿Qué no se puede emprender por Vos, teniéndoos tan junto? ¿Qué hay que agradecerme, Señor? Que culparme, muy mucho por lo que no os sirvo. Y así os suplico con San Agustín, con toda determinación, que «me deis lo que mandareis, y mandadme lo que quisiereis»; no volveré las espaldas jamás, con vuestro favor y ayuda.

10. «Ya yo veo, Esposo mío, que Vos sois para mí; no lo puedo negar. Por mí vinisteis al mundo, por mí pasasteis tan grandes trabajos, por mí sufristeis tantos azotes, por mí os quedasteis en el Santísimo Sacramento y ahora me hacéis tan grandísimos regalos. Pues, Esposa santa, ¿cómo dije yo que Vos decís: qué puedo hacer por mi Esposo?

11. «Por cierto, hermanas, que no sé cómo paso de aquí. ¿En qué seré para Vos, mi Dios? ¿Qué puede hacer por Vos quien se dio tan mala maña a perder las mercedes que me habéis hecho? ¿Qué se podrá esperar de sus servicios? Ya que con vuestro favor haga algo, mirad qué puede hacer un gusanillo; ¿para qué le ha menester un poderoso Dios? ¡Oh amor!, que en muchas partes querría decir esta palabra, porque sólo él es el que se puede atrever a decir con la Esposa: Yo a mi Amado. El nos da licencia para que pensemos que El tiene necesidad de nosotros este
verdadero Amador, Esposo y Bien mío.

12. Pues nos da licencia, tornemos, hijas, a decir: Mi Amado a mí, y yo a mi Amado. ¿Vos a mí, Señor? Pues si Vos venís a mí, ¿en qué dudo que puedo mucho serviros? Pues de aquí adelante Señor, quiérome olvidar de mí y mirar sólo en qué os puedo servir y no tener voluntad sino la vuestra. Mas mi querer no es poderoso; Vos sois el poderoso, Dios mío. En lo que yo puedo, que es determinarme, desde este punto lo hago para ponerlo por obra».

Tomas Kempis

DECLÁRASE QUÉ COSA SEA PACIENCIA Y LA LUCHA CONTRA EL APETITO.


El Alma:

1. Señor Dios, a lo que yo echo de ver, la paciencia me es muy necesaria; porque en esta vida acaecen muchas adversidades. Pues de cualquiera suerte que ordenare mi paz, no puede estar mi vida sin batalla y sin dolor. Jesucristo:

2. Así es, hijo; pero no quiero que busques tal paz, que carezca de tentaciones, y no sienta contrariedades. Antes cuando fueres ejercitado en diversas tribulaciones, y probado en muchas contrariedades, entonces piensa que has hallado la paz. Si dijeres que no puedes padecer mucho ¿cómo sufrirás el fuego del Purgatorio? De dos males siempre se ha de escoger el menor. Por eso, para que puedas escapar de los tormentos eternos, estudia sufrir con paciencia por Dios los males presentes. ¿Piensas tú que sufren poco o nada los hombres del mundo? No lo creas, aunque sean los más regalados.

3. Pero dirás que tienen muchos deleites y siguen sus apetitos, y por esto se les da poco de algunas tribulaciones.

4. Mas aunque fuese así, que tengan cuanto quisieren, dime, ¿cuánto les durará? Mira que los muy sobrados y ricos en el siglo desfallecerán como humo; y no habrá memoria de los gozos pasados. Pues aun mientras viven no se huelgan en ellos sin amargura, congoja y miedo. Porque de la misma cosa que se recibe el deleite, de allí frecuentemente reciben la pena del dolor. Justamente se procede con ellos; porque así como desordenadamente buscan y siguen los deleites, así los disfrutan con amargura y confusión. ¡Oh! ¡Cuán breves, cuán falsos, cuán desordenados y torpes son todos! Mas por estar embriagados y ciegos no discurren: sino a la manera de estúpidos animales, por un poco de deleite de la vida corruptible, caen en la muerte del alma. Por eso tú, hijo, no sigas tus apetitos y quebranta tu voluntad. Deléitate en el Señor, y te dará lo que le pidiere tu corazón.

5. Porque si quieres tener verdadero gozo, y ser consolado por Mí abundantísimamente, tu suerte y bendición estará en el desprecio de todas las cosas del mundo, y en cortar de ti todo deleite terreno, y así se te dará copiosa consolación. Y cuanto más te desviares de todo consuelo de las criaturas, tanto hallarás en Mí más suaves y poderosas consolaciones. Mas no las alcanzarás sin alguna pena, ni sin el trabajo de la pelea. La costumbre te será contraria; pero la vencerás con otra costumbre mejor. La carne resistirá; pero la refrenarás con el fervor del espíritu. La serpiente antigua te instigará y exasperará: pero se ahuyentará con la oración, y con el trabajo provechoso le cerrarás del todo la puerta.

CAPÍTULO 13: DE LA OBEDIENCIA DEL SÚBDITO HUMILDE A EJEMPLO DE JESUCRISTO.


Jesucristo:

1. Hijo, el que procura sustraerse de la obediencia, él mismo se aparta de la gracia; y el que quiere tener cosas propias, pierde las comunes. El que no se sujeta de buena gana a su superior, señal es que su carne aún no le obedece perfectamente, sino que muchas veces se resiste y murmura. Aprende, pues, a sujetarte prontamente a tu superior, si deseas tener tu carne sujeta. Porque tanto más presto se vence el enemigo exterior, cuanto no estuviere debilitado el hombre interior. No hay enemigo peor ni más dañoso para el alma que tú mismo, si no estás bien avenido con el espíritu. Necesario es que tengas verdadero desprecio de ti mismo, si quieres vencer la carne y la sangre. Porque aún te amas muy desordenadamente, por eso temes sujetarte del todo a la voluntad de otros.

2. Pero ¿qué mucho es que tú, polvo y nada, te sujetes al hombre por Dios, cuando Yo, Omnipotente y Altísimo, que crié todas las cosas de la nada, me sujeté al hombre humildemente por ti? Me hice el más humilde y abatido de todos, para que vencieses tu soberbia con mi humildad. Aprende, polvo, a obedecer; aprende, tierra y lodo, a humillarte y postrarte a los pies de todos. Aprende a quebrantar tus inclinaciones, y rendirte a toda sujeción.

3. Enójate contra ti; y no sufras que viva en ti el orgullo; sino hazte tan sumiso y pequeño, que puedan todos ponerse sobre ti, y pisarte como el lodo de las calles. ¿Qué tienes, hombre despreciable, de qué quejarte? ¿Qué puedes contradecir, sórdido pecador, a los que te maltratan, pues tantas veces ofendiste a tu Criador, y muchas mereciste el infierno? Pero te perdonaron mis ojos, porque tu alma fue preciosa delante de Mí, para que conocieses mi amor, y fueses siempre agradable a mis beneficios. Y para que te dieses continuamente a la verdadera humildad y sujeción, y sufrieses con paciencia tu propio menosprecio.

CAPÍTULO 14: CÓMO SE HAN DE CONSIDERAR LOS SECRETOS JUICIOS DE DIOS, PARA QUE NO NOS ENVANEZCAMOS.

El Alma:

1. Tus juicios, Señor, me aterran como un espantoso trueno, estremeciéndose todos mis huesos penetrados de temor y temblor, y mi alma queda despavorida. Estoy atónito, considero que los cielos no son limpios en tu presencia. Si en los ángeles hallaste maldad y no los perdonaste, ¿qué será de mí? Cayeron las estrellas del cielo; y yo, que soy polvo, ¿qué presumo? Aquellos cuyas obras parecían muy dignas de alabanza, cayeron al profundo; y los que comían pan de ángeles, vi deleitarse con el manjar de animales inmundos.

2. No hay, pues, santidad, si Tú, Señor, apartas tu mano. No aprovechará discreción, si dejas de gobernar. No hay fortaleza que ayude, si dejas de conservarla. No hay castidad segura, si no la defiendes. Ninguna propia guarda aprovecha, si nos falta tu santa vigilancia. Porque en dejándonos Tú, luego no vamos a fondo y perecemos; pero visitados de Ti, nos levantamos y vivimos. Mudables somos; pero por Ti, estamos firmes; nos entibiamos, mas Tú nos enciendes.

3. ¡Oh! ¡Cuán vil y bajamente debo sentir de mí! ¡Cuánto debo reputar por nada lo poco que acaso parezca tener de bueno! ¡Oh Señor! ¡Cuán profundamente me debo anegar en el abismo de tus juicios, donde no me hallo ser otra cosa que nada y más que nada! ¡Oh peso inmenso! ¡Oh piélago insondable, donde nada hallo de mí, sino ser nada en todo! ¿Pues dónde se esconde el fundamento de la vanidad? ¿Dónde la confianza de mi propia virtud? Anegase toda vanagloria en la profundidad de tus juicios sobre mí.

4. ¿Qué es toda carne en tu presencia? Por ventura, ¿podrá gloriarse el lodo contra el que lo trabaja? ¿Cómo se puede engreír con vanas alabanzas el corazón que está verdaderamente sujeto a Dios? Todo el mundo no ensoberbecerá a aquel a quien sujeta la verdad, ni se moverá por mucho que le alaben el que tiene firme toda su esperanza en Dios. Porque todos los que hablan son nada, y con el sonido de las palabras fallecerán; pero la verdad del Señor permanece para siempre.

CAPITULO 15: CÓMO SE DEBE UNO HACER Y DECIR EN TODAS LAS COSAS QUE DESEARE.

Jesucristo:

1. Hijo, en cualquier cosa di así: Señor, si te agradare, hágase esto así. Señor, si es honra tuya, hágase esto en tu nombre. Señor, si vieres que me conviene, y hallares serme provechoso, concédemelo para que use de ello a honra tuya. Mas si conocieres que me sería dañoso, y nada provechoso a la salvación de mi alma, desvía de mí tal deseo. Porque no todo deseo procede del Espíritu Santo, aunque parezca justo y bueno al hombre. Dificultoso es juzgar si te incita buen espíritu o malo a desear esto o aquello, o si te mueve tu propio espíritu. Muchos se hallan engañados al fin, que al principio parecían inspirados por buen espíritu.

2. Por eso siempre se debe desear y pedir con temor de Dios y humildad de corazón cualquier cosa apetecible que ocurriere al pensamiento, y sobre todo con propia resignación encomendarlo todo a Mí diciendo: Señor, Tú sabes lo que es mejor: haz esto o aquello, según te agradare. Da lo que quisieres, y cuanto quisieres, y cuando quisieres. Haz conmigo como sabes, y como más te agradare, y fuere mayor honra tuya. Ponme donde quisieres, dispón de mi libremente en todo. En tu mano estoy, vuélveme y revuélveme a la redonda. Ve aquí tu siervo dispuesto a todo; porque no deseo, Señor, vivir para mí sino para Ti. ¡Ojalá que viva dignamente y perfectamente! Oración para conseguir la voluntad de Dios.

3. Concédeme, benignísimo Jesús, tu gracia para que esté conmigo, y obre conmigo, y persevere conmigo hasta el fin. Dame que desee y quiera siempre lo que te es más acepto y agradable a Ti. Tu voluntad sea la mía, y mi voluntad siga siempre la tuya, y se conforme en todo con ella. Tenga yo un querer y no querer contigo; y no pueda querer ni no querer lo que Tú quieres y no quieres.

4. Dame, Señor, que muera a todo lo que hay en el mundo; y dame que desee por Ti ser despreciado y olvidado en este siglo. Dame, sobre todo lo que se puede desear, descansar en Ti y aquietar mi corazón en Ti. Tú eres la verdadera paz del corazón; Tú el único descanso: fuera de Ti todas las cosas son molestas e inquietas. En esta paz permanente, esto es, en Ti, Sumo y eterno Bien. Dormiré y descansaré. Amén.

CAPITULO 16: EN SÓLO DIOS SE DEBE BUSCAR EL VERDADERO CONSUELO.

El Alma:

1. Cualquier cosa que puedo desear o pensar para mi consuelo, no la espero aquí, sino en la otra vida. Pues aunque yo solo estuviese todos los gustos del mundo, y pudiese usar de todos sus deleites, cierto es que no podrían durar mucho. Así que no podrás, alma mía, estar cumplidamente consolada, ni perfectamente recreada sino en Dios, que es consolador de los pobres, y recibe a los humildes. Espera un poco, alma mía, espera la promesa divina, y tendrás abundancia de todos los bienes en el cielo. Si deseas desordenadamente estas cosas presentes, perderás las eternas y celestiales. Sean las temporales para el uso: las eternas para el deseo. No puedes saciarte de ningún bien temporal, porque no eres criada para gozar de lo caduco.

2. Aunque tengas todos los bienes criados, no puedes ser dichosa y bienaventurada: mas en Dios, que creó todas las cosas, consiste toda tu bienaventuranza y tu felicidad. No como la que admiran y alaban los necios amadores del mundo, sino como la que esperan los buenos y fieles discípulos de Cristo, y alguna veces gustan los espirituales y limpios de corazón, cuya conversación está en los cielos. Vano es y breve todo consuelo humano. El dichoso y verdadero consuelo es aquel que la Verdad hace percibir interiormente. El hombre devoto en todo lugar lleva consigo a su consolador Jesús, y le dice: Ayúdame, Señor, en todo lugar y tiempo. Sea, pues, mi consolación carecer de buena gana de todo humano consuelo. Y si tu consolación me faltare, sea mi mayor consuelo tu voluntad y justa probación. Porque no estarás airado perpetuamente, ni enojado para siempre.

martes, 26 de abril de 2011

Santo Domingo de Guzman


Diálogo de la Eterna Sabiduría y su siervo

Capítulos 13 y 14

Hay dos temas de singular relieve en la espiritualidad cristiana: Primero, el provecho espiritual que todos debemos sacar de la consideración atenta de la Pasión del Señor, que se hizo camino de salvación. Segundo, la aceptación y comprensión del sufrimiento como parte de nuestra vida, visto a la luz de la Pasión del Señor y de la purificación de nuestro amor a Dios y a los hombres.

Reflexionemos en ellos siguiendo a Enrique Seuze nos serviremos de textos muy relevantes en la historia de la espiritualidad: los capítulos 14 y 13 respectivamente del DIÁLOGO DE LA SABIDURÍA Y SU SIERVO escrito por este místico del siglo XIV, dominico alemán. Esa obra acaba de ser traducida al español por el profesor Salvador Sandoval para la editorial San Esteban, de Salamanca.

Inefable provecho de meditar en la Pasión del Señor.

(Diálogo del Siervo, fray Enrique, con la Eterna Sabiduría, Cristo.)

EL SIERVO: Señor, creo que nadie sabe bien cuántos beneficios podrían obtenerse de tu pasión y cuán inmensos son los frutos que en ella se encuentran, si uno quisiera consagrarle su espacio y tiempo.

¡Qué senda tan segura es el camino de tu pasión, que lleva al hombre por la vía de la verdad hasta la cumbre más alta de toda perfección!

¡Qué razón tenias tú, bienaventurado Pablo, luz eximia entre todos los astros del cielo, cuando hablaste! Tú, aunque fuiste raptado a las alturas y abismado en los ocultos misterios de la desnuda divinidad hasta el punto de oír palabras misteriosas que ningún hombre puede pronunciar (2 Cor 12,4), sin embargo, abrazaste sobre todas las cosas la amadísima pasión de Cristo con tanto amor y dulzura de tu corazón, que no dudaste en decir: Nada he creído saber entre vosotros, sino a Cristo Jesús, y éste crucificado (1 Cor 2,2).

Bienaventurado seas tú también entre todos los doctores, dulce Bernardo, cuya alma fue admirablemente iluminada por los rayos del Verbo eterno, pues con la dulce elocuencia que mana de la exuberancia de tu corazón predicaste y ensalzaste la pasión de la humanidad de Cristo, diciendo entre otras cosas:

«Hermanos, desde el principio de mi conversión y como acervo de los méritos que sabía que me faltaban, procuré juntar y colocar entre mis pechos este pequeño haz hecho de todas las angustias y amarguras de mi Señor. A meditar estas cosas llamé sabiduría; en ellas he descubierto la perfección de la justicia, la plenitud de la ciencia, las riquezas de la salvación y el tesoro de los méritos. De ellas me viene la saludable bebida de la amargura y el dulce bálsamo del consuelo. Ellas me sostienen en la adversidad, y en la prosperidad me ponen freno; ellas al que camina por la vía regia entre la alegría y la tristeza de la vida presente, le ofrecen una guía segura, alejando los males que le amenazan...»

Y poco después: «Esta es mi más sublime filosofía: conocer a Jesús, y a éste crucificado. Yo no busco, como la esposa, dónde reposa al mediodía aquel a quien abrazo gozoso entre mis pechos. No pregunto dónde pastorea al mediodía aquel a quien veo como Salvador en la cruz. Aquello es más elevado, esto más dulce y conveniente para mí. Aquello es pan, esto leche...» No es casualidad, padre san Bernardo, que tu lengua destilara palabras tan dulces, pues la dulce pasión de Cristo había endulzado tu corazón.

Eterna Sabiduría, de todo lo dicho deduzco fácilmente que todo el que desee grandes premios, la salvación eterna, una ciencia excelente y una sabiduría superior, y quiera gozar de un alma equilibrada en la adversidad y en la prosperidad y estar completamente seguro frente a todo mal, ése debe llevarte a Ti, su Señor crucificado, ante los ojos del alma dondequiera que vaya.

ETERNA SABIDURÍA: No creas haber entendido cuán útil es esto y qué premios reporta. Créeme, el recuerdo continuo de mi bondadosísima pasión convierte a un ignorante en sabio doctor. Y no es de extrañar, pues mi pasión es en sí misma un libro de vida en el que puede encontrarse todo. ¡Sea tres y cuatro veces bienaventurado aquel que la tiene siempre ante sus ojos y a ella se consagra! ¡Qué sabiduría y gracia, qué consuelo y dulzura, qué superación de todos los vicios y qué sentido de mi continua presencia puede obtener! Escucha un ejemplo de esto:

Hace muchos años, un hermano predicador, al principio de su conversión, sufría horriblemente por una melancolía desordenada, la cual le resultaba a veces tan molesta que sólo quien la hubiera experimentado sería capaz de comprenderla. En cierta ocasión, estando sentado en su celda después de la comida, le oprimió tanto esa tentación, que no le apetecía ni estudiar, ni orar, ni hacer nada bueno, y se quedaba triste en su celda, con las manos recogidas en su regazo, como si quisiera al menos guardar su celda en alabanza de su Señor, pues se sentía completamente imposibilitado para cualquier otro ejercicio espiritual. Viviendo en ese estado, privado de todo consuelo, le pareció oír en su interior una voz que le decía: «¿Por qué estás sentado aquí? Levántate y recuerda todo lo que yo he sufrido: así olvidarás toda tu aflicción». El, levantándose al punto (pues entendió que la voz venía del cielo), empezó a meditar la pasión del Señor Jesús y se sintió de tal modo liberado de su sufrimiento, que jamás volvió a experimentar algo así.

EL SIERVO: Eterna Sabiduría, Tú que conoces todos los corazones, sabes, sin duda, que nada hay para mí más deseable que sentir tu acerbadisima pasión con más vehemencia que los demás hombres, y de tal modo que de mis ojos mane noche y día una fuente de tristes lágrimas. Y por eso me quejo amargamente ante Ti porque tu pasión no logra traspasar profundamente mi alma en cada momento y yo no puedo meditarla con tanta devoción como Tú te mereces, amadísimo Señor. Enséñame cómo debo comportarme.

ETERNA SABIDURÍA: La meditación de mi pasión no debe ser superflua sino que debe hacerse con íntimo amor del corazón y con sentida reflexión. De otro modo, el corazón no sentirá más devoción que la que siente el paladar por una comida dulce, pero sin masticar. Y si, a pesar de recordar la inefable angustia y el dolor que me causó, no puedes rememorar mi pasión con los ojos humedecidos, hazlo al menos con ánimo alegre por los bienes inmensos que de ella recibes. Si tampoco eso alcanzas, si no puedes meditarla ni con alegría ni con llanto, medítala entonces con el corazón árido en alabanza a Mí, pues de ese modo me haces un obsequio más grato que si te derritieras entero a causa de las lágrimas y la dulzura, ya que de este modo actúas por amor a la virtud, no buscándote a ti mismo.

Y para que mi pasión penetre cada vez más en tu corazón, escucha ¡o que te voy a decir... Si un gran pecador ... ha de cumplir en el ardiente horno del terrible purgatorio las penas que aquí no pagó, ... todo lo que él debe pagar puede expiarlo y borrarlo por la economía de mi inocente pasión. Y, en verdad, aquella pobre alma podrá refugiarse y agarrarse de tal modo al ilustre tesoro de mi pasión, que, aunque tuviera que sufrir mil años ¡os tormentos del purgatorio, en un instante quedará libre de toda culpa y pena, y, abandonando el purgatorio, volará libre al cielo.

EL SIERVO: Señor, enséñame cómo puede ser esto. ¡Cómo me gustaría conquistar de ese modo el tesoro de tu pasión!

ETERNA SABIDURÍA: Debe hacerse como sigue:

1. Con corazón contrito, examine y pondere el hombre seria y frecuentemente la gravedad y cantidad de sus grandes pecados, pues con ellos ha ofendido tan irreverentemente los ojos de su Padre celestiaL

2. Después, tenga en nada sus obras de penitencia, pues, comparadas con los pecados, no son más que una gota en el océano.

3. Considere la admirable inmensidad de mi expiación, puesto que una gotita de la sangre preciosa que mana en abundancia por todo mi cuerpo bastaría para borrar los pecados de mil mundos; aunque tanto se beneficia uno de mi expiación cuanto se conforma a Mí por compasión.

4. Finalmente, debe sumergir y fijar humilde y encarecidamente la pequeñez de su expiación en la infinidad de la mía.

En resumen, ni los aritméticos, ni los geómetras, ni todos los maestros juntos son capaces de enumerar la inmensidad de los bienes que permanecen ocultos en la asidua meditación de mi pasión.

EL SIERVO: Siendo esto así, Señor, te pido que pongas fin a todo lo que me ha alejado de tí y me introduzcas profundamente en las riquezas ocultas de tu amadísima pasión.

Las aflicciones y pruebas ayudan a madurar en la vida.

EL SIERVO: Te suplico, Señor, te dignes explicar a tu siervo cuáles son las cruces o aflicciones que afirmas ser tan dignas y útiles. Ardo en deseos de que me instruyas más acerca de este asunto, para que, si me ocurre alguna adversidad con tu consentimiento, la reciba alegre y amorosamente como procedente de tus paternales manos.

ETERNA SABIDURÍA: Me refiero a cualquier cruz o aflicción, tanto si es asumida libremente como si sobreviene sin quererla, siempre que el hombre que la sufre, haciendo de la necesidad virtud, no quiera verse libre de ella sin mi voluntad, y la refiera con humilde y amable paciencia a mi eterna alabanza.

Esta cruz es para Mí tanto más noble y aceptable, cuanto mayor sea el amor y el abandono que la acompañen. Acerca de este tipo de aflicciones, escucha lo que te voy a decir y grábalo bien a fondo en la mismas entrañas de tu corazón, de modo que sea para ti como un signo puesto ante los ojos espirituales de tu alma.

Ten por seguro que yo moro en el alma pura como en un paraíso de gozo.

Por eso no puedo soportar que se entregue al amor o deleite de cualquier otra cosa. Como está inclinada por naturaleza a placeres nocivos, cerco su camino con espinas y obstruyo sus sendas (quiera o no quiera) con la adversidad, para que no escape de mis manos. Siembro de aflicciones todos sus caminos, para que el gozo de su corazón no descanse en otra cosa que no sea la majestad de mi divinidad.

Créeme, si todos los corazones se hicieran uno solo, no podrían ganar en esta vida el premio más pequeño que Yo daré en la eternidad, incluso por la cruz más insignificante que se sufra por amor a Mí. Así lo he dispuesto y decretado desde la eternidad en toda la naturaleza, y no quiero cambiarlo, para que lo que es noble y bueno sea difícil y cueste conquistarlo. Si uno no quiere poner manos a la obra, sino que prefiere apartarse de Mí, que lo haga. Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos (Mt 22,1 4).

EL SIERVO: Quizá no pueda negarse, Señor, que los sufrimientos sean un bien inmenso, si no fueran tantos, ni tan horribles e inauditos. Señor Dios, Tú solo conoces todos los secretos y lo has creado todo con número, peso y medida; Tú sabes bien que mis sufrimientos exceden toda medida y superan mis fuerzas. No sé si hay en este mundo algún otro que sufra continuamente tanto como yo. ¿Cómo podré soportarlo? Señor, si tu me enviaras sufrimientos comunes, los soportaría; pero estas extrañas e inusuales cruces, que tan secretamente traspasan mi alma y mi espíritu y que sólo Tú conoces a fondo, no veo cómo podría soportarlas.

ETERNA SABIDURÍA: Todo enfermo cree que su enfermedad es la más grave de todas, y un sediento juzga que nadie es más desgraciado que él. Por eso, si te hubiera afligido por otros medios, sentirías lo mismo que sientes ahora. Así pues, abandónate a mi voluntad con ánimo esforzado ante cualquier adversidad que Yo quiera enviarte, sin excepción. ¿No sabes que Yo siempre quiero sólo lo mejor para ti, incluso con mucho más interés que tú? Sabes que soy la Eterna Sabiduría, la única que conoce a la perfección qué es lo que más te conviene. Además, creo que ya has aprendido por propia experiencia que las cruces enviadas por Mí, si uno sabe servirse bien de ellas, tocan más de cerca, penetran más profundamente y llevan más rápidamente a Dios que cualesquiera otras asumidas por propia iniciativa. ¿De qué te quejas aún? ¿Por qué no dices mejor: Padre bondadosísimo, haz conmigo lo que quieras?

EL SIERVO: Es fácil decirlo, Señor, pero el sufrimiento presente es difícil de soportar a causa de su excesivo dolor.

ETERNA SABIDURÍA: Si la cruz no doliera no sería cruz. Nada hay más honroso que la cruz, nada más gozoso y deseable que haberla sufrido. La cruz, a cambio de un breve dolor, proporciona un gozo duradero. La cruz duele a quien le resulta molesta y detestable, pero apenas mortifica a quien la soporta ecuánimemente. Si disfrutaras siempre de tanta dulzura espiritual, de tanto consuelo y deleite divino que rebosaras de rocío celestial, todas estas cosas, consideradas en sí, no aumentarían tanto tu mérito, ni por ellas obtendrías de Mí tanta gracia, ni me sentiría tan obligado a ti, como una sola cruz sufrida con amor o el abandono de ti mismo en la aridez del espíritu, en la que me sufres por amor. Es más probable que diez elijan entregarse a un gran placer y a las delicias del corazón, que uno solo opte por humillarse padeciendo en continua adversidad y sufrimiento.

Si tuvieras la ciencia de los astrónomos, si pudieras hablar de Dios tan copiosa y elegantemente como todas las lenguas de los ángeles y de los hombres; y si tú solo tuvieras la erudición de todos los maestros y doctores, todo eso no te ayudaría tanto a una vida santa y piadosa como resignarte y confiarte a Dios en todas tus aflicciones. Aquellas cosas son comunes a buenos y malos, mas esto último es patrimonio de los elegidos. ¡Oh, si alguien pudiera sopesar y ponderar con juicio justo el tiempo y la eternidad, preferiría yacer cien años en un horno ardiendo que carecer de la mínima recompensa que gustará eternamente en el cielo a cambio de una levísima aflicción! Aquello tiene fin, esto es eterno.

El sufrimiento posee gran dignidad ante Dios

EL SIERVO: Eso que recuerdas, bondadosísimo Jesús, suena como suavísima cítara para un hombre afligido. Ciertamente, Señor, si me consolaras con palabras tan dulces mientras sufro, padecería gustoso y preferiría soportar la cruz a carecer de ella.

ETERNA SABIDURÍA: Escucha ahora atentamente la dulce melodía, los cantos sonoros de las cuerdas tensas del hombre que sufre a Dios; advierte cuán suavemente resuenan, cómo acarician los oídos. El sufrimiento es despreciable para el mundo, pero ante Mí posee una inmensa dignidad. El sufrimiento aplaca mi ira, atrae mi gracia y amistad; el sufrimiento hace al hombre grato y amable a mis ojos, pues lo conforma y semeja a Mí.

El sufrimiento es un bien oculto que nadie puede pagar, y aunque alguno me suplicara de rodillas durante cien años una cruz amable, ni siquiera así podría merecerla. El sufrimiento convierte al hombre terrenal en celestial. El sufrimiento vuelve este mundo ajeno al hombre y conduce a una intimidad perpetua conmigo; disminuye el número de los amigos, pero aumenta la gracia. El que quiera disfrutar de mi íntima amistad debe estar absolutamente libre y desprendido de todo el mundo. El sufrimiento es el camino más seguro y breve.

Créeme, si uno conociera bien cuánta es la utilidad y ventaja de la cruz, la recibiría de manos de Dios como el don más precioso. ¡Cuántos estaban destinados a la perdición eterna y dormían un sueño perpetuo, y, sin embargo, el sufrimiento los restableció y despertó a una vida mejor! ¡A cuántos retienen continuos sufrimientos como a fieras y avecillas indómitas en jaulas, pero, si se les diera tiempo y ocasión, huirían inmediatamente hacia su perdición eterna!

El sufrimiento preserva de la caída grave, enseña al hombre a conocerse a sí mismo, a recogerse en su interior, a estar en armonía consigo mismo y a creer al prójimo. Mantiene el alma en la humildad y le enseña sabiduría ; protege la pureza y trae la corona de la beatitud eterna. Apenas encontrarás a alguien que no obtenga algún bien del sufrimiento, tanto si está aún sujeto al pecado, como si empieza a enmendar su vida, ya esté en el número de los proficientes o en el de los perfectos. El fuego purga el hierro, acrisola el oro y adorna joyas preciosas. El sufrimiento quita la carga del pecado, disminuye las penas del Purgatorio, rechaza las tentaciones, destruye los vicios, renueva el espíritu, aporta verdadera confianza, una conciencia pura y un espíritu firme y elevado. El sufrimiento es bebida saludable, hierba más salutífera que todas las hierbas del paraíso. Castiga el cuerpo, que en breve ha de descomponerse, y rehace el alma, mucho más noble y eterna. El sufrimiento vivifica y fecunda el alma como el rocío de mayo las bellas rosas.

El conocimiento de sí inunda el espíritu y vuelve al hombre experimentado. Quien no ha gustado el sabor del sufrimiento y la tentación, ¿qué sabe? El sufrimiento es una vara llena de amor y castigo paternal de mis elegidos. El sufrimiento arrastra y empuja al hombre, quiera o no, a Dios. Al que soporta la adversidad con alegría todo le sirve y aprovecha, las cosas agradables y las tristes, los enemigos y los amigos.

¡Cuántas veces tú mismo has desbaratado y reducido a la nada los ataques de tus enemigos alabándome con ánimo alegre y decidido, y soportando la adversidad mansa y bondadosamente! Preferiría crear sufrimientos de la nada que dejar a mis amigos privados de la cruz. En el sufrimiento se ponen a prueba todas las virtudes, el hombre recibe honra, el prójimo es corregido y Dios alabado. La paciencia en la adversidad es un sacrificio vivo, perfume suavísimo de excelente bálsamo ante mi divina majestad y objeto de enorme admiración ante todo el ejército celestial. Jamás ha habido nadie, por valiente que fuera, púgil o caballero, cuyos combates públicos hayan despertado en los espectadores tanta admiración como la que sienten todos los bienaventurados ante un hombre que soporta rectamente el sufrimiento.

Todos los santos son como catadores del hombre que sufre, pues conocen como nadie el sufrimiento, y todos afirman al unísono que no hay veneno alguno en el sufrimiento, sino que es una bebida de lo más saludable. Ser paciente en la adversidad es más provechoso que resucitar muertos o hacer otros milagros. Es el camino estrecho que conduce directo hasta las mismas puertas del cielo. El sufrimiento hace al hombre compañero de los mártires, concede la alabanza y la victoria sobre todos los enemigos, viste al alma de hábito rosa y púrpura, prepara una corona de rosas y hace un cetro de palmas lozanas; el sufrimiento es como piedra preciosa en el broche que cuelga en el pecho de una virgen; en la vida eterna, el sufrimiento entona con dulces melodías y espíritu libre un cántico nuevo que ni todos los coros de los ángeles podrían igualar, precisamente por esto: porque jamás han probado el sabor de la cruz. Por decirlo en pocas palabras: este mundo llama desgraciados a los hombres que sufren, pero Yo los llamo dichosos, porque los he elegido para Mí

EL SIERVO: Tus palabras demuestran que eres la Eterna Sabiduría, porque puedes revelar la misma verdad con tal claridad, que no hay lugar para la duda.

No es de extrañar que uno pueda soportar el sufrimiento cuando se lo haces tan agradable.

Señor, con tus dulces palabras has conseguido que toda cruz y molestia sean para mí mucho más soportables y gozosas.

Señor Dios, Padre de bondad, de rodillas ante Ti y desde lo más profundo de mi corazón, te alabo y te doy las gracias por los sufrimientos presentes y también por los pasados, tan acerbos y lacerantes, los cuales me resultaban muy dolorosos porque parecían venir de un espíritu hostil.

ETERNA SABIDURÍA: ¿Y qué opinas ahora de ellos?

EL SIERVO: Ahora no tengo la menor duda, Señor: cuando te contemplo con ojos de enamorado, Pascua gratísima de mi corazón, reconozco que aquellas cruces tan horribles y dolorosas con las que me has probado y ejercitado con bondad paternal (tus amigos se horrorizaban al yerme oprimido bajo su peso) no han sido para mí sino dulce rocío de mayo florido.

lunes, 25 de abril de 2011

SANTA ROSA DE LIMA

Notas escritas por la Santa en dos medios pliegos de papel con gráficos y leyendas explicativas, encontradas en 1923 por fray Luis Getino en la habitación donde falleció la santa virgen – actualmente Capilla del monasterio de Santa Rosa, llamado también de las Rosas.

“Hechas todas estas mercedes en diferentes ocasiones que no puedo enumerar, porque las he repetido repetidas veces, alternándose gran padecer y muy exquisitos crisoles, como en varias ocasiones tengo escrito para gloria de Dios.

Los grados siguientes corresponden ala purificación pasiva, que Rosa representa por medio de corazones, unas veces atravesados por rayos de amor, otras herido con flecha o sumergido en Dios, adornándolos con otros signos y lemas por su orden:

Al fin pinta Rosa seis alas pequeñas al corazón con la cruz debajo y la imagen de la Santísima Trinidad, en cuyo seno se pierde un corazón sin herida alguna y con esta frase:
“Arrobo, embriaguez en la bodega, secretos de amor divino ¡Oh, dichosa unión, abrazo estrecho con Dios!”

ESCRITOS DE SANTA ROSA DE LIMA

“Jesucristo sea glorificado.
Madre de mi alma y señora mía: la divina Majestad sea servida de comunicarme su divino espíritu, para que yo acierte a hacer lo que Vuesa Merced, manda, que yo, de mi parte, haré todo lo que en mi fuere; pida Vuesa Merced, madre mía a Dios, oiga mis pobres oraciones, y en las de Vuesa Merced y en las de mi señor padre me encomiendo, cuyas manos juntas, con los de esos angelitos, mi madre y yo, millares de veces besamos, y todas las personas de esta casa pedimos a Nuestro Señor pague a Vuesa Merced con premio de gloria la limosna de anoche, con las demás que cierto llegó a tiempo de muy apretada necesidad.
Nuestro Señor me guarde a Vuesa Merced, como yo deseo.
Esclava de la Virgen María y sierva de Cristo,
Rosa de Santa María.
A mi madre y señora doña María de Uzátegui guarde Nuestro Señor”.

jueves, 14 de abril de 2011

ALGUNAS VIRTUDES DE SAN MARTIN DE PORRES


Humildad

Fray Martín era muy humilde y se consideraba el último y el más pecador. Antonio José de Pastrana afirma haberle oído decir, 21 Proceso, pp. 237-238.18cuando se disciplinaba: Ven acá, perro mulato. ¿Por qué no eresmuy agradecido a Dios por tantos beneficios como te ha hecho de
haberte traído a la religión a la compañía de tantos buenos paraque fueses bueno y no te
perdieses? ¿Y no acabas de entender, mulato? Si te hubieras quedado en el siglo, ¿hubieras llegado a esta edad? No, porque te hubieran ahorcado por ladrón. Y teniéndote Dios en su casa, por no dejar de ser ladrón, hurtas el tiempo a las obligaciones de tu ocupación y oficio y de servir a tus amos que son los enfermos y religiosos, y te has hecho un haragán. Vuelve en ti y acuérdate de las misericordias de Dios y sé muy agradecido22. Fray Juan de la Torre oyó algo parecido: Ven acá, perro mulato ruin, ¿con qué correspondes a Dios los beneficios que te ha hecho de hacerte hijo de la Iglesia, cristiano, católico y religioso en la compañía de tantos religiosos, nobles, doctos y santos? Ha sido grande la misericordia de Dios de no tenerte en el infierno por tus pecados y escándalos. ¿Hasta cuándo ha de durar esta mala vida, tu tibieza y flojedad en el ejercicio y ocupación que se te ha encomendado?23 Y, cuando algunos religiosos lo trataban mal de palabra, con mucha humildad respondía, echándose en el suelo para quererles besar los pies, mientras le decían las dichas palabras24. Su vestir era humildísimo y pobre, pues no traía más de una túnica de jerga que le daba hasta las rodillas y, sobre ella, el hábito sin más camisa a raíz de las carnes… Su cama era un ataúd con una estera por colchón y un pedazo de madera por cabecera. Y con ser tan rigurosa, la usaba pocas veces, porque las más de las noches se dejaba llevar del poco rato de sueño en un poyo o banco a los pies de algún enfermo, cuando le veía fatigado o de riesgo. Y en la caridad fue tan grande que, sin encarecimiento, juzga este testigo que le podrían llamar con justo título fray Martín de la caridad25. El padre Antonio de Estrada declara que estando muy enfermo el siervo de Dios de una cuartanas muy rigurosas que padecía todos los años por el tiempo de invierno y, viendo que no tenía cama donde dormir, por la humildad y menosprecio con que se trataba sin más abrigo, le mandó el padre fray Luis de Bilbao que era Provincial, que por obediencia echase sábanas en la dicha cama y tuviese colchón; visto lo cual por el dicho siervo de Dios, le oyó decir este testigo, hablando con el dicho padre provincial con mucha humildad: “¿A un perro mulato que en el siglo no tuviera qué comer ni qué dormir, manda vuestra paternidad que se acueste entre sábanas? Por amor de Dios, que vuestra paternidad no me lo permita. En una oportunidad en que estaba enfermo el padre Pedro de Montesdoca de un mal en la pierna entró a servirle el hermano fray Martín y por no sé qué niñería que sucedió en la celda, se enojó con él el dicho fray Pedro y lo deshonró, diciéndole que era un perro mulato y otras malas razones; a lo cual se había salido riendo de la celda el dicho hermano. Y al anochecer del día de este suceso, entró con mucha paz y alegría en la celda con una
ensalada de alcaparras, diciéndole al dicho padre: “Ea, padre, ¿está ya desenojado? Coma esta ensalada de alcaparras que le traigo”. Y, viendo el dicho padre fray Pedro que había estado deseándolas todo el día y padeciendo el desgano del comer y el dolor de que le habían de cortar la pierna al día siguiente, pareciéndole cosa seria que le hubiese traído lo que había estado deseando y que aquella era obra de Dios, le pidió perdón al hermano fray Martín y le agradeció el regalo; y con grande fervor le pidió se doliese de él y mirase que estaban para cortarle la pierna. A lo cual el dicho hermano se llegó y se la vio y le puso las manos en ella, con lo cual quedó sano y libre de lo que le amenazaba27. El padre Juan Ochoa de Varástegui certifica que, viendo una mañana al venerable hermano ocupado en limpiar unas secretas (retretes o baños) del convento, a lo cual venía todas las mañanas, estando viviendo en casa del arzobispo de México don Feliciano de Vega, que en aquel tiempo estaba enfermo en esta ciudad y había pedido con particular fervor y consuelo que le asistiese, este testigo le dijo a fray Martín: “Hermano, ¿no es mejor estar en la casa del señor arzobispo de México que en las secretas del convento?”. Y respondió: “Padre fray Juan, más estimo yo un rato de estos que paso en este ejercicio que muchos días de los que tengo en casa del señor arzobispo”28. El padre Cristóbal de san Juan afirma que a los religiosos enfermos les servía de rodillas y estaba de esta suerte asistiéndolos de noche a sus cabeceras los ocho y los quince días, conforme a las necesidades en que los veía estar, levantándolos, acostándolos y limpiándolos, aunque fuesen las más asquerosas enfermedades, todo con un encendido corazón de ángel a vista de este testigo y de los demás sus hermanos29. Y sigue diciendo el mismo testigo: Resplandeció singularmente en la virtud de la humildad… Rara vez fue la que este testigo le vio levantar los ojos de la tierra. Cuando entraba en las celdas de los religiosos, le daban silla o banco en que se sentase, pero no lo admitía y prefería sentarse a sus pies en el suelo. Y, si acaso algunos le trataban mal de palabras, era el semblante de su rostro más alegre que si le hicieran alguna honra o lisonja, respondiendo a los oprobios que le hacían con palabras de grandísimo amor y mansedumbre30.

Penitencia

San Martín hacía mucha penitencia, ofreciendo sus sufrimientos por la salvación de los demás. Fue muy abstinente en su comida. Y esta se reducía, los días que la Comunidad comía carne, a una escudilla de caldo y algunas verduras; y en los días de pescado, a algunas legumbres. Y esto era muy moderado. Viéndolo, parecía cosa imposible sustentarse así un cuerpo humano. Ayunaba todas las Cuaresmas a pan y agua desde el día Jueves Santo hasta el día de Pascua a mediodía. Y este día por gran regalo comía unas yucas y camotes. Y el segundo día comía por la solemnidad de la Pascua una sopas y unas pocas coles sin comer carne. El mismo testigo afirma que traía a raíz de las carnes una túnica de jerga muy gruesa y áspera y un cilicio de cerdas como
jubón que le llegaba hasta los muslos… No se le conocía cama sino una alacena que tenía en la ropería, la cual le servía algunos ratos del día, porque las noches las pasaba en oración en el Capítulo y Coro alto, que eran los lugares de su devoción. Todos los días, después de las oraciones se encerraba en su celda y estaba en ella poco más de tres cuartos de hora en oración y disciplina. Se azotaba con una disciplina que tenía de tres ramales, que tenía de hierro con sus rosetas. Y, acabada, llamaba a este testigo (Juan Vázquez Parra) y le pedía le curase las espaldas con vinagre, lo cual hacía. Y viendo este testigo lo lastimado que quedaba de las espaldas, le dijo muchas veces que no hiciese aquello y que escogiese otros modos que había de penitencia y siempre le respondía que todo aquello era nada para lo que merecía. Y todo esto se lo decía a este testigo con semblante alegre y risueño sin mostrar flaqueza alguna. Y desde las doce y un cuarto
de la noche era la segunda oración y disciplina; unas veces en su celda y otras en la sala del Capítulo delante de la imagen de un santo Crucifijo, y en ella estaba como cosa de tres cuartos de hora; la cual se daba en las asentaderas con un rebenque de látigo torcido. Y en muchas ocasiones le vio este testigo en la sala del Capítulo elevado y suspendido en alto de la tierra, haciendo oración. Y a las cinco de la mañana era la tercera oración que tenía, unas veces en la celda y otras en unos sótanos solitarios que hay en el convento y allí se disciplinaba muy rigurosamente, dándose muchos azotes en las pantorrillas y en las plantas de los pies. Y por no poderlo hacer bien el venerable hermano, le pedía a este testigo que le diese los dichos azotes con unas varas de
membrillo y así lo hacía, doliéndose mucho de las rigurosas penitencias que hacía. Marcelo de Ribera asegura haber oído a los religiosos del convento que el siervo de Dios salía algunas veces azotándose por el convento como en procesión y que le iban alumbrando cuatro hermosísimos mancebos que se entendía eran ángeles. El mismo testigo afirma que todo el tiempo tocó a Maitines y al Alba y que sólo dormía cuando le rendía el sueño en algún banco o en la cátedra del Capítulo o a los pies de algún enfermo que estuviese de riesgo necesitado; y la cama que tenía en su celda era una a modo de ataúd de tabla y sobre ella una estera y por cabecera un pedazo de madera, de la cual cama usaba cuando estaba malo y muy necesitado. Y fue ponderable de cuantos lo conocían no haberle visto puesto nunca el sombrero que se permite a los donados por más que abrasase el sol en el rigor del verano, trayéndolo caído a las espaldas, no por bien parecer, sino por la modestia debida al hábito. Las Pascuas del Espíritu Santo tenía por devoción irse a holgar con dos camisas que pedía de limosna, de jerga. Una de las dos camisas de jerga era para fray Juan Macías, su camarada y amigo, con las cuales se mudaban los dos siervos del Señor y juntos se iban al platanal que tiene la huerta de la Recoleta y allí hacían oración toda la Pascua con grandes penitencias de disciplinas. Hinchábanseles las espaldas y luego venía a mí, Juan Vásquez, a que le curase.

Nota.- Juan Vázquez Parra es uno de los testigos más autorizados de la vida de nuestro santo. Cuatro o cinco años antes de la muerte de fray Martín, lo recogió en su celda. Era un jovencito español de unos 14 ó 15 años, a quien vio un día desamparado y pidiendo limosna. A partir de ese día, se convirtió en su ayudante y confidente. Fray Martín le consiguió, antes de morir, un puesto de soldado en la Armadilla que partía para Chile. Con el tiempo, salió de la milicia, se casó y tenía un hijo al declarar en el Proceso. También tenía una finca en la Sierra, a donde viajaba frecuentemente. Cuando estaba en la Recoleta, actual plaza Francia, con san Juan Macías, iba a trabajar a la huerta. Esa era su mayor recreación, diciendo que con aquello se ganaba el sustento.
También solía ir a la otra hacienda de la Orden, a Limatambo (del actual distrito de Surquillo), y allí trabajaba incansablemente, arando la tierra y sembrando diferentes hierbas medicinales para el socorro de los pobres. Y, retirándose a lo más apartado y escondido de dicha hacienda, hacía sus continuas penitencias y ejercicios.

Caridad

Con los hombres Uno de los rasgos característicos de la vida de san Martín fue su gran caridad con todos. El padre Fernando Aragonés, su compañero enfermero, afirma: Era tan grande su caridad que no hubo cosa imaginable que no la ejecutase..., sirviendo en sangrar y curar a los enfermos, dando limosnas a españoles, indios y negros, porque a todos los quería y amaba con singular amor y caridad. Casó huérfanas, vistió pobres y a muchos religiosos necesitados les remediaba sus necesidades así de hábitos como de lo demás que les faltaba y ninguno llegó a pedirle por Dios que fuese desconsolado... y algunos hombres ricos le daban dinero para dar limosna por su mano y a la puerta de la portería esperaban a dicho siervo de Dios, españoles pobres para que les curase postemas y llagas incurables, envejecidas y rebeldes a las medicinas. Y en cuatro días que les curaba y ponía manos, las reducía a mejor estado, sanándolas. Lo mismo hacía a los indios y negros a quienes curaba el dicho siervo de Dios con ardiente celo de caridad y amor de Dios que ardía en su alma. Y en este tiempo hubo una peste en esta ciudad de una enfermedad que llaman alfombrilla o sarampión en la cual tuvo este testigo en su enfermería sesenta enfermos, los más de ellos mancebos novicios. Esta enfermedad daba crueles calenturas que se subían a la cabeza… El siervo de Dios estuvo sin parar de día y de noche, acudiendo a dichos enfermos con ayudas, defensas cordiales, unturas, llevándoles también a medianoche azúcar, panal de rosa, calabaza y agua para refrescar a dichos enfermos. Y a estas horas, maravillosamente entraba y salía del noviciado, estando las puertas cerradas y echados los cercos. El mismo testigo señala que a mediodía, a horas de comer, iba el siervo de Dios al refectorio (comedor) y llevaba una taza y una olla para recoger su comida y lo demás que sobraba a los religiosos que comían a su lado y, si veía algún pobre a la puerta de dicho refectorio, era notable su inquietud hasta enviarle de comer… Y con no comer el dicho siervo de Dios más que pan y agua por su mucha abstinencia, quería que todos comiesen muy bien, por su mucha caridad. Y acabando de comer, sacaba su olla y su taza llena de comida y se iba a la cocina de la enfermería, donde le esperaban a aquellas horas pobres españoles, negros e indios enfermos y hasta perros y gatos que a aquella hora esperaban el sustento por mano del siervo de Dios. Y antes de repartir, les echaba la bendición, diciendo: “Dios lo aumente por su infinita misericordia”. Y así parece que sucedía, que se lo aumentaba Dios por su mano, pues comían todos y llenaban sus ollitas y quedaban todos contentos hasta los perros y gatos. Y en acabando, quedaba tan gozoso que decía que no había tal gusto como dar a pobres. Y, estando repartiendo la comida a los pobres, cuando parecía que ya se acababa y que no podía alcanzar para cuatro o seis de ellos, por más y más que acudiesen, para todos había; y sobraba para otros que viniesen. Su caridad la desplegaba en primer lugar con sus hermanos religiosos de quienes era enfermero. Con ayuda de algunos ricos que le ayudaban, llegó a tener en la ropería para los enfermos ropa que se llegó a evaluar en más de seis mil pesos, de donde vestía a los religiosos pobres que no tenían de donde les viniese. Y era tanta su caridad que todos los sábados, una canasta grande que
tenía, la cargaba de ropa limpia e iba de celda en celda de los religiosos pobres a dársela para vestirse; y los lunes volvía de la misma suerte a recoger la que se habían quitado, teniendo cada túnica sus brevete por la limpieza. Y en la celda en que habitaba tenía sus cajones de madera con sus números que correspondía a los dichos brevetes de las túnicas para que no se cambiasen. Todo con mucha curiosidad y limpieza, como lo vio este testigo muchas veces. Algunos años antes de que muriese, hizo en la enfermería del convento más de 80 camisas de lana; las cuales repartía entre los religiosos a fin de que no se las pusiesen de lienzo sino de lana, para que observasen la Constitución que trata de no vestir lienzo. Y también para que le diesen las de lienzo para los enfermos de la enfermería. Para ello, salió el venerable fray Martín con grandísima humildad a pedir limosna por las calles de los mercados y otras partes de esta ciudad. Y como era tan querido y estimado de las personas más principales, juntó lo que fue bastante para que cada religioso, así maestros, sacerdotes, mozos y novicios, tuviesen tres túnicas de anascote. Juan Vázquez Parra declara que se ocupaba todos los sábados de la semana en dar 400 pesos a 160 pobres, que se repartían de limosna; los cuales buscaba fray Martín en martes y miércoles que juntaba, porque el jueves y viernes lo que buscaba era aparte para clérigos pobres; porque la limosna que juntaba el sábado se aplicaba a las ánimas (del purgatorio), juntándola con la del lunes. La del domingo era poca… la ocupaba en comprar frazadas (mantas) para dar a algunas pobres negras y españolas; a unas, camisas y, a otras, frazadas, y a cada una en particular de lo que necesitaba le socorría antes de que se lo pidiesen. Fue un hombre de grandísima caridad. En el oficio de enfermero que ejerció, usaba tanto de ella para con los religiosos enfermos que, además de asistirles con el mayor amor del mundo, le tenían todos por padre y amparo, llamándole padre de los pobres. El padre Gonzalo García recuerda que en muchas ocasiones vio que en el convento entraban en la enfermería por la portería falsa algunos hombres que los traían heridos y con algunas heridas penetrantes y de muerte, y aplicando un mediano remedio a la herida y haciendo la señal de la santa cruz sobre ella, sin otros remedios, dentro de pocos días quedaban sanos y buenos. Muchas veces se iba a la ranchería, donde estaban los negros a quienes llamaba tíos. Y en viendo al siervo de Dios, cada uno salía con un achaque; unos de llagas, otros descalabrados y otros con dolores que padecían; y a todos los curaba con una cajita de ungüentos y trapos que llevaba, dejándolos consolados a todos; y les reprendía sus vicios y a algunos les decía lo que habían hurtado aquel día y les reñía mucho. Y luego se iba a los aposentos de las negras enfermas viejas y las curaba y consolaba, doliéndose de sus trabajos todo lo cual era su recreación, su gusto y su deleite50. Y no sólo se preocupaba de los cuerpos, sino también de sus almas. Fray Francisco de santa Fe declara que andaba en las haciendas del convento, enseñando la doctrina cristiana y la fe de Jesucristo a los negros e indios y gente rústica que asistían en ellas. A la gente rústica, como negros e indios, los procuraba atraer al camino verdadero de la salvación, exhortándolos en Dios a que guardasen sus mandamientos y no le ofendiesen. A todos encargaba mucho que no ofendiesen a su divina Majestad y le amasen sobre todas las cosas y a sus prójimos como a sí mismos, dándoles saludables consejos y procurándoles encaminar al camino verdadero de la salvación. En una oportunidad, se preocupó de un holandés (antiguo corsario) que vivía en la ciudad. Se llamaba Esteban y era tenido por cristiano. Se casó y, estando para morir en el hospital de san Andrés de esta ciudad y agonizando tres días con admiración de los que le asistían y veían tanto penar, el ultimo día fue al dicho hospital el siervo de Dios a toda prisa y le dijo al enfermero: “¿Cómo es esto? ¿Estaba sin bautizarse y se quiere morir?”. Y así después se averiguó que no estaba bautizado y le dijo tantas cosas en orden a su conversión que lo consiguió y le pidió bautizarse; y el siervo de Dios fue a toda prisa a llamar al cura, a quien hizo que bautizase a aquel enfermo y lo casase con que luego murió. En muchas ocasiones manifestó su deseo de ser mártir en el Japón. A este respecto, al padre Francisco de Arce manifiesta que oyó decir a un religioso de probada virtud, que iba al Japón los más de los días en espíritu y que allá se comunicaba con los de aquellas naciones. Fray Francisco de santa Fe recuerda que en algunas ocasiones oyó este testigo tratar al venerable hermano de los mártires del Japón y que iría de buena gana allá, si le dieran licencia, a morir por Dios nuestro Señor y su ley; y se dijo en el convento que de hecho pretendía la dicha licencia para irse a México con el arzobispo Don Feliciano de Vega y de allí irse al Japón al dicho efecto. Con los animales también era de admirar su caridad con los animales. Cuando iba al gallinero de la enfermería, las gallinas se dejaban tratar por él y le agasajaban, rodeaban y festejaban como reconocidas de su caridad. Y si entraba a la caballeriza, las mulas y demás bestias se llegaban amorosas y halagüeñas con particulares muestras de gusto. Y esto mismo sucedía con los perros, gatos y demás animales caseros que mostraban dondequiera que lo veían mucha inquietud en los halagos, dando muestras, como podían, del gusto que en verle recibían, tocándole y lamiéndole la ropa. En una ocasión, habiendo hallado en un muladar una mula para morir, porque le habían quebrado una pierna y estaba muy llagada, que de ninguna manera era de provecho para cosa alguna, la cogió el venerable hermano y la curó y la entablilló, diciéndole: “Criatura de Dios, sana”. Y dentro de pocos días estuvo buena y sana la dicha mula. En otra ocasión, yendo el venerable hermano por la calle a cierta diligencia, encontró a un perro que le habían dado una estocada y que tenía las tripas afuera y, doliéndose mucho de él, como lo hacía de otros, lo llevó a su celda y allí lo curó de la misma suerte que si fuera persona racional, y le hizo cama hasta que estuvo bueno, teniendo grande cuidado con él y en su sustento. Estando un día este testigo (Francisco Guerrero) con el venerable hermano, se entró de la calle un perro grande que venía mal herido y haciéndole muchas caricias y halagos que parecía conocerle, se dolió tanto de él que, de inmediato, le hizo su cama sobre una piel de carnero en su celda y allí lo curó como si fuera una persona y con el mismo cuidado… hasta que estuvo bueno. Y, estando sano, vio este testigo que lo llevó hasta la puerta falsa del convento y allí le dijo que se fuese donde estaba su amo; y así lo hizo el perro, obedeciendo al siervo de Dios. El padre procurador de la comida tenía un perro viejo y sarnoso, con mal olor y por esta causa lo mandó matar a los negros de la cocina, los cuales lo ejecutaron luego. Y sacándolo arrastrando para echarlo en el muladar, los encontró el siervo de Dios… y reprendiendo la poca caridad con aquel animal, mandó a los negros se lo llevasen a la celda. Y encerrándolo el siervo de Dios en ella, se fue al padre procurador y le reprendió por la poca caridad y crueldad que había tenido con el perro, después de haberle servido y acompañado tantos años (dieciocho), dándole tan mal pago. Y después de dicha reprensión se fue a su celda y se encerró en ella y resucitó al perro. Al otro día, lo sacó sano y bueno a darle de comer a la cocina de la enfermería. Y le mandó que no fuese a la despensa, donde estaba el padre procurador, su amo. Y el dicho perro, como si fuera capaz de razón, le obedeció y nunca le vieron ir a la despensa, lo cual vio este testigo muchas veces. Pero un día el padre Provincial, al ver tantos animales a quienes curaba el siervo de Dios y pensando que podían traer enfermedades, le ordenó que los echase fuera el convento. Movido a compasión, cogió a todos los que pudo y los llevó a casa de su hermana. Su sobrina Catalina dice: Vio esta testigo que todos los días, como a horas de las nueve del día poco más o menos, iba… y debajo de la capa del hábito les llevaba el sustento necesario. Y luego que entraba en el patio decía en voz alta, hablando con los perros: “Salgan que aquí estoy, que tengo que hacer”. Y aún no era bien dicho, cuando salían infinitos perros, que le cercaban todo y a cada uno de por sí les iba dando de comer lo que les traía y luego les decía que se fuesen y que no enfadasen en casas ajenas. Y diciéndole la madre de esta testigo (su propia hermana) que para qué le llevaba tantos perros a su casa que le eran de enfado, porque le ensuciaban la casa, le decía que ya andaba buscando dónde tenerlos. Y hablando con los dichos perros, les decía que, en teniendo necesidad, saliesen a la calle. Y vio esta testigo muchas veces que, desde entonces, los dichos perros, cuando querían hacer alguna necesidad, salían a la calle y se volvían a entrar sin dar enfado ni molestia en la casa ni ensuciarla como antes lo hacían. El padre Hernando de Valdés declara que oyó públicamente decir que habiendo tirado un escopetazo a un gallinazo, que estaba en el río a espaldas del convento, le hirieron con muchas postas en una pierna y quebrándosela se vino volando a la huerta del convento, donde le vio el siervo de Dios, que de ordinario estaba en ella sembrando hierbas medicinales para curación de los enfermos Se llegó al gallinazo y lo cogió, a pesar de ser un animal muy medroso y cobarde. Y con toda la mansedumbre, el animal se estuvo quedo como aguardando el socorro del dicho siervo de Dios, el cual le curó la herida, continuando todos los días, llevándole de comer a la huerta; donde, cuando veía a cualquier otra persona, huía, menos del siervo de Dios, a quien aguardaba como si fuera su padre y le reconociera el debido agradecimiento. En unas recreaciones que hubo, trajeron al convento unos toros y terneras para que los coristas jugasen con ellos; y estuvieron cuatro días sin comer. Y sabiéndolo el siervo de Dios, se afligió mucho y en presencia de este testigo (Marcelo de Ribera) cargó a toda prisa botijas de agua y las iba poniendo en la puerta del noviciado. Y, al día siguiente, se publicó el caso en todo el convento. Fue que, después de tener mucha agua y hierba que trajo de la caballeriza del convento, se le abrieron las puertas del noviciado a más de medianoche y metió la dicha agua y hierba y la fue repartiendo a cada uno según la edad que tenían. Y siendo animales tan furiosos, se le domesticaron y amansaron de tan suerte que llegaban al siervo de Dios como a besarle el hábito. Y un religioso, llamado fray Diego de la Fuente, le oyó hablar y que decía a los toros: “El hermano mayor, deje, deje de comer a los menores”. Y con esto se volvió a salir. Y para mayor prueba del caso hallaron las botijas quebradas en que les había dado de beber, por donde conocieron que se le franquearon las puertas. En otra ocasión, trajeron a los novicios unas ternerillas para divertirse, pero eran tan mansas que se quejaron de que parecían de palo. Entonces, el siervo de Dios les trajo un torillo más vivo. Los dos primeros días todo fue muy bien; pero al tercero, se embraveció, y los novicios le tomaron miedo y ya no querían salir de las celdas, porque el torillo estaba en el patio. Entonces fray Martín, tomó una cañuela de carrizo en la mano y, yéndose para el torillo, le dio en las astas, diciendo: “Yo no le traje aquí para que estorbase el que los religiosos fuesen a alabar a Dios en el coro. Váyase fuera y déjelos cumplir con su obligación”. Y, obediente el torillo, sin hacer movimiento alguno, salió del patio del noviciado y por los claustros del convento como una oveja. Un día estaba el siervo de Dios afligido al ver el daño que los ratones hacían en la ropa de los enfermos. Y cogió un ratón y le dijo: “Hermano, ¿por qué hace daño con sus compañeros en la ropa de los enfermos? No lo mato, pero vaya y convoque a sus compañeros que se vayan a la huerta, que allí les daré de comer todos los días”. Y así fue que de las sobras de la enfermería les llevaba todos los días su ración. Y permitió Nuestro Señor, en premio de su mucha caridad, que no hubiese más ratones en la ropería, como vio este testigo. Pero no sólo en la ropería, también en la sacristía del convento había muchos ratones que destruían los ornamentos litúrgicos. El sacristán se quejaba continuamente. Fray Martín llevó de la enfermería una canasta y entrándose con el sacristán en la pieza de la oficina que sirve para guardar los ornamentos de la sacristía, puso en medio de ella la canasta y con voces mansas autorizadas y llenas de confianza, dijo: “Ea, hermanos ratones, todos se vayan recogiendo en esta canasta que no es razón de que estén echando a perder los ornamentos que sirven al culto divino y empobrezcan la religión y la sacristía…”. Y, a la voz del siervo de Dios, luego se recogieron los ratones dentro de la canasta a vista de algunos religiosos que se hallaron presentes…, y los llevó cargados en la canasta a la huerta, prometiéndoles que les llevaría el sustento necesario a ella67. Fernando Aragonés dice: Parece que los animales le obedecían por particular privilegio de Dios como se verá por un ejemplo y suceso prodigioso que este testigo vio, y fue el caso que debajo del sótano que está debajo de la enfermería del convento parieron una perra y una gata. Y pareciéndole al siervo de Dios que podrían morirse de hambre madres e hijos, cuidaba todos los días de llevarles un plato de sopas; y mientras comían, les decía: “Coman y callen y no riñan”. Y sucedió que un día salió un ratón a querer comer en el dicho plato y, viéndole el siervo de Dios, le dijo: “Hermano, no inquiete a los chiquillos y, si quiere comer, meta gorra y coma y váyase con Dios”. Y así lo hizo que, sin inquietarse ni el dicho ratón ni los dichos perrillos ni gatillos, comieron con mucha quietud lo cual vio este testigo por haberle llamado a verlo el siervo de Dios. Fray Juan López manifiesta que vio… comer juntos sin ofenderse perros, gatos y ratones69. Fray Antonio de Morales asegura que en una ocasión mandó a un perro, a un gato y a un ratón que comiesen juntos, como si fueran de una misma especie, y acabado el mantenimiento, se fueron cada cual por su parte, obedientes a la voz del siervo de Dios. Y era voz pública en el convento que fray Martín les prevenía en vasijas lo que habían de comer; no pocas veces aconteció mandar que comieran sin hacerse mal ni daño unos a otros, estando juntos perros, gatos y ratones, obedeciendo estos el mando, como si fueran racionalísimos.